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El año político más intenso de las últimas décadas se acerca a la meta. Por capricho de Mariano Rajoy, el segundo peor presidente de la democracia (el peor fue, sin duda, aquel ménage a trois entre Aznar, Bush y Rato), las generales más importantes desde 1977 se van a celebrar en una fecha estrambótica, el 20 de diciembre. Millones de ciudadanos empezarán sus vacaciones un día antes, algunos con la extra en el banco (nacional o suizo); otros muchos votarán (o no) sin paga ni alegría, pensando en cómo salir de la exclusión generada por lustros de Marca España: capitalismo de amigotes, burbujas y mala política, coronados en el último quinquenio sadomaso con la estocada del austericidio en todo lo alto de la Constitución.
Fuera del país, cerca de 1,7 millones de emigrantes y exiliados no podrán votar aunque quieran, gracias al pucherazo en diferido perpetrado en 2011 por el PSOE con la ayuda del PP y otros grupos nacionalistas menores. La Ley orgánica que regula el sufragio extranjero convirtió un derecho fundamental en una trampa que ha resultado imposible de superar para el 95% de los expatriados. Apenas 110.000 personas entre los 1,88 millones de residentes ausentes han logrado la hazaña de solicitar el voto para las primeras generales del post-bipartidismo. Y una parte de estos tampoco conseguirá votar. Así se las gasta con la democracia el sistema de partidos nacido en 1978, aquel sueño de justicia, igualdad y libertad que degeneró en régimen neoliberal de partido cuasi único, débil con los poderosos y fuerte con los débiles.
Como solía decir ese gran cómico llamado Berlusconi, no se puede pedir a los pavos que adelanten la Navidad. Pero la primera premisa de la cita con la “nueva política” es esa tara de legitimidad democrática. Los partidos que alternan en el poder desde hace 37 años no han querido resolver –intuyendo quizá que medio millón de votos pueden decidir la partida, confiando en que el clientelismo o el miedo bastarán para ganar aunque sea por la mínima-- esa situación impropia de una democracia avanzada.
Ya ni sorprende que los grandes medios hablen tan poco del voto rogado / robado. Pero es como si, de repente, a todos los censados en Barcelona se les impidiera ejercer el sufragio el 20-D. Cabe imaginar qué habría dicho la prensa venezolana que tiene hoy su sede en España si Maduro hubiera cometido semejante fraude.
Una segunda carencia es, precisamente, el papel que han jugado los medios públicos y concertados desde que, allá por enero de 2014, naciera en el Teatro del Barrio de Madrid ese partido bolchevique llamado Podemos.
El único agente político nuevo, surgido de las plazas del 15-M y de la disgregación de Izquierda Unida, ha sido tratado por la mayoría de la prensa nacional como el Atleti de Madrid cuando juega la Champions contra el Madrid: como un equipo extranjero, poco fiable, peligroso para el statu quo.
Ese desprecio resulta incluso lógico –-a la Generación del 78 siempre le costó avalar cualquier experimento que no fuera idea suya—, pero también intrigante, porque Podemos, pese a sus candores y excesos doctrinarios y tácticos, no parece ese submarino nuclear bolivariano que tantos han tratado de pintar, sino más bien la destilación institucional y sin recursos económicos del 15-M, quizá el movimiento ciudadano más necesario y rompedor que ha vivido Europa desde Mayo del 68.
Pese a su bisoñez, Podemos ha logrado resistir el odio y las infamias de la caverna y de la maquinaria mediática controlada por la élite financiera, y llega a la recta final con posibilidades de ser la tercera fuerza, según estiman las encuestas --aunque la inconsistencia de los otros aspirantes y la volatilidad inducen a pensar que casi cualquier resultado es posible.
Con un programa económico de corte socialdemócrata clásico y un mensaje de cambio algo menos radical del apuntado hace unos meses –-el proceso constituyente se cayó del cartel—, el partido liderado por Pablo Iglesias ha tratado de mantenerse fiel al espíritu transversal y al "sentido común" de las manifestaciones de 2011: más democracia participativa, lucha contra la corrupción, blindaje de los derechos sociales, plurinacionalidad.
Tal vez antes de ir a votar convenga fijarse un poco más en nuestro entorno cercano y menos en Venezuela, para poder comparar sin confundir: el supuesto populismo de Podemos no es, ni de lejos, parecido al del Frente Nacional o al del Movimiento 5 Estrellas. En su ADN no hay asomo de xenofobia o demagogia a lo Marine Le Pen, ni apelación alguna a la vacua antipolítica de Beppe Grillo.
Y quizá convenga recordar lo que fue el 15-M: millones de jóvenes sin presente ni futuro se sumaron a millones de ciudadanos expulsados del sistema por las contrarreformas de Merkel, Zapatero y Rajoy, y reclamaron un cambio radical a una clase política demasiado promiscua con la oligarquía empresarial. Las protestas no atentaban contra el sistema democrático (al revés), ni llamaban a la revolución o a la violencia. Simplemente afirmaban que los partidos tradicionales ya no les representaban, y exigían el regreso a un modelo social y económico más igualitario y decente.
Sigue pareciendo raro que un programa tan sencillo y asumible provocara tremenda escandalera... Pero la reacción de las élites a esas exigencias de apertura, participación y transparencia fue el pánico. La agitación callejera, los escraches y las tomas simbólicas de los Parlamentos fueron durísimamente reprimidos, primero a palos, un tiempo después con la impresentable Ley Mordaza.
Nada más nacer, Podemos se convirtió también en la mayor amenaza para el sistema bancario, político y mediático, no solo español, también europeo. El golpe de Estado de Berlín y Bruselas contra el Gobierno de Alexis Tsipras, adobado con una puesta en escena siniestra y defendido mediante una campaña de manipulación masiva en la que participaron insignes economistas y politólogos, fue, sobre todo, una advertencia del bloque neoliberal europeo a las encuestas que situaban a Podemos como primera fuerza española. No hay alternativa. Voten lo que quieran, nosotros seguiremos haciendo lo de siempre. Viva el pensamiento único.
Mientras tanto, en casa, los medios de la banca y del IBEX, rendidos al capitalismo depredador que aspira a abolir hasta el derecho al pataleo, represaliaban a los periodistas incómodos (11.000 despidos en tres años, y un 50% de desempleo en 2014), y lanzaban a sus sabuesos contra el nuevo partido-movimiento.
De una parte, acosando a sus líderes (todavía civiles sin cargos institucionales) con puras falsedades o magnificando hechos antes considerados irrelevantes –la máquina del fango--; de otra, etiquetando al nuevo proyecto político –-aún en construcción— como totalitario, filoetarra, fascista, comunista.
La barrera anti-Podemos (y ya de paso, también anti-PSOE) se amplió luego con otro recurso clásico: cuanto peor mejor, y España se rompe. Las derechas integristas de Madrid y Barcelona, dueñas del orden bipolar económico, mediático y futbolero nacional, forjaron un pacto ideológico / electoralista y lo disfrazaron de confrontación institucional irresoluble, aprovechando primero el malestar de una parte de la sociedad catalana con los recortes, y elevando poco a poco el tono del conflicto para construir la mejor (y más irresponsable) maniobra de distracción que ha inventado el hombre blanco peninsular: el Gibraltar catalán.
Aunque el CIS revelaba mes a mes que el nacionalismo era la preocupación número 16 de los españoles, los medios públicos y concertados, todos a una, solo tenían ojos para el soberanismo Kumbayá (Alfons López Tena) y el españolismo mariano, gallego y taimado. Declaración histórica de Mas. Rajoy manda a la Fiscalía Motorizada. Kumbayá convoca un referéndum de cartón. Mariano recurre al TC. Mas es un héroe. Rajoy un estadista. Rivera el garante de la unidad de España. Bla, bla, bla.
Al reducir el debate a un único asunto interior e imponer el disco rayado de los banderazos, la derecha sabía bien que iba a quedar poco espacio para la política de verdad, es decir para trazar el indispensable balance de las decisiones y omisiones que afectan directamente a la calidad de vida y al futuro de todos.
Ahí va una enumeración incompleta del penúltimo milagro Marca España (se recomienda a los menores y los asmáticos que salten al siguiente párrafo): el artículo 135; la emigración masiva de jóvenes y el voto rogado; el paro juvenil más alto de Europa; el crecimiento de la desigualdad más elevado de la OCDE; la abolición del Estatuto de los Trabajadores y la negociación colectiva; el suicidio de los sindicatos; la inopia de los reguladores y la inacción de los jueces ante los desmanes de partidos, constructores, bancos y cajas; las concesiones millonarias a los colegios concertados y otros feudos ultracatólicos; el incumplimiento doloso de la ley de dependencia; la sepultura de la ley de memoria histórica; el despilfarro de miles de millones de euros (200.000 anuales, según un informe de UPyD); las decenas de miles de desahucios sin vivienda alternativa ni dación en pago; la privatización de hospitales y otros servicios médicos; las tramas de saqueo sistemático y clientelar montadas por partidos e instituciones financieras, locales y autonómicas (Púnica, Gürtel, Pujol e hijos, ERES, Preferentes, Caixa Catalana, Bankia, Rato, Valencia, Palma Arena, Nóos, Murcia, Ciudad de la Justicia…); el obsceno aumento de la población en riesgo de pobreza (más de un tercio a finales de 2014), la generalización del empleo esclavista, precario o basura (95% de los nuevos contratos), las colas en Cáritas y los bancos de alimentos; en fin, la ruptura del pacto social del 78 y el desmantelamiento del colchón de seguridad.
Pese al ninguneo mediático a muchos de estos asuntos, las autonómicas y municipales de mayo confirmaron que no hay políticos más ineptos que los que se creen las trampas y mentiras que cuentan sus gabinetes de prensa.
El 15-M y las mareas ciudadanas tomaron el poder en las principales ciudades del país sin que Podemos diera del todo la cara. Fue un 24 de mayo memorable: la primera vez que un movimiento municipalista conquistaba Madrid, Valencia, Barcelona, Cádiz, Zaragoza, A Coruña. La primera vez desde 1982 que la gente salía en masa a las calles a festejar la llegada al poder de sus cargos electos. Y la primera que unos candidatos alejados de la política profesional (una jueza, una activista antidesahucios, un profesor de universidad, un comparsista carnavalero) cogían el bastón de mando.
Quina hostia, tú.
Por supuesto, la trituradora del Ilmo. Colegio de Tertulianos (Guillem Martínez) y los medios púnicos no dieron un segundo de tregua a esa “basura” (Inda) que osaba desalojar del poder a los encargados desde 25 años atrás de repartir el botín público entre los amigos. La cacería del nonato concejal Zapata por unos tuits bocazas de 2011 copó las primeras páginas y los telediarios, reduciendo el análisis de un fenómeno político inédito (¡los Soviets!) a la categoría de reyerta sálvame. Recuerden de nuevo a Inda, ese rabino de la concordia, mostrando fotos de Auschwitz en riguroso directo.
Ahí se vio que el blindaje del sistema ante el recambio político tenía menos cemento que yeso, que el desgaste era mayor de lo previsto. De forma que tuvo que acudir el Séptimo de Caballería de Ciudadanos al rescate: el flamante campeón anticorrupción salvó los muebles bipartidistas en Andalucía y Madrid, dos turbinas clientelares capaces de mirar de tú a tú al mismísimo Toni Soprano.
En realidad, la Operación Ciudadanos llevaba siendo cuidadosamente preparada por los poderes en la sombra desde dos años antes, como recuerdan los colaboradores de CTXT Pep Campabadal y Francesc Miralles en su reciente libro De Ciutadans a Ciudadanos: la otra cara del neoliberalismo (Akal), del que este medio publica hoy un adelanto.
El 28 de mayo de 2013, dos pesos pesados del PPSOE, Eduardo Zaplana y José Bono, los más hábiles muñidores del bipartidismo, escoltaron en el emblemático Club Siglo XXI (el mismo en el que Fraga presentó a Carrillo) el debut madrileño de Albert Rivera, al que ambos saludaron como “paladín de la lucha contra el tsunami independentista catalán”.
Bono y Zaplana, indemnes pese a todo lo vivido y lo muñido, son los impulsores de la Fundación España Constitucional, que mezcla a exministros de varias sensibilidades y a directivos de Telefónica, Iberdrola, Gas Natural, Endesa, Prisa, Aldeasa, Everis o Deutsche Bank, en “la defensa de los valores constitucionales y de la Corona”.
Aquel día, el líder emergente pidió a los empresarios que se mojaran en política. Los bancos y los florentinos, que lo saben todo, sabían que lo de Bárcenas, Chaves, Pujol y el rey Juan Carlos tenía mala solución, y debieron ver en Rivera un buen pagaré a futuro. “Le conocí en el año 12 o 13, y me pareció un chico muy fresco y muy preparado”, me confesó hace unos meses lleno de fervor un banquero vasco afincado en la capital.
La ruta que iba convertir a Rivera en muleta del régimen y antídoto atildado de Pablo Iglesias arrancó cinco meses después, el 17 de octubre de 2013, cuando el extrabajador excedente de La Caixa volvió a Madrid y lanzó la Plataforma Movimiento Ciudadano para dar el salto a la política estatal.
Ciudadanos no era exactamente nuevo. La cosa consistía en que pareciera lo más nuevo posible, y algo más presentable e integrador de lo que era en realidad. El pasado de Rivera estaba hecho de mítines en L'Hospitalet, de manifestaciones el Día de la Hispanidad en Plaza Catalunya, y de una aventura muy turbia en las europeas de 2009, financiada por el millonario irlandés Declan Ganley y por Miguel Durán, exdirigente de la ONCE y abogado del número dos de la Gürtel, Pablo Crespo.
El gran problema del régimen era que la ciudadanía negaba terca, una y otra vez, el deseo poco secreto del viejo PSOE y de una parte del PP: la Gran Coalición llamada a salvar los muebles de la Transición solo era aceptada por un 5% de los electores.
Para disgusto de Felipe González, frenar a los chavistas iba a requerir más madera, una tercera pata que sostuviese la desvencijada mesa sistémica. Ya que no podemos formar un bipartito como los alemanes, acabemos con UPyD, que dan mucha lata, y hagamos un tripartito sin que se note mucho.
Los avalistas tardaron en fiarse del líder sensato. Pero llegado el momento de la verdad, se volcaron. CTXT descubrió hace unas semanas que las finanzas de C’s mejoraron tanto y tan rápido tras las europeas de 2014 que el partido del 10 en transparencia aún no ha podido justificar 850.000 euros de origen privado, dentro de un presupuesto total de tres millones de euros. El número tres, José Manuel Villegas, despachó así el asunto: “Es que solo tenemos dos personas en contabilidad”.
En las catalanas, Rivera se aupó al segundo puesto, al ritmo danés de “yo soy español”, y se consagró como alternativa multiusos. La Operación Converse (copyright, Gerardo Tecé) empezaba a cuajar, salvo por las cuentas y las purgas, realizadas a discreción por todo el país, discretamente silenciadas por la prensa oficialista.
Hoy, ante el abrasamiento de lo que queda de Mariano Rajoy y la debilidad de Pedro Sánchez, Rivera es la gran esperanza blanca, el Señor Lobo de esta tarantiniana Segunda Transición: portavoz del capitalismo voraz, freno de la izquierda radical, pulmón artificial del bipartidismo, Gatopardo del 78ismo.
Y así estamos. A una semana del voto, soñar es gratis. Lo único que parece claro es que, gane quien gane, será por poco margen y tendrá que navegar a vista, transando con esa santa alianza financiera, mediática y política que no tolera que un partido joven y de izquierdas le cante las verdades del barquero y que en cambio parece sentirse cómoda en la ciénaga de la corrupción, la desigualdad, la manipulación, las puertas giratorias y la impunidad de los evasores y delincuentes económicos.
Lo cierto es que el sistema nacido en 1978 ha llegado a 2015 lleno de fango hasta las orejas, herido, desprestigiado y muy asustado, sujeto con alfileres prestados. Su drama es que no tiene más proyecto para el país que el de garantizar su propia supervivencia. Pero la democracia demediada no necesita una regeneración, un lifting o una capa de maquillaje naranja a lo Berlusconi, sino un reseteo a fondo. Un cambio radical y profundo.
Para que vuelvan la esperanza, la igualdad y la justicia es preciso que gane la izquierda y que los principales responsables del atropello a las instituciones pierdan las elecciones y se renueven desde la base.
Las instituciones democráticas son demasiado valiosas como para dejarlas en manos de quienes no solo no han sabido cuidarlas y hacerlas más sólidas sino que se han permitido el lujo de utilizarlas en beneficio propio, retorcerlas y despojarlas de sentido, anulando todos los reguladores y contrapesos independientes, concentrando el poder en cada vez menos manos, y condenando a una generación (o más probablemente, a dos) a pagar la inmensa deuda (económica y ética) generada por sus errores, tropelías y delitos. Con el aval y la inestimable colaboración de unos votantes que demasiadas veces prefirieron mirar hacia otro lado.
Disculpas por la sábana y feliz navidad a tod@s. Pavos incluidos.
El año político más intenso de las últimas décadas se acerca a la meta. Por capricho de Mariano Rajoy, el segundo peor presidente de la democracia (el peor fue, sin duda, aquel ménage a trois entre Aznar, Bush y Rato), las generales más importantes desde 1977 se van a celebrar en una fecha estrambótica,...
Autor >
Miguel Mora
es director de CTXT. Fue corresponsal de El País en Lisboa, Roma y París. En 2011 fue galardonado con el premio Francisco Cerecedo y con el Livio Zanetti al mejor corresponsal extranjero en Italia. En 2010, obtuvo el premio del Parlamento Europeo al mejor reportaje sobre la integración de las minorías. Es autor de los libros 'La voz de los flamencos' (Siruela 2008) y 'El mejor año de nuestras vidas' (Ediciones B).
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