A principios del nuevo milenio y sin que supiéramos bien por qué, las calles de medio mundo se inundaron de pies vistiendo zapatillas de la marca Converse. Las desenfadadas y coloridas zapatillas de tela con puntera de goma blanca y una estrella como logo que se habían extinguido de los armarios a finales de los años 80, habían vuelto arrasando en un siglo que no era el suyo por las incomprensibles leyes físicas de la moda. De un día para otro las Converse entraban con fuerza en los viejos armarios que ya las habían acogido décadas atrás y, sobre todo, en los nuevos armarios que, por juventud o desconocimiento, no sabían de la existencia previa de la marca, recibiéndolas como novedad.

La vuelta de las Converse a millones de pies se decidió, como suele pasar en estos casos, en un despacho. Concretamente en un despacho de Oregón, Estados Unidos. Un día de julio de principios de milenio, se firmaba en la sede de Nike la compra de la marca de zapatillas de tela de colores. La operación tenía un porqué. Por su imagen más fresca y cool en aquellos momentos, Adidas le ganaba terreno a Nike en cifras de venta. Tras la operación de compra de Converse, las aparcadas en el olvido zapatillas de tela y goma se convertían de un día para otro en la punta de lanza de la guerra de la nueva estética que hasta ese momento Nike estaba siendo incapaz de ganar con su marca de siempre.

Con el soporte económico de la gigantesca matriz, las zapatillas Converse, que habían estado perdidas en el limbo que supone no tener buena presencia mediática durante los últimos años, fueron inmediatamente percibidas por los compradores como una nueva y apetecible marca. La operación financiera y de marketing fue todo un éxito. Las cifras así lo confirmaron.

Cambiando de tema, que aquí no habíamos venido a hablar de zapatillas, sino a comentar una imagen política de actualidad, el de ahí arriba es Albert Rivera, desde hace una década nuevo líder de Ciudadanos, un nuevo y fresco partido surgido hace un par de meses.