En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Todos los cocineros se manchan. Desdeño por igual las cocinas que parecen laboratorios de fabricación de vacunas contra enfermedades marcianas que los que imitan a castizos antros viejunos con roña o cáscaras de mejillón y gambas por el suelo. De ahí el escándalo que se montó al ver por la televisión que Mariano Rajoy no quiso usar delantal en la cocina de Bertín Osborne. ¿O el escándalo fue porque no tenía ni idea de encender la vitrocerámica?, ¿o fue porque no bebió al final ningún chupito de orujo gallego para hacer Marca España?, ¿o porque hizo pellas en cierto debate a cuatro? ¿O porque en el debate a dos alguien le llamó “indecente”? Todo eso ya es historia. Prehistoria jurásica. Vayamos a lo importante.
Mancharse en la cocina y guarrear en el sexo es imprescindible, bueno y necesario si quieres guisar bien y disfrutar. Eso no lo dijo Bertín en la célebre entrevista íntima aunque seguro que lo pensaba. Eso se lo podía haber dicho en el debate Pedro Sánchez y hubiera dejado a Rajoy bizco, noqueado esperando que saliera la palabra mágica: “Corrupción”. Pero si eres hiperpulcro o superlimpio en la cocina y en la cama sospecho que sólo usas el microondas y el redtube en soledad, aborreces del olor a fritanga y regalas con regularidad desodorante al amor de tu vida. Mal asunto, larga vida quizá como registrador de la propiedad en excedencia o como economista teórico prejubilado, pero aburrimiento asegurado.
Pero acerquémonos al talón de Aquiles de todo esto. En el Barómetro del CIS (tema cocina y cocinar) el 50% de las mujeres afirma que son “siempre ellas las que preparan la comida, friegan los platos, hacen la compra o limpian la casa”. Si sumamos a este porcentaje quienes afirman hacerlo "normalmente ellas", los porcentajes se disparan hasta el 70%. Ahora entendemos el extraño comportamiento de Rajoy y Bertín y comprendemos por qué Pedro Sánchez no gritase antes de ayer con voz de tenor: ¡Señor Rajoy, usted no da un palo al agua en su casa y no sabe guisar los mejillones! Es sencillo, ambos candidatos representan a la mayoría de los hombres en España.
Sigo con el Barómetro, esta vez rebusco en el capítulo de politiqueo: descubro que pudiendo elegir entre ser conservador/a, demócrata cristiano/a, liberal, progresista, socialdemócrata, socialista, comunista, nacionalista, feminista, ecologista y otras respuestas, e incluso elegir dos cosas a la vez, hay un 25,6% de españoles que se siente “apolítico o no sabe o no contesta”. Pero vamos a ver, ¡no es tan difícil pringarse un poquito! Primero no fregamos los platos, luego no sabemos freír un huevo y encima no sabemos (o no queremos decir) si somos zurdos, diestros o ambidiestros. ¡Pero Indie, hispter, gafapasta!, ¡qué es eso de “a-po-lí-ti-co” o cómo te atreves a marcar “yo no saber”!
No hay cocinero peor que el que nunca ha frito un huevo, no hay amante peor que el que se ducha antes y después de estar contigo entre las sábanas
Vivimos un tiempo nuevo. Hay que mancharse, pasearse a cuerpo (que diría el gran Celaya), salpicarse la camisa (y hasta romperla, que diría Camarón), quemarse con el aceite (que diría Pynchon), pasarse con la sal, equivocarse, fracasar, volver a intentarlo, pero hacerlo y sobre todo salir a la calle y decirlo (que diría Dominguín recién salido de la cama aquella). Hay que cocinar y vivir con la ropa llena de lámparas que a veces no quita ningún blanqueador.
No hay cocinero peor que el que nunca ha frito un huevo o encendido una vitro, no hay amante peor que el que se ducha antes de meterse contigo en la cama y se ducha después de estar contigo entre las sábanas porque denota que tiene asco de sí mismo y también de ti. Hubiera sido una buena pregunta del debate ¿señor Rajoy, usted se ducha antes o después?, ¿y tú, Pedro? Basta de escrúpulos, remilgos y silencios. Un cocinero, un periodista, un sociólogo, un ciudadano cualquiera debe pringarse y ser activista, defender lo que cree justo, tomar partido hasta mancharse por una sociedad mejor.
El disimulo y el silencio
El “usted haga como yo, no se meta en política” que murmuraba aquel tirano llamado Francisco o el “yo no soy ni de izquierdas ni de derechas” del que presumían algunos tahúres del Misisipi o el “hay que ser objetivo y realista” que defiende la élite del poder para no perder sus injustos privilegios comienzan a ser superados por miles de españoles. Personas que con cordialidad y humor, libertad y libertinaje, gula y regodeo hablan, discuten, se ríen, se mandan memes, chascarrillos, “burdos-rumores” o información pelada, defienden sus ideas y no se enfadan los unos con los otros por el Twitter. Discutir de política comienza a ser una pasión, un entretenimiento, una afición casi deportiva. Hablar de política sin disimulo comienza a ser posible sin que el jefe te eche del trabajo, la primera novia te deje de hablar, el amigo de la infancia te monte una bronca o tu madre te eche bromuro en la sopa.
Hasta hace poco tiempo se imponía el disimulo y el silencio, sobre todo en el trabajo. Ese temor y esa prevención los he escuchado mil veces durante muchos años. Hablar de política y discutir de algunos temas te podía hacer perder algún cliente, promoción, aumento de sueldo o dejarte en la calle. Sé de qué hablo. Pero eso ha cambiado por fin, y ya era hora. El activismo social es uno de los mejores indicadores de la salud democrática de un país. Defienda usted la dieta mediterránea, a su yerno guapo de Ciudadanos, la paella auténtica y sin cebolla, a su cuñado Pepero, la butifarra negra, a su vecino de Podemos, la tortilla con cebolla o a su madre del PSOE de toda la vida.
Hablar de política comienza a ser posible sin que el jefe te eche del trabajo, la primera novia te deje de hablar, el amigo de la infancia te monte una bronca o tu madre te dé bromuro
Y sobre todo defienda, hable, exponga, discuta, proponga lo que piensa, lo que cree que es mejor, lo que va a votar, a quien ama y a quien aborrece de los que se presentan a las elecciones, con quién tiene sueños húmedos muchas noches y quién le deja frígido e inapetente cada vez que le escucha por la tele declarando que “todo está bien salvo alguna cosita”. No sea tímido, no tenga temor, no se avergüence, que este país comienza a ser por fin de todos. Métase en la cocina, pruebe a freír un huevo con patatas, olvide el microondas, no se duche ni antes ni después, disfrute, ha comenzado un tiempo nuevo. Hable de política, discuta de política, implíquese en política y no solo votando y botando cada cuatro años.
Efectivamente, esta es una sección de sociología gastronómica. Por eso. El gran Karlos Arguiñano hace mucho tiempo que dejó de taparse la boca y comenzó a decir, hablar, ironizar, criticar a la casta, la corrupción y el origen infame de la crisis. Muchas veces ha tomado partido hasta mancharse el delantal y eso le honra como cocinero, como ciudadano y como amigo.
De eso se trata siempre, de no delegar la fritura de un huevo frito o el encendido de la vitrocerámica, de implicarse en lo que nos afecta y alude, de tomar partido, de mancharse, de contarlo, de decir, de no callar ni disimular. De sacar de nuestro inconsciente colectivo aquella ominosa frase de Francisco: “Usted, haga como yo, no se meta en política” y meternos. Sólo así se hace un mundo mejor y para todos. A cocinar chicos (que no me vuelva a enterar por el Barómetro del CIS de vuestra desidia e ignorancia) y apolíticos ni en la cama. De la ducha ya hablaremos otro día.
Todos los cocineros se manchan. Desdeño por igual las cocinas que parecen laboratorios de fabricación de vacunas contra enfermedades marcianas que los que imitan a castizos antros viejunos con roña o cáscaras de mejillón y gambas por el suelo. De ahí el escándalo que se montó al ver por la televisión que Mariano...
Autor >
Ramón J. Soria
Sociólogo y antropólogo experto en alimentación; sobre todo, curioso, nómada y escritor de novelas. Busquen “los dientes del corazón” y muerdan.
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí