Albert Rivera
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Al igual que ha ocurrido en otras latitudes, Dinamarca también se ha puesto de moda en España durante este año electoral. No hay formación política de espíritu reformista que se precie que no se haya visto tentada a intentar vincular sus propuestas a las implementadas en los países nórdicos. Estos Estados –y especialmente Dinamarca- parecen haberse convertido en el modelo a seguir, lo cual se ha hecho evidente sobre todo en el caso de Ciudadanos, para quienes, en voz de su gurú económico Luis Garicano, "España se encuentra en un cruce de caminos en el que le toca decidir si quiere ser Dinamarca o Venezuela".
Frente a este discurso, no han sido pocas las críticas que han hecho mención no solo a las distintas falsedades o incongruencias en las que estos partidos han incurrido a la hora de asociar sus propuestas al llamado ‘modelo nórdico’, sino también al carácter simplista e ingenuo de dicha retórica. Partiendo de esta crítica, el objetivo aquí es destacar lo que estos nuevos partidos sí que pueden y deben aportar si realmente deciden tomar estos países como referencia. Esto pasa, entre otras cosas, por minimizar el uso de conceptos abstractos, como “sistema” o “modelo” y descender a la discusión de las alternativas políticas concretas.
En primer lugar, cada vez que una formación política afirma que para resolver cierto problema ‘nosotros proponemos el modelo danés’ o ‘apostamos por esta solución, al igual que hacen los países nórdicos’, se desprenden dos ideas que pueden generar confusión. La primera es esa argumentación implícita de que solo por ser de implementación en estos países es más probable que esa sea la respuesta más apropiada a ese (nuestro) problema. La segunda es ese silogismo también implícito y falaz de que el particular cherry-picking de políticas públicas escandinavas –unas me interesan y otras no-- ofrecido por ese partido en concreto vaya a acercarnos algo más a los niveles de bienestar disfrutados en estos países.
Recaudación de impuestos como porcentaje del PIB en 2014:
Sabemos que en Escandinavia, junto con medidas tan populares como, por ejemplo, la gratuidad de las tasas universitarias, coexisten (o lo han hecho en el pasado) multitud de políticas que serían altamente impopulares en España a día de hoy, y que parece evidente que ni Ciudadanos ni Podemos se plantean proponer. Algunos ejemplos son los copagos, el despido libre, la ausencia de salario mínimo, la existencia de actores privados en el sistema sanitario público, un número mucho mayor de trabajadores públicos pero sin estatus de funcionario, o unos altos niveles impositivos que recaen especialmente sobre el consumo y que soportan sobre todo, no los ricos o las grandes empresas, sino las clases medias.
Curiosamente, es precisamente esto último lo que parece explicar el éxito de estas naciones a la hora de alcanzar grandes niveles de redistribución y, consecuentemente, de igualdad y bienestar. El primer objetivo es recaudar mucho, y luego la redistribución llega vía gasto. En la actualidad, esto no resulta complicado en países con una gran clase media que, gracias a su alta cualificación y elevados niveles de productividad fruto de décadas de mucha inversión en educación e I+D, produce bienes y servicios de mayor valor y recibe a cambio salarios muy elevados. No obstante, aunque no cabe duda de que en el largo plazo España debería aspirar a mirarse en ese espejo, salta a la vista que a día de hoy nuestro país parte de una situación muy distinta. Por ello, el diseño y la financiación de políticas que pretenden atajar en el corto-medio plazo problemas que afectan a las generaciones actuales (paro de larga duración, pobreza, dualidad, baja cualificación, etc.) no tienen por qué tener nada que ver con las vistas en estos países.
¿Por qué entonces se nos insiste tanto con el modelo nórdico? El problema puede tener que ver con la retórica que rodea el debate público. A diferencia de lo que ocurre en estos países, en España esta sigue centrándose en exceso en hablar de ‘modelos’ y otros entes abstractos, y poco en la discusión de alternativas determinadas para solucionar problemas concretos, que tienen unos costes directos y de oportunidad conocidos, y un plan de financiación y evaluación claro y detallado.
En relación al debate sobre políticas públicas, y más allá de sus a menudo desacertadas referencias al ‘modelo nórdico’, las críticas hacia los nuevos partidos se han dirigido sobre todo al poco rigor mostrado por estos a la hora de presentar algunas de sus propuestas, el coste de las mismas y el modo de financiarlas. En el caso de Podemos, estas críticas fueron especialmente intensas durante su primer año de existencia, aunque han disminuido a medida que el paso del tiempo y la competencia electoral ha llevado a la formación que lidera Pablo Iglesias a ser cada vez más concretos y riguroso en relación a sus propuestas y al modo de financiarlas.
Por su parte, Ciudadanos tampoco se ha visto exento de críticas en lo relativo a la financiación de sus propuestas, especialmente por parte de aquellos que siguen sin ver como la formación naranja pretende pagar sus políticas sociales sin subir impuestos, incumplir el déficit o sin una importante reconfiguración del gasto público. Más allá de esto, la aportación de ambos partidos al debate de las políticas públicas en España parece haber tenido un carácter contradictorio. Si bien ambas formaciones han contribuido a enriquecer dicho debate, al mismo tiempo también parecen haber ayudado en muchas ocasiones a su infantilización, especialmente con unas imprecisas referencias al ‘modelo nórdico’ cuyo único objetivo parece ser el de explotar la percepción que existe de este en el imaginario colectivo de los españoles.
Un ejemplo del glamour de estos países suele escenificarse al hablar de educación, donde el referente más atractivo que un político puede citar si quiere ganar simpatías de unos y otros es, sin duda, Finlandia. Sin embargo, de igual o mayor interés para atajar problemas que afectan a nuestro sistema educativo podría ser fijarse en distintos aspectos de la exitosa reforma educativa llevada a cabo en Polonia hace algo más de una década. Algo similar ocurre en materia de lucha contra la pobreza infantil, donde los logros conseguidos con la introducción de la Asignación Universal por Hijo en Argentina podría ofrecer lecturas muy interesantes. O, sin necesidad de irse tan lejos, tenemos el ejemplo del País Vasco y el gran éxito de su Sistema de Garantía de Ingresos a la hora de reducir pobreza en comparación con otras CC.AA. más ricas. Pero por desgracia, aún nos cuesta creer que uno de los candidatos pudiera citar en un debate una reforma argentina sin que se le acusara de ‘querer implantar el modelo argentino, en lugar del modelo nórdico que nosotros proponemos’. Continúa existiendo un problema de retórica política.
Si hay una obra de referencia que aborde el problema de la retórica política en torno al debate de las políticas públicas y, a la vez, describa cristalinamente qué ha caracterizado realmente el éxito de las naciones escandinavas, ese es el libro de reciente publicación El retorno de los chamanes (Península), de Víctor Lapuente. En él se explica que las diferencias entre las buenas y malas políticas reside en quién controla la retórica política existente en un país. En un extremo encontraríamos a los chamanes, y en el otro a las exploradoras. Los primeros son los de las grandes expectativas, los grandes cambios, los que buscan ir a la raíz de los problemas y ofrecer grandes soluciones. Las segundas se basarían en la solidaridad, los consensos, las alternativas factibles, las pequeñas expectativas y los cambios incrementalistas. En su retórica, la exploradora evita las grandes generalizaciones sobre los problemas y las soluciones, y desagrega las políticas a unidades tratables mínimas. En opinión del autor, aunque los países nórdicos también han vivido episodios puntuales dominados por el chamanismo, el éxito de estas naciones ha derivado de una aproximación al debate de las políticas públicas desde una retórica mucho más cercana al punto de vista de las exploradoras.
En este contexto, la clásica división izquierda-derecha tiende a centrarse en los fines a perseguir, más que en los medios para conseguirlos. Así, su éxito también ha residido en una –dolorosa y polémica en el corto plazo– renuncia a la pureza ideológica en la defensa de estos medios (impuestos progresivos, sanidad y educación 100% públicas, etc. en el caso de la izquierda), para poder conseguir los fines (menos pobreza, desigualdad y mayor igualdad de oportunidades, por ejemplo). Los medios para alcanzar estos fines se basan en la evidencia que surge de la experimentación y evaluación de distintas políticas públicas, sin importar que estos encajen o no con nuestra cosmovisión ideológica del mundo. Mediante la técnica de ensayo y error, la pragmática exploradora apuesta por ‘laboratorizar’ los sectores públicos, forzando de alguna manera a los políticos a ser ideológicamente más impuros, pero también más efectivos a la hora de implementar aquellas políticas públicas que sí que permiten solucionar problemas. Y parece haberles funcionado.
En el debate sobre políticas públicas, emular a los países nórdicos comienza por todo esto. Como hemos visto, la aportación de las nuevas formaciones políticas en este sentido parece estar teniendo un carácter ambivalente. No obstante, aunque quede mucho camino por recorrer, tampoco parece sensato desdeñar los avances que ya se han producido en la mejora del debate público. Un reflejo de estos avances puede verse en un cada vez más pragmático Pablo Iglesias que, ante la realidad de las encuestas, cada vez habla menos de asaltar los cielos y más de construir consensos en torno a temas importantes que afectan a los ciudadanos.
Que líderes de nuevos y viejos partidos con visiones tan contrapuestas y que tienen detrás grupos de votantes con intereses tan dispares sean capaces de reconocer puntos de encuentro en torno a temas tan importantes como la necesidad de una educación universal y gratuita de 0-3 años o la conciliación laboral y familiar, nos acerca sin duda a una retórica más propia de exploradoras que de chamanes. Y en un país donde la brecha generacional cada vez se hace más evidente y parecen cada vez más necesarias políticas capaces de suscitar consenso entre colectivos con intereses muy distintos, este parece ser el camino para conseguir un debate público más informado, riguroso y centrado en lo esencial que favorezca a su vez la implementación de mejores políticas públicas que puedan solucionar los problemas que nos afectan a los españoles. Y de paso, si realmente nos preocupa, parecernos un poco más a Dinamarca.
Al igual que ha ocurrido en otras latitudes, Dinamarca también se ha puesto de moda en España durante este año electoral. No hay formación política de espíritu reformista que se precie que no se haya visto tentada a intentar vincular sus propuestas a las implementadas en los países nórdicos. Estos Estados –y...
Autor >
José Manuel Márquez
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