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Análisis

Las dos almas del PSOE

El Partido Socialista es la llave, y las demás formaciones importantes son puertas. ¿Optará por un gobierno de o con el PP, por un gobierno con Podemos, o tirará las llaves al fondo del mar y forzará nuevas elecciones?

Miguel Pasquau Liaño 29/12/2015

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La democracia es un método cuantitativo para la toma de decisiones políticas. Los números, por tanto, importan. Y lo que llamamos aritmética parlamentaria no es sino un conjunto de fórmulas posibles de traducción de la voluntad popular. Vale más eso que buscar los augurios en las entrañas de los animales, o los oráculos dictados por dioses caprichosos con el lenguaje del viento.

La aritmética parlamentaria, y por tanto la voluntad de un pueblo, ha dictado un veredicto paradójico: el PSOE obtiene un resultado muy inferior al que hace poco se consideraba el suelo de su sótano, y sin embargo es el único que puede decidir, salvo hipótesis de estrambote. Todas las opciones posibles de gobierno y de orientación de la Legislatura pasan inexorablemente por los 90 diputados del PSOE. Sin el PSOE no hay coaliciones posibles: su "no" impedirá cualquier fórmula natural de gobierno; su sí, en cambio, haría perfectamente posibles dos alternativas: o bien un pacto con el PP (acompañado o no de C's y PNV) o bien un pacto con Podemos (acompañado o no por IU, ERC, PNV y DL). Tertium non datur. Por tanto, como primera conclusión, es el PSOE, y sólo el PSOE, el que tiene que decidir si hay Legislatura o si hay elecciones en primavera. Si de la aritmética pasamos a la geometría, entonces diríamos que el PSOE ha sido situado, quizás a su pesar, en una posición de estricta centralidad parlamentaria, por primera vez en la España constitucional. Para ser más precisos, la línea que separa las dos mitades del hemiciclo del Congreso de los Diputados estará ocupada por diputados socialistas sin que ello se deba al desbordamiento de una mayoría absoluta, porque habrá muchos escaños a su derecha y a su izquierda de colores diferentes. Esto nunca había pasado y por eso las sedes de los partidos y las redacciones de los periódicos están agitadas.

El PSOE tiene el privilegio de decidir, pero ese privilegio sabe a condena. Es una decisión difícil, muy difícil, y aquí está su drama. Lo es por una razón sobre la que no se ha reflexionado lo suficiente: porque el PSOE tiene dos almas que han podido convivir más o menos confortablemente en el escenario del bipartidismo, pero que en una situación como la presente, con una mayoría insuficiente a su derecha y una minoría importante y significativa a su izquierda, acaso no puedan llegar a entenderse. Una es el alma del poder hegemónico (que ha ostentado mucho tiempo, y que conserva en el sur de España). La otra es el alma de la izquierda, o al menos la que sería capaz de entenderse con su izquierda no como muletilla para formar gobiernos, sino para forzar transformaciones más democráticas y sociales que hoy día se antojan "audaces" por las resistencias que opone el contexto económico y el establishment  europeo. La primera alma se siente confortable en un discurso conservador del marco actual, porque le permite acopiar poder en Andalucía, Extremadura y Castilla-La Mancha. La segunda está fuera del poder, o lo comparte con alianzas de izquierdas sin una posición de claro predominio, y necesita hacerse visible en una dinámica de cambio de verdad: o consigue esa visibilidad, o seguirá menguando hacia la insignificancia en Madrid, en Cataluña, en Valencia, en Euskadi, en Galicia, en Baleares, en Canarias, y pronto en Aragón y en Asturias.

Esta divergencia de espíritus atraviesa, como la mediana del hemiciclo, al PSOE como partido, igual que atraviesa a sus votantes, y es, probablemente, el quicio sobre el que se abrirán o se cerrarán puertas en esta Legislatura. Esta vez me parece difícil que haya aliño suficiente como para disimular la decisión que en poco tiempo han de tomar. Es posible que busquen algún burladero para disimularla (invocando, al mismo tiempo, su compromiso con la “unidad” de España y su “tolerancia cero” con la “indecencia” del PP), pero esos intentos durarán lo que tarden los líderes de las demás formaciones políticas en preguntarle: “Bien, entonces, ¿qué han decidido ustedes?”.

Ni la aritmética ni la geometría admiten círculos cuadrados. El Comité Federal del PSOE puede intentar una pequeña tregua con declaraciones políticas previsibles, fruto de una componenda interna demasiado transparente, pero ha de ser consciente de que desde fuera no se le está preguntando por sus señas de identidad política ni por sus promesas electorales, sino pura y simplemente si va a utilizar una llave u otra, de entre las que tiene el manojo que se ha puesto en su mano. El PSOE es la llave, y las demás formaciones importantes son puertas. ¿Optará por un gobierno de o con el PP, por un gobierno con Podemos, o tirará las llaves al fondo del mar y forzará nuevas elecciones?

Una de las resultantes de las elecciones del 20-D (no la única) es un perfil de socialista escorado a la izquierda, proclive a transformaciones "grandes" de carácter constitucional  (algo más que pinceladas federalistas y retórica social)  y (conjunción copulativa) capaz de entender el carácter plurinacional de España (de la “única España unida posible”, como alguien dijo) y sus consecuencias. Ese perfil, muy atractivo para buena parte de la ciudadanía y, al menos, para la mitad de sus votantes y exvotantes, podría concitar una mayoría suficiente de diputados, superior a su contrario, y correlativa a una mayoría de votos populares (sólo hace falta contar). Yo no sé si entre los diputados socialistas electos hay alguno que reúna con claridad ese perfil, aunque sí sé que es un perfil identificable en personas con autoridad moral que no están en el Parlamento (condición no indispensable, conforme a la Constitución, para ser presidente del Gobierno). ¿Se imaginan a un Solé Tura, a un Jorge Semprún como presidente de una Legislatura con vocación constitucional? Ya, ya sé que están muertos. Pero, ¿no parece muy probable que alguien con un perfil de esas características obtuviera el apoyo decidido de Podemos y ERC, y quizás también del PNV? ¿Podría oponer el PP alguna objeción democrática a esa mayoría? La paradoja es que quien acaso impediría ese gobierno socialista sería precisamente el propio PSOE. O mejor, la otra alma del PSOE, más proclive (legítimamente) a un entendimiento disimulado con PP y C's alrededor de la unidad de España, la estabilidad económica y algunas reformas institucionales de las que propone C's, aunque enfatizando diferencias en "lo social", que reservaría para su labor de oposición o para la obtención de contrapartidas por su apoyo a un Gobierno popular. Así que es el PSOE quien impide un gobierno del PSOE y se constituye en la principal oposición de sí mismo. Y es por esa razón por la que los focos, estos días, no están apuntando precisamente a las reuniones del presidente Rajoy en Moncloa, sino a las discusiones dentro de Ferraz.

Yo ya lo he entendido, y por eso estoy preocupado. El problema es que casi todas las legítimas divisiones políticas que tenemos los españoles son, también, problemas internos del PSOE. El PSOE reproduce dentro de sí las tensiones entre izquierda y derecha, entre el jacobinismo y la plurinacionalidad, entre la conservación del poder y la transformación del poder, entre el centro y la periferia, entre el norte y el sur, entre la seguridad y la libertad, entre 1978 y 2016. Es cierto que esta vez, para su desgracia, el PSOE es “el partido que más se parece a España” (¿se acuerdan de aquel brillante lema que aupó a Zapatero en 2004?). Se trata, en definitiva, de una tragic choice, de un problema de definición del PSOE. Si es capaz de decidirse, habrá Legislatura, pero quedará herido. Si no es capaz, habrá elecciones, pero no parece que entonces el PSOE pueda atreverse a pedir un voto “útil”.

Quedamos a la espera.

Este artículo es una versión actualizada de un original publicado en el blog del autor, Es peligroso asomarse

 

La democracia es un método cuantitativo para la toma de decisiones políticas. Los números, por tanto, importan. Y lo que llamamos aritmética parlamentaria no es sino un conjunto de fórmulas posibles de traducción de la voluntad popular. Vale más eso que buscar los augurios en las entrañas de los...

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Miguel Pasquau Liaño

(Úbeda, 1959) Es magistrado, profesor de Derecho y novelista. Jurista de oficio y escritor por afición, ha firmado más de un centenar de artículos de prensa y es autor del blog "Es peligroso asomarse". http://www.migueldeesponera.blogspot.com/

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  1. Javier

    Efectivamente en el PSOE, en los momentos críticos a lo largo de su historia, se han manifestado dos tendencias contrapuestas, podríamos decir dos almas. Durante la Primera Guerra Mundial hubo dos corrientes que se manifestaron abiertamente enfrentadas en el Congreso del partido celebrado en 1915, la una partidaria de la neutralidad (lo que equivalía a un apoyo implícito a Alemania) y la otra partidaria de tomar postura por los aliados. Durante los años 20 del siglo pasado, el PSOE no tuvo reparos en colaborar con la Dictadura de Primo de Rivera, con la oposición de algunos destacados dirigentes como Fernández de los Ríos o Indalecio Prieto, lo que en la práctica supuso una brecha interna que se mantuvo durante todo el periodo. Unos años más tarde, la corriente encabezada por Julián Besteiro fue contraria a la participación del PSOE en la Revolución de Asturias (1934), una acción dirigida, entre otros, por Largo Caballero y en la que también participó Indalecio Prieto, ambos dirigentes socialistas. La misma corriente “moderada” de Julián Besteiro se opuso a la entrada de los comunistas en el gobierno republicano, e incluso conspiró abiertamente contra el gobierno de la República durante los últimos meses de ésta, antes del fin de la Guerra Civil, en contra de un gobierno presidido por Juan Negrín, un socialista. Durante los primeros años de la dictadura de Franco, el PSOE mantuvo dos grupos dirigentes claramente enfrentados: el representado por Juan Negrín y el que tuvo como referente más destacado la figura de Indalecio Prieto, ambos en el exilio. Más avanzado el largo periodo franquista, cuajaron dos estructuras: la del Partido Socialista del interior, muy debilitada (casi inexistente) por la represión franquista y por su propia debilidad estructural y la del Partido Socialista en el exterior, que a partir de 1947 fue dirigida por Rodolfo Llopis. Lo cierto es que ninguna de las dos fue especialmente activa en la lucha contra la dictadura. Todo ello sin contar con las divisiones propias de la dinámica interna del partido, tal como la que se produjo en 1920 a cuenta del nacimiento de la III Internacional (que dio lugar a la fundación del Partido Comunista). Durante los últimos años del franquismo, la reorganización del PSOE en el interior implicó una renovación completa del partido, que desembocó en la victoria del grupo de los jóvenes del interior frente a los dirigentes “históricos” encabezados por Rodolfo Llopis, posición que quedaría definitivamente consolidada en el Congreso de 1974 (Suresnes) y en el de 1976. De nuevo dos almas (paradógicamente, la corriente vencedora era la más radical en su discurso). En el congreso de 1979, una vez más se produjo una confrontación entre dos posiciones: la de quienes propusieron la eliminación del “marxismo” en la definición ideológica del partido y la de quienes defendieron ése término en dicha definición. Entre los primeros, Felipe González, Alfonso Guerra y Joaquín Almunia; entre los defensores del marxismo: Luis Gómez Llorente y Francisco Bustelo, entre otros. Esta vez la pugna hubo de resolverse mediante un complejo proceso de presiones, control interno y apoyo externo al grupo de Felipe González, que había perdido la votación. Sólo mediante la celebración de un congreso extraordinario unos meses después, pudo éste recuperar la Secretaría General “imponiendo” sus tesis. Sin embargo, no creo que en este momento se esté produciendo en el seno del PSOE un debate de tan profundo calado. Más bien tengo la impresión de que lo que está ocurriendo tiene más que ver con un proceso de descomposición interna que se debe a muchos elementos, entre otros a la deriva de los partidos socialdemócratas europeos desde el giro iniciado por Tony Blair (y Anthony Giddens) a cuenta de la llamada Tercera Vía. No veo realmente una postura política de izquierdas en el PSOE, ni mucho menos una postura capaz de pugnar por una posición hegemónica dentro de éste. Lo cierto, desde mi punto de vista, es que el PSOE en la actualidad carece de espacio político, en la medida que ha dejado de ser el referente político de una “clase media” empobrecida y carente de expectativas para sus propias generaciones venideras y porque no consigue distanciarse en aspectos fundamentales de su oponente en la dinámica bipartidista en la que tan cómodamente estaba instalado; carece, además, de un proyecto político propio, más allá de propuestas difusas y prácticamente imperceptibles en una dinámica en la que ha perdido la hegemonía del discurso en la izquierda y, desde hace mucho tiempo, la capacidad de movilización social de una clase trabajadora azotada por el desempleo y la precariedad; y carece, por último, de un liderazgo carismático que en circunstancias tan apuradas le hubiera podido servir de tabla de salvación. Creo que el tiempo histórico de los viejos dirigentes del partido pasó. Quizá como ellos se libraron de un lastre (con todos mis respetos) como era Rodolfo Llopis en el tardofranquismo, en la actualidad, los dirigentes socialistas más jóvenes deberían deshacerse de la excesiva influencia de sus mayores, cuya autoridad procede de un modelo de liderazgo tradicional que conecta más con el PSOE del pasado que con el movimiento sociopolítico que está convulsionando las estructuras políticas de España. Sin embargo, si soy sincero, creo que está empezando a ser demasiado tarde. Quizá el tiempo histórico del PSOE, al menos tal como lo hemos conocido, ha pasado ya. Perdón por la extensión de mi comentario. Un saludo.

    Hace 8 años 2 meses

  2. Daniel GM

    Felicitar al autor del artículo tan buen análisis. He echado de menos la explicación ideológica (el marxismo abandonado en Suresnes y la socialdemocracia acogida desde entonces) que los socialistas han rehusado explicar durante estas décadas. El PSOE era el perfecto catch-all-party, como un equilibrista en la cuerda floja. Imagino que las decisiones tomadas en mayo de 2010 (los recortes de Zapatero) y la reforma del art.135CE dejaron a las claras qué tipo de partido era el PSOE: un partido socialdemócrata europeísta, lo que desengañó a millones de votantes que seguían viendo al PSOE como el referente de la izquierda. Insisto, buen artículo.

    Hace 8 años 2 meses

  3. Alberto

    Muy interesante artículo y disección de la realidad. Me gustaría comentar que la incómoda responsabilidad que ha recaido sobre el PSOE es mucho más importante que permitir o no un nuevo gobierno del PP, es el futuro de un país que necesita de un tacto y clase política hacia Cataluña que por ahora solo Podemos ha mostrado. Cataluña, sus ciudadanos y todos los españoles no aguantaríamos otros cuatro años de desprecios e insensibilidades hacia una realidad de independencia. En mi opinión, el mejor escenario sería un giro del PSOE hacía una nueva perspectiva encabezada por Podemos y sus aglomerados o nuevas elecciones. Cualquier otra opción no nos lleva a ninguna parte. Palabra de Andaluz, no independentista y orgulloso de los diferentes paisajes que dan forma a nuestro país.

    Hace 8 años 2 meses

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