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Es una mañana de abril de 1738. El pueblo llano de la muy católica ciudad de Madrid, vestido con sus mejores galas, espera para ver pasar el cortejo de carrozas cortesanas, los tiros de caballos y los séquitos de los grandes señores, imponentes y empelucados. La ocasión lo merece: se va a colocar la primera piedra de un gran palacio. Con gran solemnidad, el arzobispo de Tiro bendice el solar donde estuviera la alcazaba del emir Mohamed I y, con Mayrit ya convertida en Madrid, Real Alcázar. Hay gran expectación cuando el marqués de Villena, en nombre del rey Felipe V, primero de los Borbones en suelo español, introduce en la tierra removida un cofre de plomo con monedas de oro, plata y cobre acuñadas en las Reales Fábricas de Moneda de Madrid, Sevilla, Segovia, México y Perú. Después, una losa cubre el cofre. En ella hay grabada una leyenda que los castizos e iletrados madrileños no aciertan a leer, pero que reza así:
Philipus V spectandas restitutit / Aeternitati / Anno MDCCXXXVIII
Como en un cuento de hadas, sobre ese cofre enterrado --no simbólico-- se levantó el fastuoso Palacio Real de Madrid, el mayor de entre todos los edificios palaciegos de Europa. De no haber muerto años antes, Charles Perrault, adulador oficial de Luis XIV, se habría sentido sin duda inspirado por ese cofre mágico para componer sus poesías áulicas al Rey Sol y los Cuentos de Mamá Ganso. Cenicienta, Barba Azul y la Bella Durmiente --también Walt Disney-- habrían paseado muy a gusto por los 50.000 metros cuadrados de salones con tapices de Bruselas, terciopelos genoveses y lámparas venecianas, saludando con la mano desde sus 870 ventanas y 240 balcones, maravillándose ante las obras de Velázquez, Caravaggio, Goya, Tiépolo; y toda la magnificencia del rococó sosteniendo el mito representado en las decenas de Eneas, Vulcanos, Afroditas, Minervas, Gracias, Virtudes y Victorias --aladas y sin alar--. La entrada al Palacio y a los jardines del Campo del Moro, según la web de Patrimonio Nacional, cuesta 11 euros --tarifa reducida de 5 euros--, 15 euros para las visitas guiadas.
Los miles de turistas que a diario visitan este museo tan recomendado por las guías de Madrid suelen ignorar que el palacio también representa un conflicto entre realidad y ficción, entre lo humano y lo sobrenatural. A los ojos de la masa ignorante, el promontorio elegido por el emir Mohamed --el Moro del Campo-- para ubicar su fortaleza estaba maldito: los madrileños preferían dar un rodeo antes que enfrentarse con los ayes y lamentos de los espectros musulmanes que se resistían a abandonar Mayrit. El alcázar posterior habría sido pasto de las llamas --pavoroso incendio, suelen describir los cronicones-- como muestra del mal fario del lugar. No ayudaron a disipar el mal agüero los innumerables accidentes durante las obras de construcción del nuevo palacio -el jefe de capataces aseguró que un fantasma tiraba a los hombres de los andamios-- ni que Felipe V decidiera realizar un exorcismo, bañando a todos los obreros en agua bendita. Siempre según la leyenda, la supersticiosa madre de Carlos III, atribulada por sueños en los que veía desplomarse las 108 estatuas de reyes de la Iberia como símbolo de la caída de la monarquía –eran ya tiempos prerrevolucionarios--, consultó a un vidente y este aconsejó su traslado desde la ubicación prevista en las cornisas a lugares más inocuos: las estatuas están desperdigadas por medio Madrid y parte de España.
Alimentan también la leyenda los pasadizos subterráneos que entreveran el subsuelo palatino; según dicen, sirvieron a más de un rey en sus secretas salidas nocturnas por la ya divertida capital --¿Dónde vas Alfonso XII?--; y puede que uno de estos túneles fuera el que utilizó Alfonso XIII para huir al destierro al proclamarse la II República. Porque el Palacio Real ha sido testigo de muchas partidas sin retorno: Carlos IV huyó de allí en 1808 durante la “francesada” y murió en Roma en el exilio; José Bonaparte, en agosto de 1812 para no volver; Isabel II salió para un veraneo al norte de España que se convirtió en permanente. Igual que Amadeo de Saboya. Por otro lado, el gafe pasó a las coplas al celebrarse allí el banquete de bodas de la reina María de las Mercedes para que, unos meses después en el mismo lugar se colocara su capilla ardiente -¿Dónde vas triste de ti?-. Aunque la imagen más poderosa sea ya más propia del siglo XX: la Plaza de Oriente y el Palacio Real --también como capilla ardiente-- en la memoria colectiva del NODO del general Franco.
Felipe VI, presente sucesor del constructor del palacio, Felipe V, eligió este impresionante decorado como parte integrante de la mise en scène del tradicional mensaje real. Un marco acorde con la intención de subrayar el peso institucional en unos tiempos adversos para la Corona; muy alejado de la estampa familiar ofrecida el año pasado, en el salón de su residencia personal. También de su predecesor Juan Carlos I, quien se dirigía a los españoles desde su despacho de la Zarzuela.
“Cambio de escenario para un escenario político incierto. El rey Felipe VI ha elegido por vez primera como fondo para la retransmisión del tradicional mensaje de navidad el Palacio Real. El motivo del decorado lo quiso dar él mismo durante su discurso: "Expresar, con la mayor dignidad y solemnidad, la grandeza de España". The Huffington Post (25-12-2015)
“Este año, el Rey se dirigió a los españoles desde el Salón del Trono del Palacio Real, famoso por acoger los actos más destacados en los que participa la Familia Real como las recepciones oficiales o los besamanos.” ABC (26-12-2015)
“El privilegiado escenario del Palacio Real, en concreto el Salón del Trono decorado según los cánones del estilo rococó y con frescos de Giovanni Battista Tiépolo, hizo el resto, aportando solemnidad, contundencia y también un ligero eco que no hacía sino reforzar las palabras de Felipe de Borbón”. Libertad digital.com (25-12-2015)
“Felipe VI pierde 1,5 millones de espectadores en su mensaje navideño”- Público (26-12-2015)
Hoy en día, nadie achacaría la caída de audiencia del mensaje navideño del nuevo monarca a la leyenda de infortunio del Palacio Real: el pueblo llano ya no es aquel que un día presenció la colocación de la primera piedra de un palacio para un rey. En el siglo XXI cada vez nos cuesta más creer en leyendas.
Es una mañana de abril de 1738. El pueblo llano de la muy católica ciudad de Madrid, vestido con sus mejores galas, espera para ver pasar el cortejo de carrozas cortesanas, los tiros de caballos y los séquitos de los grandes señores, imponentes y empelucados. La ocasión lo merece: se va a colocar la primera...
Autor >
Pilar Ruiz
Periodista a veces y guionista el resto del tiempo. En una ocasión dirigió una película (Los nombres de Alicia, 2005) y cada tanto publica novelas. Su último libro es "La Virgen sin Cabeza" (Roca, 2003).
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