Tribuna
El gobierno de los comunes
La política de los afectados irrumpe tras el 20D
Antonio Girón / Lucio Compau 30/12/2015
La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau.
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¡Es la vivienda, estúpido!
En plena burbuja inmobiliaria, la profesora de economía Blanca Gómez López, entre otras tantas personas, lo planteó con claridad. Cuando la burbuja pinchara sus efectos supondrían un seísmo tan brusco en nuestra economía que destruiría todos sus equilibrios.
Y vaya si acertó. Como todas las burbujas especulativas, la española explotó justo en el peor momento: cuando más inflada estaba. Así atesoramos paisajes devastados, infraestructuras y urbanizaciones abandonadas, cientos de miles de casos por estafa o ejecución hipotecaria amontonándose en los juzgados. Entre 2008 y 2011, sencillamente, vivimos la bancarrota más sonada en la historia de nuestro sistema económico y financiero.
Después la historia es de sobra conocida. La crisis crediticia e hipotecaria se saldó con el rescate público de la banca, la reforma del 135 y un encantador programa de austeridad para las clases medias y populares. De ahí surgen de inmediato las voces de los afectados por el estallido de la burbuja. Entre ellas, la voz de los afectados por las hipotecas.
Desde sus orígenes en Barcelona, en febrero de 2009, la PAH se ha convertido en uno de los autores colectivos centrales de nuestra historia social y política. Incluso, para esbozar un relato sobre los cambios políticos que experimenta nuestro país, tenemos que acudir al “Sí se puede” de la PAH.
La política de los afectados
Desde sus orígenes, la PAH se ha convertido en uno de los autores colectivos centrales de nuestra historia social y política
El estilo y la estrategia de la PAH, lejos de reducirse a una política de la conmiseración con los desahuciados, se expresa como un salto cuántico desde los fondos emocionales producidos por la socialización de la crisis financiera. La PAH es un espacio abierto y múltiple de cooperación vecinal y reinvención vital, que ha sido y será medular para muchas de aquellas personas afectadas por el colapso, en todos los órdenes, de la España del ladrillo.
En esta política de los afectados, en lugar de la política de los representantes, aparecen toda una serie de innovaciones y cambios respecto a la política tradicional, la tan denostada y citadísima vieja política. Las ortodoxias dejan paso a las ortopraxis. Es decir: se expresa una forma de hacer y vivir la actividad política centrada en la propia vida y no en la representación parlamentaria.
Desde sus orígenes, observamos cómo en la Plataforma de Afectadas por las Hipotecas la acción colectiva no se delega. Tampoco se busca afuera. Ya lo dice un viejo proverbio chino: “Antes de iniciar la labor de cambiar el mundo, da tres vueltas por tu propia casa”.
2011, el año en que soñamos peligrosamente
Durante 2011 participamos en una secuencia de protestas globales. La primavera árabe arrancó en Túnez en enero de 2011 y podríamos decir que inicia una profunda fase de reactualización de la política que alcanza hasta la revuelta de los paraguas en Hong-Kong, durante el invierno de 2014. Así se conectan realidades en principio tan diferentes como las de Egipto, Brasil, Siria, Turquía, Estados Unidos o el sur de Europa.
Una fase de emergencias y descomposiciones que posibilita un cambio en los imaginarios tan potente que ha invitado a muchos miles de personas de todo el mundo a hacer de otra manera, mucho más que a decir cosas nuevas. En ese sentido, las transformaciones de 2011 no se han sofocado, ni mucho menos, a fines de 2015.
Las encuestas son papel mojado
Cuanto más “representativo” (tradicional) pretende ser Podemos, menos representa a una sociedad tan diversa como desencantada con la política entendida como delegación
Resulta interesante comprobarlo: en nuestras sondeocracias televisadas, la vivienda casi nunca aparece entre los principales problemas detectados por las encuestas. Según el CIS, centramos desde 2009 nuestra preocupación en el paro y la corrupción.
Sin embargo, todo parece indicar que el desempleo masivo y la precarización laboral han llegado a Europa para quedarse. Sobre todo mientras sus instituciones de gobierno obedezcan a las grandes corporaciones y a poderes financieros transnacionales. Y la corrupción de aquellas figuras que detentan el poder en Europa y en España no puede ser prohibida, perseguida, purgada. Se trata de una forma de hacer, de gestionar la economía y la política, que en el caso español funciona como un reloj desde los tiempos del Conde Duque de Olivares.
El gobierno de cualquiera
Así, nos preocupa lo que a tantos cualquiera: no queremos que la crisis de representación pueda ser cerrada en falso por Podemos. Cuanto más “representativo” (tradicional) pretende ser Podemos, menos representa a una sociedad tan diversa como desencantada con la política entendida como delegación, como algo separado de nuestras propias vidas.
Lo anterior lo observamos cuando, en paralelo a la concurrencia del partido morado a las elecciones autonómicas, se fraguaron las candidaturas municipalistas que ganaron las elecciones en mayo de 2015.
Su éxito primaveral ha sido uno de los covers más repetidos por Pablo Iglesias durante la campaña electoral de diciembre. En cuatro de las cinco ciudades más grandes de España --Madrid, Barcelona, Valencia y Zaragoza--, además de en A Coruña, Santiago, Ferrol y Cádiz, los procesos de confluencia y apertura a la participación fueron interruptores fundamentales para explicar el éxito de las candidaturas ciudadanas.
Estos gobiernos, dispares como son, son interpretados mayoritariamente como el gobierno de cualquiera. Aun siendo asfixiados de las maneras más inverosímiles por el establishment patrio. Sus políticas son calificadas desde arriba como inviables, ocurrencias, desastrosas. Y, sin embargo, la apreciación de las vecinas y vecinos (que los eligieron de manera algo azarosa) es muy positiva. Se abre así un terreno de posibilidad complejo y magnífico en las escalas municipales.
El gobierno de nuestras vidas
Las alianzas con los afueras de Podemos son la sustancia adhesiva que ha permitido obtener casi un empate técnico con el PSOE
En la reciente carrera electoral, en el momento en que entra en juego la política de los afectados, el estado mayor de Podemos tiene que asumir el desborde desde sus periferias para no protagonizar el patinazo electoral que descompondría todas sus expectativas. Se enfrentan además al fenómeno más genuinamente lampedusiano de 2015: el globo naranja de Albert Rivera. El exabogado de La Caixa no solo le ha comido la tostada a Pablo Iglesias en las elecciones catalanas y en el debate televisado de Salvados. Además le disputa el monopolio de la política de los cualquiera, esos otros cualquiera afectados por la crisis económica y laboral, que se proyectan como clase media respetuosa con el orden político e institucional fraguado en esa “ruptura pactada” que, en palabras de Julián Marías, fue nuestra inmaculada transición.
Sin embargo, doblando los votos de C’s en Cataluña, los comunes de Ada Colau han sido quienes más han ganado tras el 20D. Y con una perspectiva alejada de la inmediatez y la delegación, con una fórmula proyectada hacia el medio plazo que podría conllevar una radicalidad democrática que envejece a toda velocidad el modelo de liderazgo fuerte construido desde el cimborrio de Podemos. El programa político y de gobierno de los comunes ofrece otro estilo, otros gestos y señales. Frente al silencio táctico de Manuela Carmena en la capital, mareas gallegas, Coalició Compromís y Comunes catalanes deciden su participación en las elecciones generales junto a Podemos, previa descentralización del modelo dispuesto en el partido morado desde su congreso fundacional de VistalegrZZzzz.
En el discurso y la práctica de la alcaldesa de Barcelona nos parece observar otro punto destacado. La experiencia y los conocimientos de la sociedad en movimiento son el know how organizativo y la potencia transformadora de su proyecto, no una pesada carga de conflictos y discusiones de la que es necesario prescindir para volar alto y llegar lejos. Sin pararse a echar otras cuentas electorales o sociológicas, Colau llama a las cosas por su nombre: los cualquieras, los afectados, reclamamos el gobierno de nuestras propias vidas, de modo que no queremos ponernos en manos de nadie, sea éste “amigo” o “enemigo”.
Así las cosas, la lógica de los comunes ha ganado protagonismo tras las elecciones generales. Frente a un escenario de ingobernabilidad y fragmentación, de pactos y acuerdos entre elites viejas y nuevas promovido desde múltiples frentes, Ada Colau crece mucho de cara al futuro.
El partido de Pablo Iglesias, Iñigo Errejón y sus crooners irrumpe como tercera fuerza en la escala estatal. Pero sus alianzas con los afueras de Podemos son la sustancia adhesiva que ha permitido obtener casi un empate técnico con el PSOE, ese partido centenario condenado a desaparecer en una gran coalición o a refundarse en cofradía de la Semana Santa andaluza.
En términos electorales, la base del régimen del 78 es el voto pensionista al bipartidismo allí donde María Teresa Campos y Ana Rosa Quintana son los animales totémicos de nuestra posmodernidad. Jaén, Ciudad Real, Segovia, Ávila, Cuenca. La España interior, envejecida y demográficamente mayoritaria, sostiene el turnismo entre populares y socialistas, una precariedad que está exacerbando las diferencias internas en el seno de los partidos tradicionales.
En el fondo, el problema sigue siendo enorme y magnífico. Apelar a la altura de estado y al diálogo y los pactos entre viejas y nuevas élites no tienen mucho que ver con nuestras vidas cotidianas. Y encarar eso quizás sea la auténtica remontada del 2016.
¡Es la vivienda, estúpido!
En plena burbuja inmobiliaria, la profesora de economía Blanca Gómez López, entre otras tantas personas, lo planteó con claridad. Cuando la burbuja pinchara sus efectos supondrían un seísmo tan brusco en nuestra economía que destruiría todos sus equilibrios.
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Antonio Girón
Es director y productor de contenidos audiovisuales e investigador en sociología política y ecología.
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Lucio Compau
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