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La novela (corta) de Raduan Nassar Un vaso de cólera, que acaba de publicar, en España, Sexto Piso, y que me he bebido en poco más de una hora (que iba a ser de semisiesta dominical, y que imposible, lo de dormir, digo), me ha dejado llena de preguntas. O mejor: conjurada la novela con otros textos que nada tienen que ver, me replantea el cambio de preguntas. Es que en los últimos años de los noventa, casi al filo del siglo, nos cambiaron las preguntas, y ahora, justo en estos días, no queda más remedio que recuperar las escamoteadas entonces y, seguramente, inventar otras. Las que nos hacen la vida y la gente. Y los libros, si ponemos atención.
Claro que se puede hacer una “crítica literaria” de esta nouvelle magnífica, que se publicó en Brasil en 1978, que aparece por primera vez aquí, en la estupenda traducción de Juan Pablo Villalobos, y de la que Aluizio Abranches y Flávio R. Tambellini hicieron una película en 1995. Y hablar de su lenguaje eficaz, lleno de tensión y ritmo, de su perspectiva rigurosa y ajustada, de la minuciosa atención a los objetos, a los pequeños cambios de la luz, a los movimientos del alma, balanceados por la ida y vuelta del monólogo interior mientras la acción, pero mientras la memoria y la anticipación de lo que ha de venir después. Esos tres tiempos que nos conviven en el presente. Y, quizá sobre todo, del paso del sexo complejo y jugado a la violencia. Primero verbal, inmediatamente física. Todo el tiempo física. Porque ése es el tema, la historia, de la novela.
Un discurso (masculino) en seis estancias, con una suerte de epílogo (femenino). Un monólogo interior, masculino, que registra los actos y las propias intenciones, en un encuentro erótico explícito, aunque siempre contenido y elegante. Que juzga a la otra, y, cuando acaba el sexo, y el sueño, y el desayuno, registra el diálogo agresivo, insultante, lleno de tensión creciente, en el que la mujer –desde el registro del varón-- le ridiculiza: pone en duda su hombría, desde una riqueza léxica que siente superior a la suya. La suya, que es sofisticada al extremo, llena de citas inclusas (como el propio autor aclara en su nota final). Y hace crecer una furia anterior (tema hormigas y jardín) hasta convertir las palabras en golpes crudos, que hacen sangre, que se van volviendo incontrolables. Porque ella se lo ha buscado.
En los últimos noventas, casi al filo del siglo, nos cambiaron las preguntas, y ahora no queda más remedio que recuperar las escamoteadas
En el epílogo, muy corto pero con el mismo título que la primera estancia, La llegada, es la mujer la que piensa. Y una no sabe si es después de su fuga in extremis, o hemos vuelto al principio. En cualquier caso, hay algo de sinfín, de cinta de Moebius, retorcida y morbosa: tal parece que todos sus encuentros son, van a ser, han sido, siempre iguales. Primero el sexo, luego la bronca, luego la paliza. Y que ella se lo busca. Es a este canalla (en el sexo) al que amo.
Lo de las preguntas: ¿en qué me interroga este libro? Incluso: ¿cómo lo hubiera leído en 1978, cuando apareció en Brasil, y cómo lo leo ahora? Lo narrado es una historia de violencia machista, que tiene un componente explícito de pugna por el poder: léase la superioridad intelectual, léase la competencia, léase la afirmación de autonomía e independencia de ella. Bueno: son los componentes, siempre, de la violencia machista. Siempre es una cuestión de independencia y de poder.
Sea cual sea el nivel de formación académica, sea cual sea la clase social, sea cual sea el estatus económico, esta violencia transversal a la sociedad se plantea como el ejercicio de una dominación. Y, seguramente, de los más o menos tímidos atisbos de un contrapoder: el de ellas. Ahora, la sociedad va creciendo en sensibilidad ante lo que es un problema colectivo, al tiempo que se suceden las víctimas de este terrorismo. Y lo que en el 78 hubiera leído seguramente como una metáfora del Poder, con mayúsculas, ahora lo leo como un relato casi literal de la microfísica del poder. De ese poder incrustado, asumido, realizado, no sólo en las estructuras sociales, sino en lo íntimo, en lo privado.
[La violencia] habla de la manera en que se incrustó una ideología para poner las cosas, los poderes, cada uno en su sitio. Y justo el sitio es el que hay que cambiar
La alusión a Foucault es intencionada. No sólo porque es noticia —sus archivos personales han pasado a la Biblioteca Nacional de Francia, lo que según contó Guillermo Altares hace pocos días nos permite esperar la publicación de varios inéditos— sino porque sigue iluminando la historia de la sexualidad, entre otras. Al margen de que esta resurrección de Michel Foucault se puede leer como un síntoma más del cambio que ya se está dando en el mundo del pensamiento y de la cultura, que eran muchos años de silencio, ese último capítulo, esa última estancia femenina, nos habla de la aquiescencia final de la víctima. Que es un tema peliagudo, insoportable, porque carga de culpa a quien padece la violencia, pero que habla, más que nada, de la manera en que se incrustó una ideología para poner las cosas, los poderes, cada uno en su sitio. Y justo el sitio es el que hay que cambiar.
La literatura tiene una manera peculiar de iluminar el mundo. En su enorme libertad, no tiene por qué hacer moralinas. Es más: mejor, mucho mejor, si no las hace. Pero sí puede inquietar hasta la asfixia, señalar lo oscuro y lo espinoso, ponerse en los límites. Que siempre son ambiguos. Y es lo que hace Raduan Nassar. La literatura no, pero nosotros sí podemos sentirnos implicados. Nosotros, los lectores, sí podemos hacer el juicio moral de aquello a lo que, oblicuamente, se refiere la literatura. Nosotros podemos, y yo creo que debemos, cambiar el sentido de las preguntas.
Estoy convencida de que muchas cosas empiezan a cambiar en estos días. Sea el que sea el resultado de la semana que viene, hay algo imparable ya, que es el final de la hegemonía del llamado Pensamiento Único. Pero es tema a buscar y a mirar. A ver los síntomas y relacionarlos unos con otros, que es lo que intenta la que esto firma.
La novela (corta) de Raduan Nassar Un vaso de cólera, que acaba de publicar, en España, Sexto Piso, y que me he bebido en poco más de una hora (que iba a ser de semisiesta dominical, y que imposible, lo de...
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Rosa Pereda
Es escritora, feminista y roja. Ha desempeñado muchos oficios, siempre con la cultura, y ha publicado una novela y un manojo de libros más. Pero lo que se siente de verdad es periodista.
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