Poetas en cadena
Segundo eslabón: Esther Muntañola
'El árbol' de Esther Muntañola es el poema que Berta Piñán, el primer eslabón, ha elegido para continuar con la serie de 'Poetas en cadena'
Berta Piñán 20/01/2016
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EL ÁRBOL
Cuando llegué a la casa ya estaba el árbol. Apenas vivo, algunas
hojas como plumas, erizadas y sueltas, en desorden. No me
gustó, no me gustó nada, ocupaba un buen espacio, el mace-
tero medio roto,y no había hoja sana. Mi hermano podó el
árbol, cambié el contenedor y la tierra y conviví con él sin pena
ni gloria los años siguientes. No sabía cómo hacer para
que luciera mejor. El tronco endeble, las hojas duras se resquebra-
jaban con mirarlas. Y ya estabas tú en el centro de mi vida
cuando cayó aquella granizada que lo apedreó y estuvo casi un
año hecho jirones.
No sé cómo, pero poco a poco comencé a querer a aquel árbol
inútil y feo, a refrescarle el verdor, a mantener la tierra limpia
de minadores, de pulgones, y todas las plagas que residían en-
cantadas a su lado. Este invierno, ocho años después, me hizo
llorar, lleno de flores, lleno de hermosas abejas zumbando em-
briagadas, lleno de vida. Cientos de flores. Qué esfuerzo tre-
mendo. Y el aire lleno de olor.
Llegó la nieve, tuve miedo por él, las heladas se contaron en
más de diez, volvió el granizo y no pude cubrirlo, pero aún
quedaron granos preñados, se estiraron los días y se volvieron
dorados los frutos. Hoy mordemos a medias este níspero hu-
milde, hecho de sol y maravilla, y nos sabe dulce y vemos que
está lleno de simiente, como todo aquello que el amor con-
tiene.
Pocos símbolos son tan variados, ricos y universales. El árbol primigenio, el árbol de la sabiduría, el árbol sagrado que comunica las raíces profundas de la tierra con el cosmos, el árbol fruto y alimento, el árbol sombra y reposo, el árbol milenario, el árbol solitario, el del pecado, el del deseo y la culpa y tantos y tantos otros que pueblan nuestras culturas de norte a sur, nuestro imaginario colectivo de Oriente a Occidente: el árbol que nos condena y también aquel que nos redime. Todos ellos están presentes en este hermosísimo poema de Esther Muntañola pero ninguno de ellos lo es esencialmente. Porque, como en toda la buena poesía, aquí no se trata de dar palabras al símbolo sino de encarnarlo en la experiencia de lo personal. Por eso este pequeño árbol abandonado, como un árbol/pájaro “con sus plumas erizadas”, crece en el poema como si las palabras mismas fueran sus nutrientes. Por eso también, la fragilidad, la desconfianza, la fealdad incluso inicial del pequeño árbol apenas reconocible en su insignificancia, no encierran otra verdad que la vida agazapada en estado puro, semilla que será fruto y fruto que será simiente en el ciclo ininterrumpido de la vida, del amor, en ese “esfuerzo tremendo” contra la desesperanza y la muerte.
Pocas veces siento que todo es perfecto en un poema, que todo encaja, avanza y encaja y avanza como si fluyera empujado desde dentro del texto, como si el poema mismo atendiera solo a su necesidad de ser y existir. Pues esta es precisamente la sensación que tengo con este minúsculo/inmenso árbol de Esther Muntañola. Hay algo también de fragilidad en el texto, algo que pudiera desmoronarse, desvanecerse y que, sin embargo, pulsa por salir adelante y lo hace sin abusar de la emoción, sin abusar del prosaísmo, sin abusar de nada, en realidad. Equilibrio sobre la cuerda floja. Como el propio poema dice al hablar de los primeros frutos, “hecho de sol y maravilla”.
Esther Muntañola (1973), licenciada en Bellas Artes y profesora, ha colaborado en diversas antologías de poesía contemporánea pero su obra se encuentra hasta el momento recogida en dos poemarios, En favor del aire (2003) y Flores que esperan el frío (Trea, 2013). A este último pertenece el poema seleccionado y es precisamente el final de los 44 que componen un libro donde la autora, con la complejidad de la palabra sin artificios, da cuenta del asombro ante la contemplación del mundo.
EL ÁRBOL
Cuando llegué a la casa ya estaba el árbol. Apenas vivo, algunas
hojas como plumas, erizadas y sueltas, en desorden. No me
gustó, no me gustó nada, ocupaba un buen espacio, el mace-
tero medio roto,y no había hoja sana. Mi hermano podó el
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Berta Piñán
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