Jazz
Barry Harris, doctor en ‘bebop’
Ayax Merino 20/01/2016
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Barry Harris, pianista de Detroit, un tipo de pelo blanco, tímida sonrisa, aspecto afable y bonachón, cumplió hace así como cosa de un mes ochenta y seis años. Sí, que nació en diciembre de 1929.
Cuando era aún muy chico aprendió a tocar el piano. Luego fue creciendo mes a mes y estación tras estación, claro, como todo quisque y ya de joven allá en Detroit se juntaba con los coleguis para escuchar música, los discos de Monk, de Parker, de Gillespie, de Powell, el nuevo jazz, el bop. Y venga a hablar y a comentar esto y lo otro, a desentrañar los misterios encerrados en aquellos sonidos rompedores, ¡mira, mira, este de Bird sí que es bueno! ¿Has oído esto de Powell? ¡Canela fina! Con Yusef Lateef, con Tommy Flanagan, con Donald Byrd, con Paul Chambers ¡Vaya panda de amiguetes! ¡Menuda tela!
Ciudad muy jazzera, hervía Detroit de jóvenes músicos inquietos. Y Harris se lanzó a conquistar su ciudad, como todo chaval con ganas de comerse el mundo. Actuó en salas de baile, en garitos diversos. Y un buen día su sueño se hizo carne cuando se subió a un escenario con Charlie Parker.
Luego tocó con Miles Davis, con Roy Eldridge, con Ben Webster, con Lester Young. Y más tarde, en 1957, Barry y su amigo el trompetista Donald Byrd se unieron al quinteto de Max Roach para reemplazar a los fallecidos Clifford Brown y Richie Powell, ardua tarea.
Ya por entonces se dedicaba a ayudar a los músicos más jóvenes, a aconsejarles, a desbrozarles la estrecha trocha con sus sabias palabras. El saxofonista Joe Henderson, por ejemplo, que andaba por allí, sacó harto provecho de sus lecciones.
Después se largó a Nueva York, salto obligado para todo músico de jazz. A tocar con Cannonball Adderley. Allí en esa enorme ciudad que dicen que es una manzana grande le acogió cediéndole uno de sus pisos la baronesa Pannonica de Koenisgwarter, Nica para los amigos, una Rothschild. Mujer excepcional, interesante personaje, generosa, desprendida, mecenas de todo buen músico de jazz que se arrimara a su buen árbol a cobijarse en su sombra buena, amante del bop, íntima de Thelonius Monk. Gracias a la baronesa conoce entonces Harris a Monk y surge entre los dos pianistas una bella amistad que durará toda su vida.
Un menda tenaz que ha seguido con lo suyo sin importarle un comino los falsos y mendaces oropeles de la fama ni los vaivenes de la fortuna
Poco después toca con el gran Coleman Hawkins, el padre del saxo, al que acompañará asiduamente hasta su muerte, la muerte de Hawkins, que Harris todavía tenía y tiene que dar mucha guerra, pues por suerte todavía sigue caminando entre los vivos.
Y después a seguir dándole al piano. Con sus tríos. Solo y sin ninguna compañía su piano y él solos. Con Dexter Gordon, con Sonny Stitt, con Lee Morgan, con Howard McGee. La lista es inacabable.Un menda olvidado durante mucho tiempo. Un desconocido para la mayor parte de la gente. Pero un menda tenaz que ha seguido con lo suyo sin importarle un comino los falsos y mendaces oropeles de la fama ni los vaivenes de la fortuna, esa antojadiza y voluble señora que lo mismo sube que baja, la rueda siempre girando.
Un maestro. Pero no porque Harris sea una figura deslumbrante, un músico innovador, un genio. No. Barry es simplemente un excelente pianista, que no es poco. Un pianista fino, elegante, con gusto. Un pianista agradable al que se le escucha siempre con placer. Un pianista que no ha revolucionado el jazz, cosa que tampoco ha pretendido nunca. Le basta con ser un buen músico, un músico que ha seguido sin desviarse el camino ya trillado antes por otros, sobre todo por Bud Powell, guía, faro, santo y seña del bueno de Barry. Le alabo el gusto. Si yo fuera pianista de jazz, pianista bop, también tendría al gran Powell como espejo en el que mirarme y le imitaría sin rebozo.
Un pianista que no ha revolucionado el jazz, cosa que tampoco ha pretendido nunca. Le basta con ser un buen músico
Un maestro, aun así. Un maestro artesano. Un honrado artesano que conoce su oficio y labra su música con mimo y devoción.
Un maestro, pese a todo. Este hombre lleva enseñando lo que sabe, que es mucho, toda su santa vida, vida larga y fructífera. Sentando cátedra sin parar. Siempre. A destajo. En la Jazz Interactions, institución sin ánimo de lucro. En 1982 fundó el Jazz Cultural Theatre, donde de día se daban clases y por la noche había conciertos. Hasta que en 1988 tuvo que cerrar el chiringuito al no poder pagar el alquiler. No importa. Este hombre no se rinde. Y siguió tocando y dando clases. Donde podía, donde le dejaban.
En 1993 sufrió una trombosis que le dejó paralizado medio cuerpo. No importa. Este hombre no se rinde. Y consiguió recuperarse y seguir con lo suyo. La música. El piano. Las clases. Dando conciertos, charlas, conferencias. En EE.UU., Japón, Italia, Holanda, Suiza. Y en España, que por aquí ha estado viniendo cada año puntual como un reloj, cita inexcusable.
Este tipo humilde, maestro humilde, doctor honoris causa por la Universidad de Northwestern, ha ganado multitud de premios y galardones mil le han sido concedidos. Un reconocimiento a su labor como pianista y como profesor.
Un maestro que espero que siga dando clases y deleitándonos con su piano muchos, muchos años.
Barry Harris, pianista de Detroit, un tipo de pelo blanco, tímida sonrisa, aspecto afable y bonachón, cumplió hace así como cosa de un mes ochenta y seis años. Sí, que nació en diciembre de 1929.
Cuando era aún muy chico aprendió a tocar el piano. Luego fue creciendo mes a...
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Ayax Merino
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