Jazz
Charlie Parker, un pájaro que dejó de volar hace ya más de sesenta años
Genio que bajó a los infiernos y padeció sus horrores cada uno de los días que le tocó vivir, buscando una paz que le fue siempre negada, Bird marcó una época y llevó a cabo una revolución en el jazz
Ayax Merino 6/01/2016
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En 1955, cuando aún no había cumplido los treinta y cinco años, Charlie Parker, Bird, falleció en la ciudad de Nueva York. Y el luto cubrió con su negro manto la faz de la tierra, anegada por las lágrimas vertidas por millones de llorosos ojos inconsolables. Divino mortal. Un pájaro de altos vuelos que cruzó el cielo entonando cantos antes jamás oídos, la humanidad rendida a sus pies observando atónita el maravilloso espectáculo. Grande entre los grandes. Quizás el mejor músico de jazz de todos los tiempos. Descomunal. Único e irrepetible. Soberano astro que ilumina un firmamento cuajado de estrellas. Que deslumbra con sus rayos. Un músico prodigioso. Y dijo Bird hágase la luz y la luz se hizo. Llegó Parker y nació un nuevo jazz.
De una velocidad portentosa, centella, relámpago que cae del cielo. Cascadas de notas, raudales de sonidos, trinos que salen de su saxo, un puro turbión. Vertiginoso. Rápido de cabeza y de ejecución, dedos y aliento que obedecen sin rechistar la orden de una mente preclara.
A los quince años andaba ya buscándose un hueco en las bandas locales de su Kansas City natal, una ciudad con mucho swing. Luego en la orquesta de Jay McShann. Y después Nueva York. Todavía dubitativo, sí pero no, me atrevo pero no del todo, voy y vuelvo. Nueva York, Kansas, Nueva York. Con Earl Hines y más tarde con Billy Eckstine. Titubeos pasajeros propios del bisoño, pues en cuanto se asentó un tanto así en Nueva York en un visto y no visto la lió gorda y la lió parda, la lió de verdad y para siempre.
Un tipo que marcó una época. Que puso patas arribas el jazz. Que llevó a cabo una revolución. No estaba solo, no. A su lado se encontraban, entre otros, Dizzy Gillespie y Bud Powell. Mientras un asolado mundo se derrumbaba bajo las bombas durante la II Guerra Mundial, estos jovenzuelos se reunían todas las noches para tocar en Nueva York, en Harlem. Y alumbraban una música nueva. A cada época su lenguaje, su arte, su música. Un mundo viejo estaba agonizando y uno nuevo iba a nacer al ritmo del be bop.
No estaba solo. A su lado se encontraban, entre otros, Dizzy Gillespie y Bud Powell. Estos jovenzuelos se reunían todas las noches para tocar en Nueva York, en Harlem. Y alumbraban una música nueva
Genio que bajó a los infiernos y padeció sus horrores cada uno de los días que le tocó vivir, buscando una paz que le fue siempre negada. Heroinómano impenitente, la jeringuilla le colgaba del brazo allí donde fuera. Genial pese al caballo. Menudo talento debía de derrochar el tío, si yonqui y todo hizo lo que hizo. Por más que muchos músicos de aquel entonces empezaran a pincharse para imitar a Parker, para conseguir que el jaco les otorgara la inspiración que a Bird le sobraba. Eso enfurecía a Parker hasta hacerle perder los estribos.
A finales de 1945 Diz y Bird, Gillespie y Parker,se largaron a California a llevar la buena nueva del bop recién nacido. Pocas semanas después Gillespie regresó a Nueva York y Parker se quedó en Los Ángeles tocando aquí y allí, con unos y otros. Hasta que sufrió una crisis nerviosa que dió con sus huesos en el hospital de Camarillo, una especie de manicomio en el que pasó largos meses de horror y sufrimiento.
En 1947, cuando consiguió salir de allí, volvió raudo y veloz a Nueva York. Tal vez sea esta la etapa más fructífera de Parker. Estuvo en Europa, donde fue aclamado como un profeta del nuevo jazz. Pero no duró mucho la buena racha. Bird iba perdiendo sus plumas, rasando el vuelo. Cayendo en picado. En 1951 perdió la licencia para tocar en Nueva York y todo fue de mal en peor. Maltrecho, hecho un guiñapo, una ruina, una sombra, lo que no le impidió seguir tocando, sí, tocando siempre, pues su talento era inmenso. Y mostrar aún destellos de su genio, como en el famoso concierto de Toronto de 1953, con Dizzy Gillespie (trompeta), Bud Powell (piano), Charles Mingus (bajo) y Max Roach. Concierto memorable que se recuerda como uno de los mejores de todos los tiempos.Y eso que corren por ahí rumores de que Parker iba colocado hasta las trancas y que Powell andaba beodo como una cuba, lo que provocó tal enfado de Gillespie, Mingus y Roach que prometieron no volver a tocar con los dos descarriados.
El canto del cisne. La decadencia era imparable. Su hija murió de neumonía y esa fue la puntilla dada a un hombre que andaba arrastrándose con las últimas boqueadas. Intentos de suicidio, fiestas interminables, bebida a destajo, día tras día metiéndose heroína, puesto, ciego, colgado perdido.
Y así se fue Parker, Bird. Un pájaro del paraíso cuyos cantos inmortales resonarán hoy, mañana y siempre.
En 1955, cuando aún no había cumplido los treinta y cinco años, Charlie Parker, Bird, falleció en la ciudad de Nueva York. Y el luto cubrió con su negro manto la faz de la tierra, anegada por las lágrimas vertidas por millones de llorosos ojos inconsolables. Divino mortal. Un pájaro de altos vuelos que...
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