Rock
Elliott Murphy, el corredor de fondo
Cronista de su época y gran predicador del ‘rock’n’roll’, el músico vuelve a mostrar en su gira española cómo ha sabido reinventarse a sí mismo
Alberto Manzano 27/01/2016
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¿Quieres ser mi conexión nocturna?
Por favor, dame la corrección del mapa del alma
Y viajaremos toda la noche
Y si el sol nos coge
Pintaremos de negro las ventanillas
Tenemos lo que nos queda y tenemos lo que está bien
Viajaremos toda la noche
Nunca me gustó de dónde venimos
Necesitamos un cambio de desarrollo
Necesitamos un poco de dinamita
Pero si vas a ser mi reflejo
Dejaremos morir los recuerdos
Y viajaremos toda la noche
Estoy intentando vencer a la luz
(‘Drive All Night’, 1977)
Probablemente el músico norteamericano Elliott Murphy (Long Island, 16/3/49) sea el roquero que más tiempo haya vivido en la carretera. Puede llegar a hacer hasta ciento cincuenta conciertos al año, sobre todo en Europa (desde que se mudara a París en los años ochenta): España, Italia, Francia y Bélgica son los países que mejor le acogen. En su última gira, recaló en Madrid –sala Galileo-Galilei– el viernes 22 y el sábado 23 de enero, después de visitar Barcelona –Jamboree--, Murcia –Musik--, Zaragoza –Las Armas--, León –Cafetería Universitaria--, Pamplona y el País Vasco (Bilbao, Sopela), acompañado por su fiel escudero el extraordinario guitarrista francés Olivier Durand. Elliott suele repasar los surcos más profundos de sus legendarios vinilos: Aquashow (1973), Night Lights (1976) y Just A Story From America (1977), junto a otras composiciones más recientes. Con un trepidante rasgueo rítmico y todas las notas de su armónica sopladas al unísono, sus canciones desgarran la cortina invisible entre escenario y audiencia, creando una enérgica comunión consagrada al dios del rock, que hace levantar los tacones y las manos de sus fieles asistentes. Una especie de misa jubilosa oficiada por el gran predicador del rock’n’roll, un artista de culto, sin duda, que ha sabido reinventarse a sí mismo, consciente de poseer la discreción del talento y la sabiduría que le permite aislar lo esencial en sus composiciones: baladas de rock contra la tiranía de la superproducción, los clarinetes del alma riéndose de los altares donde se oxidan las estrellas. Hacia el final del concierto, Murphy dedicó dos temas a roqueros recientemente fallecidos: Heroes, de David Bowie, y Take It Easy, del tándem Glenn Frey (RIP) y Jackson Browne.
Elliott eligió la carretera como supervivencia, la vida del juglar para dejarse la piel con su guitarra acústica negra Taylor y llevar sus canciones a todos los rincones donde quisieran escucharle –sus venas han dado tres vueltas completas alrededor del mundo del arte– y a escribir lo que pocos han escrito en el mundo del rock (Leonard Cohen, Patti Smith, Nick Cave): dos novelas --Frío y Eléctrico, Justicia Poética--, varios libros de relatos –El León duerme esta Noche, Donde las Mujeres están Desnudas y Los Hombres son Ricos– y un libro de poesía –Cuarenta Poemas en Cuarenta Noches--. Murphy es un cronista de su época, y eso se nota en su pasado como periodista musical para la revista norteamericana Rolling Stone: entrevistó desde Tom Waits a Julio Iglesias… “aún estoy deslumbrado por el brillo de los zapatos de Julio,” diría Elliott… “La vida ha sido generosa conmigo y la luz me ha dado en los ojos como a los conejos en la carretera,” diría el crooner español.
Murphy estudió Literatura Inglesa y leyó todo lo que había que leer –sus canciones rebosan de referencias a F. Scott Fitzgerald, Hemingway, Lord Byron, Keats, Kerouac, o Whitman--, se pateó todos los museos que había que visitar –habla de Picasso, Warhol, Modigliani o Van Gogh, como experto en arte que es--, y uno de sus mayores intereses culturales está centrado en la gran pantalla: Fellini en lo más alto. Yo siempre me lo he imaginado como una araña tejiendo sus hilos artísticos (a base de todas las referencias mitológicas mencionadas) para confeccionar su acolchada red y descansar en el centro de la tela, donde los corazones de sus leales huestes se acercarán para ser devorados.
“El rock’n’roll es una especie de viaje trágico, de circo cómico. La poesía pura es algo más desnudo que eso: hay que leer al sangrante Rimbaud, al sufriente Keats, al burlón Byron, o al aullador Ginsberg. Supongo que es la timidez adolescente sobrante la que enmascara tan bien a la poesía del rock’n’roll bajo la pose de una cazadora de cuero. Todas esas cremalleras. Es el deporte de un tímido,” sentencia. “Pero para mí siempre han sido las letras de los perdedores las que contienen mayor sabiduría. ¿Acaso hay mayor perdedor que Jesucristo? Al fin y al cabo, el atormentado juglar siempre necesita una razón para quejarse.”
Las canciones de Elliott, de puño de acero pegando con guante de terciopelo en osadas incursiones al útero de la ciudad –Y todos éramos yonquis, camellos, putas y macarras– han dado paso a una escritura más objetiva, lejos de sus clichés congelados de héroes quemados y visiones de poetas románticos defendiendo la oscuridad –Sabes que los románticos pueden correr libres en la oscuridad / pero cuando llega la luz son los primeros en arrodillarse--, aunque siempre conservando una poesía demasiado ‘seria’, demasiado ‘sabia, para aislarse del comercialismo intrascendente de todos los tiempos:
Los recuerdos son como películas sin pantalla
Y la cronología solo es una especie de sueño
Que alguien baje todas esas banderas y detenga el saludo sacrificatorio
Soy el líder que buscaban
Daremos otra vez la bienvenida a los asesinos con misal y pistola
Dime quién avisará a la gente cuando suba la marea del engaño
¿O es algo mucho más natural?
¿Un instinto con el que debemos convivir?
‘El instinto,” se ríe el pescador, ‘es como intentar coger peces
Sé que viven en el agua, pero lo demás es fruto de la suerte
Oh, pero mis días de pesca han terminado
Aunque añore la suave curva de la caña
La vida es el sujeto, vivir es solo un verbo
(‘Prince Of Chaos’, 2006)
“Creo que mis canciones saben más de mí que yo mismo, o que yo de ellas,” subraya. “Solo me gustaría poder ser tan romántico, generoso, espiritual y digno de confianza como la persona que escribió estas canciones. Solo que tuviera la fe ciega de mi poesía –ser poeta es ser un creyente--, pero es que cuando dejo a un lado mi bolígrafo o mi guitarra, el mundo real entra tan impetuoso como la marea, y entonces floto en el mismo mar de dudas, temores, placeres y consternación general que todos los mortales”.
Notas poéticas y palabras musicales definen a Elliott Murphy, aunque él prefiera describirse como un “rimador y rasgador del rock poético”. Es hijo natural de Bob Dylan, y recuerda el fugaz contacto que tuvo con su progenitor artístico: “Yo estaba en Los Ángeles para grabar mi disco “Aquashow”. Pero el primer día de sesión fue un desastre. El productor quería que sonara como Hank Williams, y yo quería sonar como la Velvet Underground. Estuvo frenando Last Of The Rock Stars hasta que sonó como Your Cheating Heart y salí del estudio totalmente destrozado. Mi hermano Matthew, mi amigo George y yo nos fuimos a una famosa guarida roquera llamada The Roxy para ver qué demonios podíamos hacer. En aquellos días, en California, muchos restaurantes tenían unos reservados con sofás redondos tapizados colocados alrededor de las mesas. Así que estábamos sentados en uno de esos cuando de pronto puse mi codo sobre el sofá que tenía detrás y di un golpe en la cabeza de alguien que tenía el pelo rizado. Me di la vuelta para disculparme y adivina quién era… sí, el mismo Sr. Bob. Me quedé de piedra. No solo eso sino que sentados en la mesa con él estaban Joni Mitchell y Jack Nicholson. Bob se fue poco después y nosotros salimos en una ferviente persecución detrás de su estela. Intentamos seguir a su ‘break baby blue’, pero nos despistó. Probablemente se hubiera dado cuenta de que ‘el nuevo Dylan’ estaba en su espejo retrovisor, intentando cogerle. Es una broma. Pero esa experiencia me dio el valor para decir: “¡A la mierda!” y coger el primer avión a Nueva York, donde grabé mi primer disco, Aquashow, que acabó sonando mucho más al Sr. Bob que a Hank Williams o a la Velvet Underground de Lou Reed.
“Me duele el cerebro,” dice. “Tengo que ir a tocar mi guitarra.”
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Alberto Manzano
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