JAZZ
Duke Ellington, el duque del jazz
Ayax Merino 3/02/2016
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Este tipo no inventó el jazz, pero casi. El jazz no sé quien lo inventó, vaya usted a saber, eso es un misterio. Cuando nació el Duque allá por 1899, mira que ha llovido, es muy posible que hubiese por ahí por Luisiana o Virginia, o quizás por Tennessee, algún grupo tocando ya algo semejante a eso que conocemos como jazz. Así que no inventó el jazz, claro, pero casi, creo que ya lo he dicho.
Edward Kennedy Ellington, ahí es nada, casi nadie al aparato, nació en Washington en el seno de una familia medianamente acomodada, vaya, que no pasó penurias ni estrecheces. Me alegro por él. Ya desde niño recibió clases de música y a eso de los diecisiete o los dieciocho años dejó el instituto y se dedicó por entero al jazz, su gran vocación.
Tiempo más tarde, allá por 1922, se largó a Nueva York con su quinteto, The Washingtonians. Allí anduvo tocando por aquí y por allá, hasta que en 1927 le llegó su gran oportunidad al ser contratado por el Cotton Club, uno de los garitos más renombrados de aquellos tiempos. Vamos, que tocar allí suponía alcanzar la fama y triunfar. Lo que logró con creces Ellington con su grupo. Vean la película de Coppola, Cotton Club digo.
Un grupo que fue creciendo. Uno a uno, poco a poco, lo que se dice paulatinamente, se fueron incorporando nuevos músicos. Hasta que al fin fueron doce, pero no los doce del patíbulo ni doce hombres sin piedad, sino los maravillosos doce de Ellington. Ya está. Ya tenía entre sus manos una orquesta. Orquesta que Ellington convirtió en un aparato de precisión, una maquinaria perfecta que funcionaba a las mil maravillas con exactitud de reloj suizo. Claro, que también ayudó, y mucho, la categoría de los intérpretes que tocaron a sus órdenes. Que el Duque no tenía ni un pelo de tonto y eligió para su banda músicos siempre de gran talla, de primer nivel. No me puedo resistir a la tentación de citar, a modo de homenaje, a alguno que otro de los que le acompañaron en su muy larga carrera, como Johnny Hodges (saxo alto), Russell Procope (clarinete y saxo alto), Harry Carney (saxo barítono), Paul Gonsalves (saxo tenor), Cat Anderson (trompeta), Ray Nance (trompeta y, a veces, violín), Lawrence Brown (trombón), Wendell Marshal (bajo) o Sam Woodyard (batería).
El Duque no se puede decir que fuese un gran virtuoso con el piano. Lo tocaba con un estilo muy propio, es verdad, y fácil de reconocer. Pero su instrumento verdadero no era el piano, no. Qué va, para nada. Su instrumento era la orquesta, la gran banda, la big band. Y con ella, sí, ¡vaya que sí!, era un maestro.
Y encima el maestro se topó un buen día de 1938 con su alma gemela, con Billy Strayhorn, su brazo derecho durante un porrón de años hasta la muerte de Billy en 1967. Que se entendían a las mil maravillas y se compenetraban a la perfección. Algunos de los mayores éxitos de Ellington, Take the A train por ejemplo, salieron del caletre de Strayhorn.
Y con la fama, claro, llegaron los discos, los conciertos, las actuaciones en la radio, las películas, las giras por todo EE.UU. y Europa. Un año y otro, un decenio y otro, en lo más alto, en la cresta de la ola.
Hasta que irrumpió de repente como una tormenta el be bop y las orquestas de jazz comenzaron su imparable decadencia. Hombre, no es que el Duque cayera en el olvido, no, pero sí es cierto que su estrella se eclipsó un tanto. Pero Ellington no se arredró por eso, ni se traicionó a sí mismo. Y siguió erre que erre en sus trece, con lo que sabía hacer mejor que nadie. Y a mediados de los cincuenta volvió de nuevo a cobrar la fama que merecía. Festivales como el de Newport, conciertos, discos, de nuevo en lo más alto. Por aquel entonces compone la banda sonora de Anatomía de un asesinato, de Otto Preminger, soberbia película en la que aparece en una secuencia tocando en un garito e invitando a James Stewart a sentarse al piano con él.
Lo suyo era la banda y el swing. Pero eso no significa que estuviera sordo. Ellington sabía muy bien que esos músicos que andaban por ahí haciendo otro jazz, el bop y sus secuelas, eran músicos excepcionales que tampoco estaban sordos ni eran idiotas y admiraban sin reparos al maestro, al viejo Duque. Merece la pena escuchar los discos que grabó con Coltrane, con Gillespie o con Max Roach y Charles Mingus.
Este tío era la releche, el copón, ¿lo he dicho ya? Tal vez el músico más importante que haya dado el jazz. Compositor fecundo y maravilloso arreglista, dio a la luz un montón de canciones. Ni se sabe cuántas. Dos o tres mil. Y eso que muchas se han perdido, por la manía que tenía este hombre de apuntar las ideas que le venían a la cabeza en el momento y sobre la marcha en cualquier cacho de papel que tuviera a mano, cacho de papel que acababa por desaparecer las más de las veces. Descuidado que era, a lo que se ve.
Sus canciones son ya clásicos del jazz. Piezas que han sido interpretadas por todos los músicos sin excepción, de cualquier estilo y condición. Y que seguirán tocándose por los siglos de los siglos.
¡Con todos ustedes, Duke Ellington y su orquesta!
Este tipo no inventó el jazz, pero casi. El jazz no sé quien lo inventó, vaya usted a saber, eso es un misterio. Cuando nació el Duque allá por 1899, mira que ha llovido, es muy posible que hubiese por ahí por Luisiana o Virginia, o quizás por Tennessee, algún grupo tocando ya algo semejante a eso que...
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Ayax Merino
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