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John Wyndham
Traducción: José Valdivieso
Editorial Minotauro, 2008
278 páginas
Los miedos y deseos de una sociedad se pueden ver en las obras de ciencia ficción que en ella se escriben. Durante los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, hubo diversas obras —también en cine— que aludían de forma más o menos velada al enfrentamiento entre Estados Unidos (Occidente en general) y la URSS. Una de estas obras es El día de los Trífidos, escrita en 1951 por el británico John Wyndham. Lo que comienza como una novela postapocalíptica termina siendo una interesante reflexión sobre la humanidad, el Leviatán y lo que, pese a todo, llamamos sociedad civilizada.
La novela comienza con el protagonista, Bill Masen, recuperándose de una operación de ojos en un hospital. Al despertar siente que algo extraño sucede: es miércoles, pero parece domingo a juzgar por el silencio de la ciudad. Pronto descubre la razón de ese silencio. La mayor parte de la población ha perdido la visión, la tierra está compuesta por un 99% de personas ciegas. Décadas después, Saramago retomaría esta idea en su Ensayo sobre la ceguera, en un tono muy diferente.
Un cometa que pasaba por la Tierra es la causa posible de esta ceguera generalizada. Fue, según cuenta el protagonista, un acontecimiento especial; las autoridades y los medios animaron a la población a mirar al cielo, a esa piedra incandescente de la que salían luces verdes. Aquellos que, como él, no pudieron mirar al cielo, se salvaron. Al final de la novela, Bill se preguntará por el verdadero origen de la ceguera. ¿Era realmente un cometa? ¿Era un satélite soviético? ¿Fue una masacre colectiva ordenada por un gobierno?
Junto con este presunto cometa, el otro elemento inusual en la novela son los trífidos, unas plantas creadas por científicos soviéticos capaces de sentir, moverse por la ciudad y hablar entre ellas. Durante años han sido cultivadas para la industria aceitera, pero ahora se han rebelado y atacan a los humanos. El capítulo dedicado a su origen es magnífico. El propio Bill ha estudiado estas plantas durante años y se encontraba en el hospital debido, precisamente, a un rasguño superficial producido por un aguijón de trífido.
Así, los humanos deben aprender a vivir en un mundo oscuro y con la amenaza de plantas asesinas que se mueven mejor que ellos. El orden establecido se desmorona. Los saqueos, el robo, la violencia… todo está permitido. Aunque cuesta librarse de las antiguas normas.
Allí estaban las tiendas vacías y sin vigilancia, con comida en los escaparates… y aquí estaba yo, con hambre y con dinero para pagar. Y si no quería pagar sólo tenía que romper unos vidrios y servirme a mi gusto.
Sin embargo, era difícil decidirse. No estaba preparado todavía para admitir, después de casi treinta años de una existencia respetuosa del derecho y de una vida sujeta a las leyes, que las cosas hubiesen cambiado, de algún modo, fundamentalmente. Tenía también la impresión de que mientras siguiese siendo el mismo las cosas volverían, aunque no imaginaba cómo, a su normalidad. Era indudablemente absurdo, pero sentía de veras que en el momento en que metiese la mano en uno de esos escaparates, dejaría para siempre el viejo orden. Me convertiría en un ladrón, un asaltante, un animal de rapiña que se alimenta de un cadáver: ese sistema que me había alimentado hasta entonces. ¡Qué sensibilidad tan fina en un mundo destruido!
Llega la barbarie. Millones de personas ciegas buscan comida desesperadas. Unos pocos ven y esa capacidad se ha vuelto casi un superpoder; es un tesoro que otros ciegos quieren exprimir y para ello no dudan en emplear la violencia. Bill se cruza con una mujer que ve, Josella, atada con una cadena por un ciego; la ayuda a escapar y juntos buscan un refugio. Por supuesto, aunque al inicio no se soportan y son muy diferentes, nacerá el amor entre los personajes. Tal vez esta subtrama sea lo más flojo de la novela. Es cierto que en tiempos duros cualquier relación se magnifica (como en la casa de GH), pero aquí sucede demasiado rápido.
Tras el fin del mundo tal y como se conoce, la vida vuelve a ser “solitaria, pobre, sucia, brutal y corta”. Los que ven deben tomar duras decisiones morales:
—Si afrontamos honradamente el problema sólo caben dos posibilidades —dijo—. O tratamos de salvar lo que puede salvarse —y eso nos incluye a nosotros—, o nos dedicamos a alargar la vida de esta gente un poco más. No hay punto de vista, para mí, más objetivo.
Pero sí también que lo más humano sería, quizá, elegir la muerte. ¿Nos pasaremos la vida prolongando miseria cuando sabemos que en última instancia no hay posibilidad de salvación? ¿No podemos hacer un uso mejor de nosotros mismos?
Bill y Josella encuentran un grupo de personas que no han perdido la visión. Se refugian en la universidad, bajo la batuta de un hombre al que llaman el coronel. Es una protocomunidad en ese nuevo mundo, con su división de tareas y su jerarquía. Buscan reconstruir el mundo; y para ello deben cambiar las reglas morales del anterior.
El mundo que hemos conocido no existe, ha desaparecido. En este tiempo que ahora nos aguarda, muchos de los prejuicios que nos han inculcado tienen que desaparecer o ser transformados radicalmente. Podemos aceptar y mantener sólo un prejuicio elemental: hay que salvar la raza. Todo tiene que subordinarse, por un tiempo al menos, a eso. Debemos hacerlo todo teniendo siempre presente una pregunta: ¿Ayudará esto a preservar nuestra raza… o acabará con nosotros? Si nuestro acto ayuda a esa preservación, debemos llevarlo a cabo, aunque no esté de acuerdo con las ideas que nos han sido impuestas. Si no, debemos evitarlo, aunque esa omisión choque con nuestras viejas nociones.
—Hay algo que tienen que comprender claramente antes de unirse a nosotros. Todos harán su parte: los hombres tendrán que trabajar. Las mujeres tendrán que tener hijos. Sólo si están de acuerdo con esto podrán ingresar en nuestra comunidad.
Luego de una pausa de pesado silencio, el hombre añadió:
—Podemos mantener un limitado número de mujeres ciegas, porque esas mujeres tendrán niños que podrán ver. No podemos mantener a hombres ciegos. En nuestro nuevo mundo, por lo tanto, los niños serán mucho más importantes que los maridos.
La segunda mitad de la novela es una road movie en la que Bill trata primero de escapar de unos ciegos que lo secuestran para utilizarlo de guía y después recorre el país en un camión en busca de Josella. Por el camino se cruzará con pistoleros, con bandas violentas, con pequeños grupos de personas indefensas, con niñas aisladas…
Wyndham escribe con un estilo ágil, prima la acción sobre la descripción y hay pocos espacios para reflexionar sobre el futuro. Acierta cuando muestra un mundo devastado y los comportamientos que nacen en él. Pero la novela falla en los personajes; o bien son demasiado planos o bien su transformación es demasiado rápida. Al final, es una obra de ciencia ficción, y en ellas suele (o solía) primar la acción y la construcción de un mundo sobre la construcción de personajes.
El día de los Trífidos puede ser entendido como un buen antecedente de The Walking Dead; aquí no hay zombis pero las necesidades de los humanos que sobreviven a la catástrofe son similares. Termina la novela con la alusión a un lugar donde se está reconstruyendo la sociedad, con médicos, maestros y niños; un lugar que se contrapone a un sistema feudal de bandas. Una buena reflexión sobre la política y el nacimiento del Leviatán.
John Wyndham
Traducción: José Valdivieso
Editorial Minotauro,...
Autor >
Raúl Gay
Periodista. Ha trabajado en Aragón TV, ha escrito reseñas en Artes y Letras y ha sido coeditor del blog De retrones y hombres en eldiario.es. Sus amigos le decían que para ser feliz sólo necesitaba un libro, una tostada de Nutella y una cocacola. No se equivocaban.
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