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He empezado esta semana del mismo modo que acabé la anterior: leyendo artículos y viendo entrevistas sobre la mujer como objeto de violencia.
El sábado 6 de febrero se celebró el día internacional contra la mutilación genital femenina, que afecta, según datos de la OMS, a 125 millones de niñas y mujeres de 29 países de África y Oriente Medio donde es practicada indistintamente por cristianos, musulmanes y animistas.
Naciones Unidas afirma que esta práctica viola los derechos humanos y daña la salud de las niñas que son sometidas a ella. UNFPA y Unicef lideran el Programa Conjunto, el mayor programa a escala mundial que tiene como objetivo acelerar la eliminación de la ablación femenina teniendo en cuenta las diferencias culturales y buscando la colaboración de las comunidades. Su misión: conseguir el abandono de este rito en el plazo de una generación.
Ojalá se consiga. Pero mi escepticismo y mi pesimismo irremediables me hacen desconfiar. Algún día se logrará, pero el de una generación me parece un tiempo demasiado breve como para extirpar una costumbre tan arraigada a una tradición propia de sociedades profundamente machistas y patriarcales que ven en el placer y la voluntad de una mujer una amenaza. Lo sienten así los hombres, pero también las mujeres, que prefieren que sus hijas pasen por la misma tortura que ellas padecieron a enfrentarse al rechazo de una sociedad que las juzgaría como inadecuadas para el matrimonio. Y no poder casarte en una comunidad que no tiene otro papel reservado para la mujer que el de esposa sumisa y fiel es una condena mucho peor que vivir sin labios menores ni clítoris, tanto que, aunque se ilegalice la ablación, no se puede asegurar aún que las niñas lleguen a la edad adulta sin ser mutiladas.
Y esta semana ha empezado con la resaca del capítulo El machismo mata del programa dirigido por Jordi Évole. Mientras lo veía, anoté palabras o expresiones que llamaron mi atención: hombres restringidos emocionalmente, mala educación, poder, control, superioridad frente a la mujer, anulación, dependencia, trampa, tratamiento inadecuado del tema en los medios, patriarcado, sociedad machista, eres tonta, eres una puta, mi madre lo consentía...
Todas estas palabras me han recordado lo machista de mi educación. Hace poco impartí un taller de lector editorial. Se lo conté a mis padres. Les dije lo contenta que estaba por la buena valoración que habían hecho los alumnos de mi desempeño. Mi padre se alegró íntimamente. Siempre se alegra de los logros de sus hijas para sus adentros y para sus amigos, pero nunca les reconoce sus méritos. Como siempre, le restó importancia a mi pequeño logro. Mi madre también se alegró y me dijo que había salido muy guapa en las fotos que hicimos del grupo. Desde muy niña he tenido la certeza de que, si hubiera sido un hijo varón, mi padre me habría sacado la clavícula de sitio por la fuerza de las palmadas en el hombro que me habría dado cada vez que le hubiera contado un triunfo. Pero soy una mujer y mis puntos valen la mitad en esta partida que me ha tocado jugar.
Recuerdo la sensación de ninguneo que me calentaba de rabia durante las conversaciones familiares cuando era adolescente. Intentaba que me escucharan los hombres, que pusieran atención a las palabras con las que pretendía contarles mis importantes historias mínimas... ¿Oís? Pero no me oían. De niña creía que era porque hablaba demasiado bajo y subía la voz, casi chillaba. Entonces, me mandaban callar y me conformaba con escuchar el relato de mi abuela de cómo llevó a mi abuelo el desayuno a la cama cada día de su vida en común. Y el hombre se levantaba a las cinco de la mañana.
En las comidas fuera de casa, los hombres de mi familia pedían café y no contaban a las mujeres. 'Pero si no os gusta el café', decían cuando protestaba. Y era cierto, en parte. No les gustaba a algunas, a mí sí me gustaba, cortado con la leche muy caliente. Era raro que lo supiera el camarero del bar de la facultad, pero no mi padre.
Era raro, pero hasta hace poco me parecía normal, y quizás eso sea lo más extraño.
De su mala educación a la mía no hay más que una generación y, por lo visto y oído, parece que no ha dado tiempo a reeducar en la igualdad a toda una sociedad.
He empezado esta semana del mismo modo que acabé la anterior: leyendo artículos y viendo entrevistas sobre la mujer como objeto de violencia.
El sábado 6 de febrero se celebró el día internacional contra la mutilación genital femenina, que afecta, según datos de la OMS, a 125 millones de niñas y mujeres...
Autor >
Desirée Baudel
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