Tribuna
Hacia encuentros posibles entre ciencia y humanidades en torno al control de la tecnología
Las aplicaciones de la ciencia, especialmente el desarrollo tecnológico, han de someterse al control de las humanidades para evaluar su grado de adecuación al desarrollo humano y la mejora del entorno vital que facilita u obstruye su dignidad
Joan Pedro-Carañana 17/02/2016
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Son necesarias en España reflexiones, como las de Mario S. Arsenal para CTXT, que pongan de relieve el valor de las humanidades en un contexto en el que van siendo relegadas al cajón de los saberes supuestamente inútiles. El conflicto y la división histórica entre las dos culturas que ya identificó Charles P. Snow parecen ir zanjándose en beneficio de una supuesta superioridad de la ciencia y, especialmente, de sus aplicaciones tecnológicas, que relegan a las humanidades a una posición marginal.
La obsesión positivista por lo objetivo, lo exacto, la cuantificación, la certeza y lo mecánico ha llegado incluso a las propias humanidades que, como señala el artículo de Arsenal, están siendo cautivadas por criterios de adaptación al mercado, particularmente al tecnomercado, por ejemplo, con el desarrollo de las humanidades digitales. El artículo sirve de correctivo al tecnoutopismo predominante, vinculado al tecnocentrismo, al tecnodeterminismo y, finalmente, a la tecnocracia. A Pico della Mirandola jamás se le hubiese ocurrido dedicarse a las humanidades impresas, en una equiparación de status que priva a las humanidades del carácter prioritario que tiene el concepto de humanidad que las define.
Para las humanidades son prioritarias la experiencia humana y el conocimiento del pasado para construir el futuro —no la tecnología--. La incidencia de la tecnología en la continuidad o el cambio viene marcada por los usos sociales que de ella se hagan, que, a su vez, llevan la impronta de las estructuras que, en cada sociedad, ofrecen posibilidades y establecen límites al pensamiento y a la acción. El centro de las humanidades se encuentra en el ejercicio de la libertad humana, mediada por la igualdad y la solidaridad, permitiendo confrontar las estructuras autoritarias y aprovechar los grados de autonomía para ampliar la dignidad humana.
Si el conocimiento tiene valor en sí mismo y por ello contribuye a la expansión de la dignidad de las personas, parece razonable partir del axioma de que tanto la ciencia como las humanidades han contribuido al progreso humano. Por eso hay necesidad de debate y, sobre todo, de mayor diálogo entre ambas culturas. A pesar de la creciente división y subdivisión de saberes, una perspectiva histórica nos permite ver puntos en común y los puentes que se han intentado tender entre ellas.
Sin renunciar a la validez de cada tipo de saber por sí mismo, ni a la consideración de que tienden a encargarse de distintos objetos de estudio o siguen enfoques diferentes, es posible identificar sinergias entre ciencias y humanidades en igualdad de condiciones. Esas sinergias han intentado materializarse crecientemente en las ciencias sociales, por ejemplo, mediante la integración de la historia y la sociología con la teoría de sistemas y la cibernética, la teoría de la evolución o conceptos provenientes de la física, con el objetivo de ejercer algún tipo de control sobre el cambio social.
Un punto de encuentro obvio entre la ciencia y las humanidades sería restablecer la idea de que las aplicaciones de la ciencia, especialmente el desarrollo tecnológico, han de someterse al control de las humanidades, para evaluar su grado de adecuación al desarrollo humano y la mejora del entorno vital que facilita u obstruye su dignidad. Se comprende la advertencia de más de 1.000 científicos y expertos en tecnología sobre el peligro de las aplicaciones militares de la inteligencia artificial, como el desarrollo de armas autónomas que seleccionen y se dirijan al objetivo sin intervención humana. Se requieren políticas públicas humanistas.
Mediante un mayor control humanístico de las tecnologías podría reducirse el desfase prometeico del que habló Günther Anders y que la literatura distópica y de ciencia-ficción han imaginado con profundidad: la diferencia entre el enorme desarrollo y poder tecnológico y las capacidades limitadas que tenemos para comprender los efectos de dicho poder, hasta que finalmente nos supera.
El principio humanista de cuestionar, hacer preguntas, es igualmente un principio científico. La evidencia como criterio de validación científica le es útil al humanista cuando quiere conocer la realidad existente para imaginar otros mundos y transformarla. La historia y la imaginación le sirven al científico para plantear nuevos problemas o efectuar rupturas paradigmáticas. La filosofía acompaña a la física en su epistemología. Los sistemas clasificatorios sirven para la tabla periódica y también para identificar géneros literarios y discursivos. La totalidad y las partes de los fenómenos y sus interconexiones devienen cada vez más importantes en la comprensión del mundo, desde lo simple a lo complejo y viceversa, y desde las relaciones entre lo concreto y lo abstracto.
No cabe entender que fundamentar el pensamiento en la evidencia y en la validez interna (lógica) de los modelos suponga objetividad, certeza o determinismo absolutos, que ya fueron abandonados hacia finales de la Revolución científica de los siglos XVII-XVIII. Importantes científicos, como Newton, llegaron a la comprensión de que el universo no funciona según leyes mecánicas y advirtieron que en la naturaleza había vida, libertad, pensamiento, sentido, percepción, espíritu. El universo no se regiría según leyes universales estrictamente físicas, sino que estaría compuesto de distintas partes que funcionan de distinto modo, ya sea mecánico, químico, óptico, cultural, económico u otro, lo que requeriría distintas perspectivas científicas, entre las que, con el tiempo, pudiesen establecerse conexiones.
Los científicos reconocieron que con el modelo mecánico se podían describir los principios matemáticos de los fenómenos, pero no explicar su funcionamiento real y sus causas profundas. Es más, frente a la suposición de un conocimiento objetivo y completo de los fenómenos, indicaron que las capacidades cognitivas de los humanos son limitadas para alcanzar un verdadero conocimiento de los secretos de la naturaleza, de sus causas ocultas. Abandonaron la idea de la temprana revolución científica de que el mundo sería inteligible, empírica y racionalmente, para los humanos; la aspiración sería construir teorías explicativas inteligibles. El criterio de inteligibilidad se trasladó de la naturaleza a la teoría. La física cuántica de Planck, Bohr, Einstein y Heisenberg continuará la transición del criterio de inteligibilidad desde el mundo a la teoría (con sus elementos subjetivos y sus criterios de objetivación), y pondrá en primer plano principios como la relatividad y la incertidumbre (o indeterminación).
Los valores son y han sido importantes en validar los procesos cognitivos. La Ilustración estableció la ética como criterio de verdad: el conocimiento es válido cuando se orienta a contribuir a la libertad, a la igualdad y a la justicia. La educación se concibe como el principal instrumento para la humanización, el proceso en el que la cultura y el conocimiento permiten perfeccionar y liberar al ser humano a partir del desenvolvimiento de su propia naturaleza. Desde este punto de vista, el conocimiento se fundamenta en que la acción humana debe ser guiada por una visión de una sociedad futura que maximice el libre desarrollo de las capacidades creativas y los valores altruistas característicos de la naturaleza humana.
También la teoría crítica está fundada en la utopía de construir una nueva realidad social, una utopía que sirve precisamente para guiar y avanzar en el camino. La imaginación creativa es eje clave del marxismo. La validez de su teoría se comprueba en la práctica justa y solidaria de las sociedades cuando transforman sus condiciones de vida. El principio físico de que el sujeto que investiga interviene en el objeto investigado tiene una conceptualización concreta en la teoría crítica: el conocimiento colectivo de la sociedad supone una forma de autoconocimiento que transforma el propio sujeto-objeto de estudio cuando se conoce a sí mismo y se reconoce avanzando en libertad e igualdad con los demás. Pensamiento y acción se conjugan para impulsar el cambio social, cuyo devenir permite confirmar o refutar la teoría.
La imaginación sociológica permite conocerse a uno mismo mediante el conocimiento de los demás y de las circunstancias históricas en las que se mueven. Las conexiones clave entre la historia, la experiencia individual y la sociedad salen a la superficie, impulsándose, así, un mejor conocimiento y las posibilidades de cambio social. Un joven y brillante investigador, con amplia experiencia internacional y premios a la innovación, explica en televisión que las magníficas condiciones para investigar nanorrobótica que disfruta en su centro público español son equiparables a las de cualquier país avanzado. Otra investigadora, igualmente brillante y galardonada, pero precaria, incorpora una visión más humanista y social que conecta las biografías individuales con la realidad social colectiva, matizando que el primer joven es una excepción y que la norma es la escasez de oportunidades y de medios, los recortes, la falta de expectativas, la fuga de cerebros y las trabas institucionales y burocráticas.
El análisis de la sociedad ha podido beneficiarse de la incorporación de categorías de validación del conocimiento proveniente de las ciencias naturales como sistema, incertidumbre, determinación, contingencia, emergencia equilibrio/desequilibrio, entropía/neguentropía, caos, feedback o bifurcación, algunas de las cuales han sido empleadas, por ejemplo, para el análisis del sistema-mundo, el estudio de los procesos de estructuración y autoorganización social y del papel que en ellos cumple la comunicación, la aplicación de una epistemología de sistemas a la investigación de la comunicación o para estudiar cómo la comunicación introduce orden y desorden en la sociedad.
Según la realidad que se estudie, los objetivos de la investigación y la etapa del proceso de conocimiento puede ser más apropiada una u otra perspectiva. Pero puede avanzarse en las sinergias y el entendimiento entre ciencia y humanidades, especialmente cuando el conocimiento se apoya en la evidencia para entender cómo es el mundo y en la ética para guiar el cambio; en investigar la naturaleza humana y ambiental, las estructuras sociales y la agencia individual y colectiva; en identificar los elementos determinantes y las opciones; combinando subjetividad y objetividad en distintos grados. En este periodo histórico, el control científico, humanístico y social de las tecnologías puede ser un eje clave en el largo camino de liberación del ser humano de las estructuras autoritarias y de construcción de una sociedad basada en la igualdad, la libertad, la justicia y la cooperación, que permita ampliar la dignidad humana.
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Joan Pedro es profesor de Media and Communications en la Saint Louis University (Madrid Campus) y doctor europeo cum laude en Comunicación, Cambio Social y Desarrollo por la Universidad Complutense de Madrid.
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