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La frase consistente en decir: "mientras unos señalan la luna, otros se señalan el dedo" acostumbra a ser un lugar común y elegante -y por lo tanto, inocuo- para aludir a los puntos de vista de los diferentes medios. Empieza a no significar nada, y empieza a no encajar en los medios hispanos, que parecen no platearse ya enseñar la luna o el dedo a nadie, si no sus, ejem, XXXXX.
Los medios locales empiezan a ser comunidades de significados. Velan —es decir, tutelan al lector en esa dirección— por el significado de lo que informan, antes de por la información, así a lo bestia. Los lectores, de una forma u otra y a estas alturas de la tragedia, supongo que acuden a ellos no a buscar información, sino a confirmar significados, lógicas que, tal vez, ya no sean tan palpables fuera de esos medios. Todo esto tiene una dimensión dramática ya, si pensamos que los medios locales en papel llevan años ofreciendo su servicio de empaquetado y entrega de significados, antes que de información. Metáfora: hoy en día, por ejemplo, resultaría difícil que se volvieran a escribir y a publicar artículos como, no sé, "El Rasgo", de Castelar. Describía la corrupción de Isabel II. Ofrecer esa información, le costó el exilio a Castelar. Pero, en breve, el trono a Isabel II. El lector, en parte gracias a artículos como ese, gracias a esa información, podía organizarse sus propios significados. O el "Delenda est Monarchia" —observo con cierta sorpresa como los medios que elaboran significados, acostumbran a presentar a Ortega en su etapa republicana y posteriorZzzzz, y no en sus fases gamberras anteriores—, artículo que posibilitó, en breve, el exilio de otro rey corrupto -por aquí abajo, en fin, no hay noticia de otros-. Es decir, defensa de criterios democráticos —el periodismo es, básicamente eso—, frente a los criterios radicales y poco democráticos del Estado. Con la que está cayendo —una crisis política, económica, democrática, tal vez sin precedentes—, y con los principales partidos e instituciones —entre ellas, la Monarquía—, inmersas en casos judiciales que, en otras culturas, hubieran supuesto su fin, por aquí abajo nadie tiene ya en la cabeza marcarse un El Rasgo, o un Delenda est. Ningún emisor de artículos —periodista o medio en papel—, visualizaría esos artículos como información, sino como desestabilización. O, lo que es lo mismo, los medios han decidido que su función ya no es informar, sino crear estabilidad. Crear significados en la línea opuesta, en muchas veces, a la de la información.
¿Cómo se consigue eso? Lo dicho, enseñado los XXXXX. Es decir, cualquier otra cosa, alejada de la realidad, que colabore a crear el significado de orden y cohesión, y le diga al lector que el conflicto está en otro lado. Veamos, hermanos, un bello ejemplo, brindado por la familia artística The Pujolettes.
La semana pasada, Pujol fue a declarar a la Audiencia. Salió en los medios, claro. Pero como telonero del gran tema de esos días, con el que se significaba la realidad. Ya saben: la terrible crisis humanitaria denominada el Caso de los Titiriteros Asesinos.
Tras esa resignficación —Pujol es un caso menor, que no amenaza a la democracia, no como los titiricidas—, se suceden otras en el redactado. Pujol —el apellido Pujol es uno de los 5 primeros apellidos de la lista Falciani; unos 3000 millones; la Casa Real, comenta el falcianismo, está más arriba en ese top-5—, es un hombre que defiende su tesis. A la que, por tanto, se le entrega algo de crédito. Por otra parte, sus hijos no están asociados en sus empresas a nombres propios del PP financiero. A lo sumo, es un caso de corrupción más. Otro acceso individual a esa lacra que es la corrupción. Por un caso de político corrupto, hay miles que no lo son, etc.
Esta semana, por cierto, a Pujol se le ha retirado el pasaporte.
Algo serio, si pensamos que según otra noticia de esta semana, en los Glory Days, cuando la élite política y la elite española iban como un piñón, y marchaban juntos, y el rey en primero, por la senda de la comisión y la empresa regulada, los Presis de la Gene disponían, en el momento de pasar a la situación de reserva, de pasaporte diplomático.
Pero tampoco ha cundido la noticia de la solemne retirada de pasaporte, tal vez igualmente solemne. La razón: la información estaba organizada en otro sentido, organizando otros significados. Verbigracia: en el Saló del Consell de Cent, la sala gótica de l'Ajuntament de Barcelona —bueno, era gótica hasta que lo bombardearon los italianos, más dados al cinquecento—, una señora dijo la palabra coño.
N del T: un coño, en catalán responde al nombre de cony, si bien, según leo en la wiki, suele tener las mismas dimensiones y funciones que sus homólogos castellanos. Anyway. Se iniciaba, con ese coño/cony una batalla cultural por todo lo alto. Tal vez, nada que ver con la batallita de los titiriteros, pues esta era republicana. Es decir, Republican Party style. El Estado ha participado, así, poco, pero no así las opciones locales proto-Tea Party. A saber: los chicos y chicas del Carajillo Party -entorno del PP-, y els nois i noies del Melody-Party —chicas y chicos del entorno Catalunya eterna; las esencias eternas de una nación, por cierto, suelen ser las mismas cada 300 km; tienen en común, entre otros preciosismos, que nunca tienen cony.
El Terrible Caso del Coño Gótico fue creciendo. Hasta ser más grande que el pasaporte de Pujol, la corrupción estructural, o la ausencia de éxitos de esta semana en la disciplina Procés. Gracias, en fin, a esa significación de la realidad, en la que se presenta un cony como la última frontera, y se elabora a través de él una teoría del caos, que afecta a la democracia, y que dibuja un Govern Municipal peligroso, fuera de lugar, inepto. Otros accesos a la realidad tal vez más reales, estadísticos, como mangar 3000 millones, por ejemplo, queda en el limbo, la duda y las noticias breves. Por si les interesa, aquí tienen una muestra de cómo se hace eso en la lengua del Tirant lo Blanc. O en Lima. Eso se hace a), por escrito, modulando un tono moderado, que ocupa la centralidad política, que dibuja como pernicioso a un tipo de políticas mientras, por el mismo precio, desaparecen del mapa otras políticas a las que se les retira el pasaporte:
También se hace vía tertulia. El gran género informativo español-catalán, que hace todo lo anterior, pero más rápido y de forma más divertida.
Enseñar los huevos -o, como han visto, el cony-, en vez del dedo o la luna, es un filón. Quizás no lo vemos porque sucede 24h sur 24h. Es un motor de la política española y catalana, pues el hecho de disponer de medios que tienen interiorizado su rol cohesionador, de significar en la dirección que se les señale, es un motor para cualquier Gobierno. Sucede en todas partes de la Península. En Catalunya, esta semana ha vuelto a suceder en otra noticia breve. Y, snif, metafórica. La CUP, que abogaba por el retorno de Aigues del Ter i Llobregat —empresa pública privatizada de manera, al parecer, fraudulenta—, esta semana ha imposibilitado esa devolución de la empresa a lo público en una votación en el Parlament. La razón: ya será pública con la Independencia, mañana o pasado. La independencia, en Catalunya, es eso que el Govern y los medios públicos y concertados enseñan en el trance de señalar el dedo o la luna.
La frase consistente en decir: "mientras unos señalan la luna, otros se señalan el dedo" acostumbra a ser un lugar común y elegante -y por lo tanto, inocuo- para aludir a los puntos de vista de los diferentes medios. Empieza a no significar nada, y empieza a no encajar en los medios hispanos, que...
Autor >
Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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