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El refranero peninsular sobre el carácter de las diversas sociedades de la Península --ya saben, un maño es tozudo, un andaluz simpático, etcétera-- es un corpus formado en el siglo XIV. Desde entonces, ha cambiado poco y ha sufrido pocas incorporaciones, que por otra parte venían a repetir o intensificar esas cosmovisiones fijadas. Las fórmulas para aludir a esas sociedades, en fin, son las mismas desde Mariacastaña. La curiosidad es que, aun siendo las mismas, algunas han cambiado de significado. Muy pocas y en el caso catalán. Verbigracia, el refrán “Los catalanes de las piedras hacen panes”. Hoy se utiliza y se entiende como una meditación sobre el carácter industrioso de los catalanes, capaces de transformar una piedra en un soufflé. Rajoy, gran renovador de la lengua, reformuló el refrán e intensificó esa idea con su ya hoy clásico “me gustan los catalanes porque hacen cosas”. Pero lo sorprendente del adagio de los catalanes y los panes es que, cuando nació, no sólo no quería explicar eso, sino que eso era, incluso, inimaginable. Aludía a todo lo contrario. A la pobreza extrema y crisis económica y social en la Catalunya del siglo XVI --que es cuando se documenta la frase--, una tierra poblada por unos tipos y unas tipas capaces de comerse una piedra a falta de otra cosa.
Entre el sentido inicial del refrán y su sentido actual ha sucedido, entonces, un cambio de significado llamativo. Lo que orienta hacia la idea de que las sociedades no son inamovibles, ni las percepciones sobre ellas. En el caso de la percepción y la autopercepción catalana, que pasa de dibujar una sociedad comiéndose sus macizos calcáreos en el XVI a una sociedad fabril, ocurrente e ingeniosa en el XIX --cuando nace ese significado, que se mantiene hasta esta mañana a primera hora--, pesa más el mito que la observación. En el siglo XVI, parece ser que ningún catalán, en efecto, se comió ninguna piedra frotada con tomate. En el siglo XIX, la desnutrición de las personas que trabajaban en las fábricas que, al parecer, transformaban las piedras en panes, era notoria. Ildefons Cerdà, el urbanista de la nueva Barcelona, antes de hacer su diseño de ciudad hizo una completa encuesta de hábitos y usos de los barceloneses. El apartado alimentación hace, directamente, llorar. Los dos significados del refrán en sus dos épocas, vamos, son dos depuraciones de la realidad. La segunda, más descomunal. Ordena una sociedad a partir de una capacidad que no tienen todos sus individuos: fabricar. Es decir, tener fábricas.
Ese confundir las élites con la sociedad no es una originalidad catalana, claro. Pero sí que lo es de su cultura oficial, la menos desgastada del Estado y que más réditos políticos aún produce. Catalunya, en fin, tiene la cultura oficial en funcionamiento más antigua de la Península. Se llamó, en origen, Noucentisme. Fue la cultura creada y potenciada durante la primera autonomía catalana, La Mancomunitat, en 1906. Básicamente, es un esfuerzo por someter a un canon de orden a la sociedad. Lo que no es orden ni ordenado no es catalán. Con esa poética, te pelas chorrocientos siglos de cultura catalana. Pero creas una idea de catalanidad sensible de ser instrumentalizada políticamente. El Noucentisme, por cierto, era una concepción cultural percibida como mediocre y aburrida en los 70’s. En la universidad lo que molaba era estudiar el Modernisme, una concepción de cultura no vinculada al orden, sino a la libertad. Incluso a lo libertario. Hoy, tras chorrocientos mil años de Pujolisme, el Modernisme ni está ni se le espera. El Noucentisme es la normalidad, una normalidad fundamentada en el orden, que explica Catalunya desde el Neandertal. Lo que no es orden ni está ordenado no es, en fin, catalán. Por lo que, por ejemplo, la corrupción de Pujol, catalán, no llega a producirse en los medios.
El periodismo gore catalán va por ahí. Se limita a señalar lo que es orden, y a condenar lo que es desorden. Es algo difícil. No está a güevo. Además, estadísticamente, el orden supone una brutalidad desordenada descomunal. El padre de la cosa es Eugeni d’Ors, un hombre que, cuando acabó de ordenar Catalunya por un tubo, se fue a Madrid, donde acabó ordenando también España. Militante de Falange, fue uno de los creadores del escudo franquista, otro objeto de (otro tipo de) orden. Bueno. Sus epígonos actuales vertebran opinión a través de un concepto del orden, de la frase, del léxico y de la gramática dorsiana. Una juerga, vamos. Zzzzz. Pero una juerga con grandes contrapartidas. Fijar que Catalunya es orden, y que fuera del orden la cosa pierde su trade-mark, es un filón. Cotidiano.
El orden, por ejemplo, nunca es desordenado, ni siquiera cuando se levanta por la mañana con resaca. El poder en Catalunya, siempre que lo detente el bando del orden, puede avanzar varios kilómetros más en la barbarie y el desorden que cualquier otro poder, antes de que alguien dé la voz de alarma. Esta semana, por ejemplo, el poder podía haber hecho el ridículo en varias ocasiones, y siempre a través de su desorden. Se me ocurren dos. El sustituto de Puigdemont en la alcaldía de Girona --un sello de la política local ordenada; Puigdemont lo nombró sucesor, como Mas le nombró sucesor a él; el orden, como ven, no tiene que ser democrático; lo divertido es que el sucesor de Puigdemont iba 19 en la lista, no entró en el Ajuntament, y para que fuera alcalde tuvieron que dimitir todos los figurantes anteriores-- ha tomado su primera decisión polémica. Se ha subido el sueldo. Para hacerlo, el alcalde de una ciudad al parecer indepe, pero de orden, ha tenido que contar con la ayuda de PP y C’s. Es decir, como siempre cuando hablan de orden y no de indepe, ese desorden relativo.
Esta noticia puede ilustrar lo que se esconde detrás de las grandes palabras y Procesos, si no fuera porque hay más noticias que, incluso, ilustran más y mejor ese hecho. Verbigracia: la Conselleria d’Afers Exteriors, defendida en términos de desobediencia por el orden local, ha dejado de existir. Es decir, no ha habido ni un gramo de desobediencia al respecto, como en cada una de las casillas de este Procés de Orden, iniciado en 2012:
En todo caso, ninguna de estas noticias ha existido en el grado y calidad que se merecían. Las noticias no sólo vienen acotadas en su importancia por el tamaño y localización de su titular, sino por su paso a otros objetos informativos, como el artículo o la tertulia. La semana, informativamente hablando, ha consistido en recurrir al concepto de orden --las anteriores noticias eran orden, es decir, acciones de profesionales del orden--, y declarar la rumba ante lo señalado como desorden. El desorden, lo señalado como contrario al orden, esa originalidad en el ADN catalán, ha sido la actuación de Ada Colau al respecto de la huelga de Metro y de Autobuses en Barcelona.
Curiosamente, en el trance de denunciar el desorden, los defensores del orden han tenido que informar de que el Ajuntament, momentáneamente, ha estado en su bando y ha adoptado sus mecánicas. De orden. La huelga era por mejoras salariales. Y el sindicato mayoritario del sector, me dicen, es CGT, el sindicato, a su vez, que ha subido más en votos y en militancia desde la crisis económica. En esta huelga entre un sindicalismo nuevo, y un municipalismo nuevo, ha habido, en fin, roces, cambios de tono y gestos extraños. Uno de ellos fue la publicación de datos salariales por parte del Ajuntament. La intención era reventar la huelga, dividir a los comedores de piedras que van en el metro y que lo conducen, y hacer perceptible la huelga ante la ciudadanía como una huelga de pilotos de Iberia, si bien los salarios publicados eran de película de señores y señoras que van a comprar el pan a la cantera.
O, quizás, ha sucedido, informativamente, lo contrario. Se ha informado de que una institución no pertenece al campo semántico orden. Y, para ello, se ha tenido que informar de aspectos que, por lo general, importan una higa al orden. Como el sindicalismo. O como filtraciones de los trabajadores acerca de sueldos de directivos de TMB, la empresa de transporte público de Barcelona. Por cierto, no son sueldos de comepiedras ni ganapanes, sino de seres industriosos, si bien nunca jamás han construido nada, si descartamos sueldos superiores a 100.000 pavos.
El enfrentamiento entre trabajadores y políticos de la nueva política fue, en todo caso, llamativo. Ha supuesto la percepción de dos velocidades y dos puntos de vista, y posibles puntos de contradicción entre el punto de vista previo a acceder a las instituciones, y el tiempo institucional, que los nuevos políticos han descubierto al llegar a esas primeras instituciones ganadas. La única conclusión de urgencia al respecto es que los medios viejos no han sido muy válidos en el momento de hablar del caso de la cosa, estando más dedicados a intentar hablar del desorden, de quién lo detentaba, de quién era el culpable, que de lo ocurrido. Los nuevos medios han estado más al quite, y han inaugurado una disciplina difícil. Iniciar la crítica a los grupos políticos en los cuales confían para una transformación democrática. Y no, no es fácil. En los 70’s, no se consiguió.
El refranero peninsular sobre el carácter de las diversas sociedades de la Península --ya saben, un maño es tozudo, un andaluz simpático, etcétera-- es un corpus formado en el siglo XIV. Desde entonces, ha cambiado poco y ha sufrido pocas incorporaciones, que por otra parte venían a repetir o...
Autor >
Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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