RICARDO MENÉNDEZ SALMÓN / ESCRITOR
“Ninguna literatura importante puede construirse sobre la banalidad”
Miguel Barrero 16/03/2016
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Se cumplen diez años de la publicación de La ofensa, una novela que catapultó a Ricardo Menéndez Salmón (Gijón, 1971) al primer plano de la narrativa española contemporánea; una presencia ratificada según el autor entregaba nuevos títulos a imprenta. El Sistema (Seix Barral), su flamante nueva obra, le ha valido el prestigioso Premio Biblioteca Breve. Novela de ideas, distopía ucrónica y alegoría de un mundo que podría venir mañana mismo o en la próxima centuria, su trama plantea una reflexión acerca de nuestro mundo y de un futuro cada vez más cercano.
En otras obras, era la realidad, presente o histórica, la que servía como símbolo de un mensaje mayor. En el caso de El Sistema, son los símbolos los que acuden en primera instancia para explicar la realidad.
Es una lectura sensata. El Sistema no es una plantilla que se pueda colocar sobre el mundo pretendiendo que ambos encajen. La metáfora del espejo o del negativo no funciona en este caso. La parábola, el reclamo de un conjunto de referentes simbólicos, debe tenerse a la vista en todo momento. Es un modo de garantizar una interpretación plurívoca del libro.
Se ha hablado ya de esta novela como una distopía o una ucronía. No sé si cabría también referirse a ella como una alegoría.
Aunque hay correspondencias transparentes en la novela, existe también esa vocación de apertura interpretativa. Son muchas las capas de significación propuestas. Y en ese espacio, por descontado, lo alegórico halla un sentido.
Se pueden encontrar en ella ecos de la mayoría de sus anteriores novelas. También de aquellas que, como La filosofía en invierno o Panóptico, han acabado ocupando un lugar secundario o marginal en su obra.
He defendido siempre la consideración de mi obra como un organismo vivo, que crece y se desarrolla reproduciendo características previas, dadas desde el comienzo, in nuce, cuando mi proyecto estaba todavía perfilándose. Mis once novelas guardan un evidente parentesco temático, aunque se hayan amparado bajo estructuras formales a menudo muy alejadas las unas de las otras. Los temas que me interesan no han variado sustancialmente desde que en 1999 publiqué La filosofía en invierno. Si acaso, se han acentuado, como si el tiempo presente los hubiera vuelto más urgentes.
El conocimiento, por vez primera en la Historia, puede tener como consecuencia última el fin de la propia humanidad
Durante la lectura, es imposible no recordar a Walter Benjamin. Él decía que todo documento de cultura es también un documento de barbarie.
Ese era el exordio de Medusa, lo cual refuerza la impresión de continuidad sugerida en la pregunta anterior. En El Sistema se propone una reflexión acerca de la importancia del lado del discurso en el que nos situemos, y de cómo, en función de en qué lado caigamos, los frutos de la cultura pueden devenir frutos de la destrucción. Pensemos al respecto en una idea tan resbaladiza como la del progreso. En la dificultad de discernir en qué punto el progreso deviene una condena, en vez de una conquista. En la novela, por ejemplo, se plantea la paradoja central a la que nuestra cultura está hoy expuesta: el conocimiento, por vez primera en la Historia, puede tener como consecuencia última el fin de la propia humanidad. El progreso no sólo crea cisnes blancos. Hay cisnes negros entre nosotros.
Es determinante el lenguaje. El protagonista elige referirse a sí mismo como “el Narrador”, y evidenciar su condición de notario.
Y aquí El Sistema se vincularía con El corrector. Es casi una constante en las contrautopías, o en los textos de raíz alegórica, constatar cómo el lenguaje es el gran demiurgo, para bien y para mal, como mecanismo de emancipación y como instrumento de control. Pensemos en dos sombras tutelares en El Sistema: Kafka y Orwell. En Kafka, el lenguaje, caso del lenguaje judicial, al crear su propio código, ininteligible para el individuo, condena a este a una espera permanente, a una expectativa angustiosa; en Orwell, abiertamente, el lenguaje modifica el mundo hasta el punto de crear una realidad alternativa.
Describir esa realidad de la manera más precisa es la forma de conocerla y enjuiciarla, algo que de alguna manera también entronca con lo que ha venido siendo su poética.
El Sistema narra la toma de conciencia de un hombre, que encuentra que las cosas no son como le habían contado. Lo decisivo es que esa toma de conciencia sucede en la escritura, en el trabajo constante y casi obsesivo de tomar nota de cuanto sucede. Estoy convencido, y esa sería una de las tesis centrales de la novela, de que la escritura es un lugar privilegiado de elucidación.
La escritura es un lugar privilegiado de elucidación. Por razones tan obvias como perversas, es otra cosa lo que la industria editorial prima
Ha contado que escribió parte de la novela en Alemania. ¿De qué modo se plantea uno su relación con su propio idioma cuando vive en una realidad lingüística tan alejada?
Mientras vivía en Alemania padecí una sensación de exilio, sobre todo, emocional. Me faltaban cosas tan prosaicas como la comida española, y otras tan inefables como el mar. El idioma se convirtió en la puerta que posibilitaba el regreso hacia lo conocido. Pensé a menudo en qué debe sentir la gente que vive no un exilio creativo y estupendo, como fue el mío, sino un exilio obligado o político, como el de tantos escritores a lo largo del tiempo. La lengua natal debe aparecer entonces como aquello que Norman Manea decía en El regreso del húligan: como la primera herida, la que nunca se cierra.
El jurado del Biblioteca Breve ha definido El Sistema como una “novela de ideas”. Y su obra denuncia cómo las palabras, las ideas y hasta los sueños son susceptibles de verse corrompidos por un poder superior.
El Sistema es una novela inquisitiva y, como tal, es imposible que renuncie al debate intelectual. Ninguna literatura importante puede construirse sobre la banalidad. Por otro lado, las ideas se combaten con ideas. La literatura tiene esta facultad de generar un inagotable caudal de pensamiento, solo que, por razones tan obvias como perversas, es otra cosa lo que la industria editorial prima.
Establece una dicotomía entre los Propios y los Ajenos, cuando los miembros del primer grupo pueden asumir que su verdadero lugar se encuentra en el segundo.
Porque no existe un centro, un lugar desde el que reclamar una visión unívoca de la realidad. Y porque no existe ese espectador de privilegio que pueda interpretar el mundo sin contaminarse. Nada ha hecho tanto daño a Occidente como la visión de Fukuyama del final de la Historia y el último hombre, aquella supuesta conquista de un sistema político de privilegio, la democracia liberal, y de un modelo de intercambio económico inmejorable, el capitalismo hiperindustrial. Esa visión, que es absolutamente interesada y reduccionista, nos ha condenado a muchos de los fracasos que hoy pagamos. Entre otros, asumir la evidencia de que nuestro hermoso mundo feliz está lleno de Ajenos que pensaban ser Propios.
Todos los personajes, estén o no integrados, muestran en algún momento su desolación o, cuando menos, su extrañeza ante sí mismos.
Hay mucha insatisfacción en El Sistema. Pero no es una insatisfacción nacida del nihilismo, sino de la búsqueda. Hay un elemento positivo en la novela que no querría dejar de señalar. La mayoría de personajes, y sobre todo el Narrador, que tiene algo de voz colectiva de una humanidad en crisis, se obstinan desesperadamente en una búsqueda. No hay rendición incondicional en esta novela.
Considero crucial, no como un sueño de la razón, la posibilidad de un tiempo poshumano, en el que nuestra especie debe reconsiderar su lugar en el planeta.
¿Qué motivó la elección de un punto de vista distinto en cada una de las cuatro partes?
La posibilidad de agotar el espectro de la voz como depósito de la conciencia. Hablar desde el yo, desde el tú, desde el él y desde el ellos abría enormemente el arco de posibilidades expresivas y reforzaba la idea de la negación de un punto de vista unívoco.
Dice que la literatura, en Realidad, venía siendo una rama del folclore. Si la isla de Realidad es una alegoría de la España que todos conocemos, me gustaría conocer su visión de la tradición novelística española y qué lugar considera usted que ocupa en ella.
Me siento más cerca de autores que escribieron bajo el franquismo, como Benet, Espinosa, García Hortelano o Marsé, que de la literatura de los escritores nacidos en los años 50 o ya en democracia, con la excepción de Vila-Matas. Su obra me interesa por lo que tiene de insólita en una tradición como la nuestra, y quizá pueda explicar en qué lugar me veo como escritor. Este sería un puesto que ha mirado más a otras tradiciones, sobre todo a la del centro de Europa.
En el acto de entrega del Biblioteca Breve, señaló que El Sistema supone un punto de inflexión en su carrera, al menos desde La ofensa, hace ahora diez años. ¿Significa un viraje hacia temas que nunca había abordado, la intuición de preocupaciones nuevas?
El mundo está cambiando tan deprisa que, para un novelista, es difícil pronosticar qué preocupaciones comprometerán su trabajo en los próximos diez años. En todo caso, las últimas sesenta páginas de El Sistema se asoman a un tema que considero crucial: la posibilidad efectiva, no como un sueño o como una pesadilla de la razón, de un tiempo poshumano, en el que nuestra especie debe reconsiderar no sólo la percepción que de sí misma posee, sino por extensión su lugar en el planeta.
Se cumplen diez años de la publicación de La ofensa, una novela que catapultó a Ricardo Menéndez Salmón (Gijón, 1971) al primer plano de la narrativa española contemporánea; una presencia ratificada según el autor entregaba nuevos títulos a imprenta.
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Miguel Barrero
Asturiano de Oviedo, 1980. Ha escrito Espejo (KRK Ediciones, 2005), La vuelta a casa (KRK Ediciones, 2007), Los últimos días de Michi Panero (DVD Ediciones, 2008), La existencia de Dios (Trea, 2012) y Camposanto en Collioure (Trea, 2015). Ha colaborado en obras colectivas como la antología Náufragos en San Borondón (Baile del Sol, 2012) o Tripulantes (Eclipsados, 2007).
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