Fondo de armario
La grieta
Algo falla, el mundo no es como se pensaba. La escritora argentina Samanta Schweblin pone a los protagonistas de sus relatos en situaciones extremas y el lector se pregunta qué haría en su piel
Raúl Gay 24/02/2016
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Samanta Schweblin
Lumen, 2010
192 páginas
La literatura fantástica es aquella que transcurre en una realidad habitual, como la nuestra de cada dia; y en esa realidad, se abre una grieta. Algo falla, el mundo no es como se pensaba. Cada escritor decide qué sucede y cómo reaccionan los personajes. Samanta Schweblin ha decidido que en su Argentina natal se abran muchas grietas y que sus personajes no se asusten y huyan, sino que se acostumbren a ellas.
Esta aceptación de la nueva realidad es, tal vez, la principal característica de Pájaros en la boca, libro de relatos publicado por Lumen en 2010 y ganador del Premio Casa de las Américas. Con un estilo a veces cercano a Cortázar, a veces a Carver y a veces a García Márquez, despliega un puñado de relatos de diferente calidad. Alguno resulta prescindible, la mayoría son buenos, otros notables, y los hay, como el que da título al libro, que llega a la excelencia.
El primer cuento nos sitúa en un restaurante de carretera. Unos hombres quieren cenar, pero el dueño les dice que no llega a coger la comida. Es pequeño y su mujer, la que siempre atiende, está muerta en el suelo. ¿Qué hacer? Schweblin responde: actuar con normalidad y buscar otro restaurante.
En el relato que da nombre al libro, una pareja divorciada debe hacer frente a su hija, que ha comenzado a comportarse de modo extraño.
De espaldas a nosotros, poniéndose en puntas de pie, abrió la jaula y sacó el pájaro. No pude ver qué hizo. El pájaro chilló y ella forcejeó un momento, quizá porque el pájaro intentó escaparse. Silvia se tapó la boca con la mano. Cuando Sara se volvió hacia nosotros el pájaro ya no estaba. Tenía la boca, la nariz, el mentón y las dos manos llenas de sangre. Sonrió avergonzada, su boca gigante se arqueó y se abrió, y sus dientes rojos me obligaron a levantarme de un salto.
[...]
—Comés pájaros, Sara —dije.
—Sí papá.
Se mordió los labios, avergonzada, y dijo:
—Vos también.
—Comés pájaros vivos, Sara.
—Sí papá.
Los personajes de los relatos tienen una lógica interna extraña pero coherente. Y si se rompe, todo se desmorona.
En algunos relatos, la grieta que se abre no es de fantasía, sino de violencia. Uno de los cuentos está protagonizado por un chico poco sociable, seguramente autista. Tiene un sentido puro del bien y del mal: si alguien hace algo malo, él actúa y golpea su cabeza contra el asfalto hasta que sangra. Se le da bien la pintura y se dedica a pintar retratos de gente con la cabeza recostada en el asfalto. Una forma de conducir la ira como cualquier otra.
No me gusta tener novias. Salí con algunas chicas pero nunca funcionó. Tarde o temprano empiezan a reclamarme más tiempo o a pedirme que diga cosas que en realidad no siento. Una vez probé decir lo que sentía y fue peor. Otra vez, una con la que había salido como seis veces y ya decía que era mi novia, se volvió completamente loca sin que yo dijera nada. Decidió que yo no la amaba, que nunca iba a amarla, me obligó a agarrarla de los pelos y empezó a darse sola la cabeza contra la pared, mientras gritaba como una fiera en celo quiero que me mates, quiero que me mates. Pienso que relaciones así no son sanas.
A veces parece que Schweblin quiere incomodar al lector. En el cuento titulado Matar a un perro lo consigue. Un aspirante a mafioso debe pasar una prueba para ser aceptado en el grupo y empezar a cobrar por violar la ley. La prueba consiste en matar a un perro a golpes en el puerto.
La prueba es fácil pero es muy importante superarla y por eso estoy nervioso. Si no hago las cosas bien no entro, y si no entro no hay plata, no hay otra razón para entrar. Matar a un perro a palazos en el puerto de Buenos Aires es la prueba para saber si uno es capaz de hacer algo peor. Ellos dicen: algo peor, y miran hacia otro lado medio disimulando, como si nosotros, la gente que todavía no entró, no supiéramos que peor es matar a una persona, golpear a una persona, golpear a una persona hasta matarla.
Levanto la pala y el golpe cae sobre las costillas del manchado que, aullando, cae. Está quieto, va a ser fácil transportarlo, pero cuando lo tomo por las patas reacciona y me muerde el brazo, que enseguida comienza a sangrar. Levanto otra vez la pala y le doy un golpe en la cabeza. El perro vuelve a caer y me mira desde el piso, con la respiración agitada, pero quieto.
Esa violencia gratuita contra un animal inocente asquea. Y, sin embargo, al final del relato estamos tentados a simpatizar con el aspirante a sicario. Es uno de los logros de la autora. Pone a los protagonistas en situaciones extremas y el lector se pregunta qué haría en su piel.
En otro relato plagado de violencia fría, un hombre asesina a su mujer, introduce el cadáver en una maleta y va a casa de su médico en busca de consejo. El doctor no sólo lo denuncia, sino que quiere convertir el crimen en una instalación artística. Con ayuda de un galerista, convierte este asesinato en una obra que concita el aplauso de los espectadores.
Los cuentos son directos. No hay mucho espacio para descripciones o digresiones. Pero no cae en ese estilo carveriano que tanto daño ha hecho.Tienen una longitud adecuada, una estructura y un ritmo que invita a leer uno tras otro.
A veces, se olvida que una de las tareas de la literatura es regalar horas de placer al lector. Samanta Schweblin lo consigue con Pájaros en la boca. No es poco.
Samanta Schweblin
Lumen, 2010
192 páginas
Autor >
Raúl Gay
Periodista. Ha trabajado en Aragón TV, ha escrito reseñas en Artes y Letras y ha sido coeditor del blog De retrones y hombres en eldiario.es. Sus amigos le decían que para ser feliz sólo necesitaba un libro, una tostada de Nutella y una cocacola. No se equivocaban.
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