Testimonio desde la isla de Lesbos
Entre todos podemos parar este ataque a la humanidad
Si uno solo de los firmantes del acuerdo de la UE con Turquía hubiera estado viviendo semanas entre los niños y las familias recién llegadas de la guerra, hoy no habría acuerdo
Joaquín Urías 23/03/2016
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En los años noventa pasé varios años trabajando con refugiados en la antigua Yugoslavia y viví muy en directo su sufrimiento y la gestión de aquella crisis por las agencias humanitarias y los Gobiernos europeos. Ahora estoy en Lesbos, intentando echar una mano en algo parecido, justo cuando ha entrado en vigor el vergonzoso acuerdo firmado entre la UE y Turquía. En estos años la situación ha cambiado radicalmente. De pronto parece que Europa va perdiendo cada vez más los valores que caracterizaban su ideal: el respeto a los derechos humanos, la lucha contra las desigualdades, la solidaridad entre naciones y personas… y hasta el Estado de Derecho.
Basta comparar cómo se afrontó aquella crisis de refugiados de la ex Yugoslavia en 1993 y 1999, con el tratado firmado estos días. Entonces, hace veinte años, Europa abrió sus puertas sin dudas ni protestas a más refugiados de los que han llegado ahora de Siria. Más de un millón de personas fueron acogidas y ello no supuso un problema en ningún país. Todos lo entendimos como una cuestión de humanidad.
Esta vez, en cambio, las familias de refugiados que llegan en balsas a las costas griegas despiertan una inexplicable ola de miedo entra la población europea y, más aún, entre sus gobernantes. Ya no estamos dispuestos a alojar y proteger a los que llegan buscando refugio, escapando de una guerra cruel. El tratado recién firmado sólo tiene un objetivo claro: devolver los refugiados a Turquía. Sacarlos de Europa.
Como digo, la entrada en vigor del tratado con Turquía me pilló trabajando en un campo de refugiados de Lesbos. Se trata del campo de Moria, donde registran a los refugiados recién llegados a la isla. Aquí se alojaba también, hasta ahora, a la mayoría de ellos; en espera de conseguir billetes de ferry para poder seguir su ruta que, esperan, les lleve hasta Alemania.
Hace veinte años Europa abrió sus puertas sin dudas ni protestas a más refugiados de los que han llegado ahora de Siria. Más de un millón de personas fueron acogidas y ello no supuso un problema en ningún país
El día que entró en vigor el tratado las autoridades griegas decidieron vaciar este campo de refugiados. La idea era meter a las más de dos mil personas acogidas en un barco fletado para la ocasión y llevárselas a unos campamentos montados por el Ejército en el continente, en mitad de un despoblado y lejos de Idomeni, en la frontera con Macedonia. El objetivo era doble: de una parte, vaciar el campo para convertirlo en un centro de detención de los nuevos refugiados que lleguen a partir de ahora; de otra, impedir que los refugiados que ya estaban aquí lleguen a la frontera con Macedonia.
El plan lo organizó el Gobierno griego, coordinado con el de Turquía. Lo puso en práctica nada menos que Acnur. El mismo día en que el tratado entraba en vigor, a media mañana, vi a los trabajadores de Acnur de Moria quitar las grandes pegatinas con su logo de los autobuses que suelen usarse para recoger a los refugiados de las playas. Más tarde los altavoces empezaron a convocar a todos los refugiados en la entrada. Personal de Acnur que se había quitado los chalecos identificativos y con las credenciales escondidas bajo la ropa se encargó de convencerlos de que era una buena oportunidad para ellos. Luego de subirlos a los autobuses, llevarlos al puerto y subirlos al barco alquilado por el Gobierno.
De ese modo, la gran agencia de Naciones Unidas para los refugiados escribía una de las páginas más negras de su historia; en consonancia con los nuevos tiempos. El mandato de Acnur es proteger a los refugiados; actuar exclusivamente para mejorar sus condiciones. Este traslado masivo, sin embargo, obedecía exclusivamente a los intereses de los Estados europeos. Suponía bloquear el camino a los refugiados embarcados y facilitaba que se crearan centros de detención. Una auténtica vergüenza.
En un primer momento Acnur negó su participación. Sin embargo, la argucia de esconder sus siglas duró poco y ante la presión de los trabajadores humanitarios que habíamos presenciado el traslado al día siguiente se vieron obligados a reconocer su participación. También ha intentado lavar su imagen diciendo que no operará dentro de los centros de detención.
En medio de esta Europa deshumanizada lo de Acnur es sólo una anécdota. Pero resulta significativa: el acuerdo lo firmaron los Gobiernos europeos por unanimidad; ningún Gobierno alzó la voz para proteger a los refugiados. Que las agencias humanitarias contribuyan a intentar aplicarlo es sólo la guinda.
Es difícil que el acuerdo se aplique. No sólo está firmado con poca humanidad sino también con poca cabeza. Las leyes griegas y europeas prohíben deportar a quien haya pedido asilo y esté en espera de una respuesta
Pese a todo, visto desde aquí, sobre el terreno, es difícil que este acuerdo se aplique. No sólo está firmado con poca humanidad sino también con poca cabeza. Las leyes griegas y europeas prohíben deportar a quien haya pedido asilo y esté en espera de una respuesta. Cada refugiado que llegue a Lesbos va a pedir asilo. Actualmente Grecia tarda una media de cuatro años en resolver una solicitud de asilo. El tratado prevé traer cuatro mil funcionarios, incluidos jueces y abogados, para agilizar el procedimiento. Muchos de ellos proporcionados por España. Pero no será bastante. Afortunadamente será imposible deportar a nadie en menos de varios meses.
Lo único seguro es que Grecia se está convirtiendo en un enorme campo de refugiados. Los que llegaron antes del acuerdo no pueden seguir su camino y están siendo recluidos en campos militares. Los nuevos que lleguen no podrán ser deportados y dudo de que puedan ser mantenidos en esos centros de detención que están montando.
Más de un tercio de los refugiados que llegan son niños que vienen con su familia. ¿Va la Unión Europea a mantener a centenares o miles de niños detenidos durante meses? ¿sin dejarlos salir y sin llevarlos a la escuela? Dudo de que se atrevan a vulnerar así su derecho a la libertad o a la educación. Y no veo a la policía griega llevándolos cada día a la escuela en furgones enjaulados.
En fin, hasta la falta de humanidad tiene un límite. Si uno solo de los firmantes del acuerdo hubiera estado aquí, viviendo semanas entre los niños y las familias recién llegadas de la guerra, hoy no habría acuerdo. Sabrían que aplicarlo va a suponer un atentado contra la humanidad tan brutal y tan evidente que ni ellos mismos, tan desalmados, se atreverán a hacerlo.
Ahora nos corresponde a todos seguir vigilando. La opinión pública, como sucedió con la guerra de Irak, va por caminos mucho más humanos que los de nuestros gobernantes. Incluso aunque algunos medios de comunicación y agencias “humanitarias” estén dispuestos a colaborar esta vez con la infamia ahora el mundo ha cambiado. Y en algunas cosas, para mejor. Entre todos podemos parar este ataque a la humanidad. Sólo hay que ponerse a ello.
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Joaquín Urías es profesor de Derecho Constitucional en la Universidad de Sevilla y ha sido letrado del Tribunal Constitucional. También han colaborado en numerosos proyectos de cooperación internacional, especialmente con refugiados y personas en situación de riesgo, en países como Bosnia, Haití o Costa de Marfil entre otros. Desde principios de marzo trabaja como voluntario de la organización sueca Lighthouse Relief en el campo de Moria (Lesbos).
En los años noventa pasé varios años trabajando con refugiados en la antigua Yugoslavia y viví muy en directo su sufrimiento y la gestión de aquella crisis por las agencias humanitarias y los Gobiernos europeos. Ahora estoy en Lesbos, intentando echar una mano en algo parecido, justo cuando ha entrado...
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Joaquín Urías
Es profesor de Derecho Constitucional. Exletrado del Tribunal Constitucional.
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