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Johan Cruijff, 1978
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Armand Carabén Van der Meer es el primogénito de Armand Carabén, economista, el primer impulsor de la obra completa de Josep Pla, un socialista vinculado a la corriente catalanista y socialdemócrata de Josep Pallach y, en otro orden de cosas, el primer Gerente del Barça cuando, a principios de los 70's, los gerentes de clubes de fútbol españoles dejaron de ser nombrados por el Movimiento. Como Gerente, estuvo involucrado en el aggiornamento social y democrático del Barça de los 70's. Pero siempre se le recordará por haber sido el artífice del fichaje de Cruyff, un proyecto que -así se creía entonces- cambiará las dinámicas y los precedentes del Barça, una apuesta alta y de riesgo, y una negociación imposible con un Ajax muy cerrado al respecto. Se cerró tras la negativa definitiva del club, un domingo de fútbol holandés, cuando el matrimonio Carabén invirtió un par de horas para desplazarse, desde Amsterdam, al campo en el que ese día jugaba el Ajax. Tras el partido en aquel campo de barro, Caraben se acercó a Cruyff. Le dijo: "¿Quieres seguir jugando en campos de patatas?". Tras un silencio, Johan dijo: "Dame 24 horas". Y Cruyff vino a Barcelona. Le hemos pedido a Armand Carabén Van der Meer que escribiera para CTXT un artículo sobre Cruyff, una presencia cotidiana para él desde la infancia. Y nos ha escrito este artículo intimista, un verdadero lujo, en el que habla del Cruyff doméstico que conoció. Y en el que vuelve a incidir, como muchas otras personas, en su poderío lingüístico, esa capacidad de crear y matizar, sin duda relacionado también con su fútbol.
“¿Pero tu padre no fue quien trajo a Cruyff al Barça?” He tenido que responder a esta pregunta decenas de veces a lo largo de mi vida y no se descarta que tenga que volver a hacerlo alguna más, con la particularidad que los dos personajes de la frase ya habrán desaparecido: mi padre falleció en marzo de 2001; quince años y pocos días después lo ha hecho Johan Cruyff. El nombre de Armand Carabén, mi padre, quedó indisociablemente ligado al de Cruyff desde el mismo día en que, como gerente del F.C. Barcelona a principios de los años setenta, recibió el encargo del presidente Agustí Montal Costa de intentar el fichaje del astro del Ajax, considerado entonces el mejor jugador del mundo. En la primavera-verano de 1973, bajo el intenso foco de una cobertura mediática inédita para lo que era un traspaso, mi padre consiguió, tras arduas negociaciones, convencer al club de Ámsterdam para que aceptara la oferta culé y no se opusiera al deseo de Johan de fichar por el Barça. Por su dificultad, lo mareante de sus cifras (fue hasta la fecha el traspaso más caro de la historia del fútbol mundial) y por su final feliz en una época gris para los culés, el “Fichaje de Cruyff” se elevó a la categoría de mito de los orígenes del auténtico culto cargo del que era objeto JC en la Barcelona del tardofranquismo. Para colmo, mi madre Marjolijn van der Meer, holandesa también, tuvo un papel destacado en todo el proceso. A raíz de aquello, ambos matrimonios trabaron una buena amistad que, extendida a las familias, dura hasta hoy. Johan Cruyff, el mito y la persona, son, pues, parte inseparable de mi historia personal.
Como los grandes crooners, Johan no necesitaba de mucha panoplia para llenar el escenario
Recuerdo la primera vez que mi madre nos llevó a mi hermano David y a mí —que debía tener unos cuatro años—, a visitar a los Cruyff en su apartamento en la calle Caballeros, a pocos pasos de la Cruz de Pedralbes. Junto con Susila y mi hermano, esa tarde soportamos con resignación la dictadura de Chantal en el cuarto de los juegos, mientras que, en el salón, mi madre tomaba el té con Danny, embarazada de Jordi. Fue la primera de muchas otras visitas, de recuerdo ya menos nítido, y que mi memoria tiene archivadas en la misma carpeta volante que las constantes idas y venidas de mis abuelos desde La Haya, la instalación de mi tío Cockey en Barcelona después de casarse con una catalana, y las reuniones de mi madre con algunas amigas holandesas en plena mudanza, entre las cuales destacaba sin duda la bellísima pintora Margit Kocsis, pujante icono de la época como rubia amazona de la publicidad de Terry (y con quien mi madre compartía recuerdos de infancia en las Indias Orientales Neerlandesas). Flota sobre estos recuerdos el aroma de canela que se escapaba de las cajas metálicas de espéculos. Calzábamos zuecos de colores y mi madre nos embutía en tejanos de peto y nos estuvo anudando llamativos pañuelos frisones al cuello hasta que nos dio demasiada vergüenza. Mi memoria quizá recree con algo de artificio esa feliz Little Holland de la Barcelona setentera, pero cuando el 5 de diciembre por la tarde acudíamos a la calle Caballeros a celebrar el Sinterklaas que organizaban los Cruyff (con presencia, entre otros, de los Michels y los Neeskens), sí dábamos la imagen de una comunidad expat en toda regla, con sus propios ritos y costumbres. Luego Johan Cruyff se fue a buscar la vida a los Estados Unidos y para nosotros se acabaron los Sinterklaas en comunidad; a partir de entonces celebraríamos la festividad en el ámbito estrictamente familiar. De alguna manera, la marcha de Cruyff me hizo un poco más catalán y menos neerlandés. De este periodo de separación, cuando desde la niñez enfilaba la pubertad, data mi creación personal del mito Cruyff. El fútbol me apasionaba y la distancia con Johan me permitió tomar consciencia de la transcendencia que tenía la figura de ese amigo de la familia. Cuando, de nuevo en Europa, los Cruyff decidieron volver a pasar los meses de julio en su residencia de El Montanyà, contigua a la nuestra, para nosotros fue una fiesta. Chantal, Susila y Jordi habían cambiado mucho, al igual que mis hermanos y yo, y había muchas cosas que contarse. Johan Cruyff ha sido desde ese momento una presencia poderosa en nuestras vidas.
Como los grandes crooners, Johan no necesitaba de mucha panoplia para llenar el escenario. Uno puede pensar que no es tan sorprendente dado que el hombre de carne y hueso venía siempre acompañado del mito. Y eso es ocupar espacio, claro. Por mucha familiaridad que tuvieras con él, era imposible no ver también al 14, al Flaco, al Holandés Volador. Y cuando Cruyff abría la boca, se le escuchaba, hablara de lo que hablara. Esto se notaba enseguida cuando en una mesa poblada y ruidosa la palabra caía a pies de Johan. Se hacía un silencio sepulcral y Johan peroraba sin interrupción sobre (ponga usted la cruz en la casilla que desee) vino, relaciones de pareja, cine, ir al súper. Dijera lo que dijera y lo hiciera con la gracia o el conocimiento que lo hiciera, los demás callábamos para escucharle, para escuchar lo que JC tenía que decir sobre ese tema. Y el aire se iba dilatando hasta que Danny no tenía más remedio que intervenir: “¡Qué morro, Johan! ¡Si no sabrías salir de un supermercado sin mapa!”. Divertido, Johan buscaba entonces la complicidad de la audiencia y hacía un guiño que venía a decir “ya me han pillado”. No creo que Danny lo hiciera tanto para bajar a Johan a la Tierra (que también), sino para evitarnos a los demás el ridículo de escuchar con los ojos en blanco consejos sobre (pongamos por caso) el cuidado de una zanja.
Johan era un tipo que se hacía querer. Una parte nada despreciable del atractivo, del carisma de Johan, se puede explicar obviando su dimensión de leyenda. Es más, intentar una explicación a la inversa no creo que sea posible. La visión del fútbol y la vida que le hicieron mundialmente famoso partían de la generosidad fundamental de su carácter. Porque Johan era, básicamente, una buena persona —esto es, lo que usted, yo y nuestros amigos, conocidos y saludados entendemos por buena persona. Hizo felices a millones de aficionados de todo el mundo, pero esto no significó en ningún momento que descuidara la felicidad de los suyos, a menudo más exigente y delicada. Ignoro si el cuajo moral de Johan provenía de las dificultades experimentadas en unos años decisivos de su infancia (el hombre sabía lo que valía un peine), del peso de la gran cultura socialdemócrata europea de la posguerra o de otra cosa. Me basta con pensar que tenía, como decían nuestras abuelas, buenos sentimientos. Y que su destreza y buena estrella hicieron el resto. Pero solo el resto.
A raíz de su muerte he leído buenos artículos valorando su legado en más de un ámbito y, sobre todo, buenos testimonios personales dando cuenta del impacto que el mito Cruyff ha tenido en sus vidas. “Cruyff es de todos”, ha dicho, con razón, Jordi. En un caso un poco especial, mi Cruyff ha sido el tipo que veías en televisión lanzando vivas al talento y abogando por ensanchar el campo de juego (que es como decir el campo de tus sueños) mientras, a pocos metros de distancia, el vecino apartaba las tazas de café y movía ruidosamente las piezas del dominó de cara a una larga sobremesa de verano en buena compañía. El Cruyff “de todos” y el de su entorno inmediato eran la misma persona admirable. Hoy me alegra que uno de ellos sea inalcanzable para el cáncer. DEP, Johan.
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Armand Carabén (Barcelona, 1969) es romanista de formación. Durante años ha trabajado por libre (o no) en los ámbitos editorial y de comunicación como copy, autor de alguna novela infantil y ghostwriter, pero sobre todo como traductor, con más de cincuenta títulos publicados. Actualmente vive en Suiza con su mujer y tres hijos.
Armand Carabén Van der Meer es el primogénito de Armand Carabén, economista, el primer impulsor de la obra completa de Josep Pla, un socialista vinculado a la corriente catalanista y socialdemócrata de Josep Pallach y, en otro orden de cosas, el primer Gerente del Barça cuando, a principios de...
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Armand Carabén
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