Tribuna
La ciudadanía merece respeto
Llega a producir hastío el conflicto de interpretaciones al que está sometido el pacto que con más sobredosis ceremonial que utilidad política firmaron el secretario general del PSOE y el líder del partido naranja
José Antonio Pérez Tapias 31/03/2016
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En varias ocasiones, el Secretario General del PSOE ha hecho alusión a esa revolución del respeto de la que en su día habló Fernando de los Ríos. El diputado socialista por Granada, y luego ministro de Justicia primero, de Instrucción Pública después, hasta ser ministro de Estado, en uno de sus discursos en las Cortes Constituyentes de la II República hizo su conocida declaración de que en España "lo revolucionario es el respeto", precisamente al abordar la cuestión de la laicidad del Estado. Tenemos buenos motivos para pensar que tal invocación del respeto es extensible al ámbito político en general y a la vida social en su conjunto. Así, por ejemplo, cabe insistir en que ciudadanos y ciudadanas debemos ser tratados, conforme a nuestra dignidad, como sujetos de derechos; en que ha de atenderse al sentido de las instituciones públicas en la arquitectura de una sociedad democrática, o en que tiene que cuidarse ese ámbito de debate político y encuentro social al que llamamos opinión pública. El uso adecuado de los recursos públicos, el necesario cuidado en cuanto a procedimientos democráticos o el tratamiento que nos debemos unos a otros, conforme a nuestra dignidad, son elementos que no deben faltar en una sociedad decente que ha logrado que el respeto marque las pautas de sus miembros.
Hay formas de faltar al respeto socialmente abruptas e incluso traumáticas para los individuos. Cualquier violación de derechos humanos es quiebra del respeto debido a cada cual. Hay, además, otras formas de comportamiento, que siendo más sutiles, no dejan de entrañar una importante deuda respecto al trato debido, sea en relación a las instituciones y a los procedimientos conforme a derecho o sea en relación a los mismos individuos. Cabe recordar en este sentido que cualquier desprecio a los ciudadanos desde las instituciones públicas o desde las organizaciones es una falta de respeto que exige ser erradicada. Así, por ejemplo, en una sociedad en la que un gobierno autoritario incurra en comportamientos prepotentes que suponen humillación para los gobernados tenemos un caso de clamorosa falta de respeto que no debe ser consentida. Puede comprobarse en esa dirección el porqué de buena parte del rechazo de un abultado sector de la ciudadanía española hacia el Partido Popular y sus políticas. En otra dirección, podemos decir que siempre que a la ciudadanía se la trata de forma paternalista en términos de minoría de edad, el respeto queda menoscabado en esa misma medida.
En la segunda de las direcciones señaladas, la deuda no sólo tiene que ver con el respeto ético y político, sino que alcanza al respeto intelectual. Desgraciadamente, este tipo de desconsideración hacia la ciudadanía se da con frecuencia en campañas electorales o en la dinámica política en general, máxime estando ella enmarcada en una sociedad del espectáculo en la que la mediatización de la política la aleja de parámetros de rigor exigibles en el debate público. Sin éstos se impone el fiasco de un interminable juego de máscaras en la que el espectáculo de la política se agota entre la frivolidad y el cinismo. Somos muchos los ciudadanos y ciudadanas que tenemos esa triste sensación ante una interminable secuencia de idas y venidas, de pactos y bloqueos, de declaraciones y contradeclaraciones, de medias verdades y desmentidos..., en medio del largo proceso en el que estamos sumidos en España para ver si por fin se forma gobierno.
En un momento en el que parece que se retoman las conversaciones entre PSOE y Podemos, pero sin que deje de funcionar el pacto entre PSOE y Ciudadanos como blindaje de las cuestiones que se consideran inmutables --incluidas las de marcado enfoque neoliberal--, a la vez que Rivera y los suyos siguen proclamando que nunca estarán en un gobierno donde se incluya a la formación de Pablo Iglesias --ya no ponen el acento en la situación en la que Podemos se abstuviera para hacer posible la investidura de Pedro Sánchez--, se acumula tal exceso de sobreactuaciones por unos y otros que no hace más que sembrar la desconfianza en la ciudadanía.
Llega a producir hastío el mismo conflicto de interpretaciones al que está sometido constantemente el pacto que con más sobredosis ceremonial que utilidad política firmaron el secretario general del PSOE y candidato a la investidura y el líder del partido naranja. Es sonrojante ver cómo uno y otro tiran del pacto en direcciones opuestas, el primero tratando de que se sume Podemos, aunque sin tocar nada --a lo sumo, se induce a añadir algo-- y el segundo pugnando por que lo asuma el PP. Imposible presentar como serio un pacto más bifronte que el rostro de Jano. No hay Salomón que, en su sabiduría, encuentre solución para tan esquizoide partición de dicha criatura política. Se explica, por ello, que a la ciudadanía se le agote la paciencia hasta caer en muchos casos al borde de un escepticismo que pudiera ser irreversible. Engolfarse en un juego perverso de mezcla --a esto va a quedar reducido el tan mentado mestizaje-- de ficción y realidad, que a la postre sólo se lo creen los que lo protagonizan, porque la ciudadanía, mayor de edad, tiene suficientes elementos de juicio como para que no le den gato por liebre, puede pasar una factura de lo más onerosa.
Además, si sucumbiendo a la espectacularización de la política, los líderes de partidos transmutados en organizaciones híperpresidencialistas no son capaces de sustraerse a la alienación que produce el rapto mediático de la acción y el discurso políticos, una ciudadanía con ansias de más esperanzas y menos esperas va a tener que retomar aquel lema del filósofo --catedrático de Estética-- y poeta José María Valverde cuando, al solidarizarse con Aranguren, García Calvo y Tierno Galván al ser represaliados por el franquismo, dijo aquello de la imposibilidad de la estética sin la ética -nulla aesthetica sine ethica-. Para también darle la vuelta y decirle a más de uno que hasta la ética reclama una mejor estética -nulla ethica sine aesthetica-.
De lo contrario, incluso las propuestas mejor intencionadas se verán atrapadas en forzadas poses que quedarán como imágenes aceleradamente apergaminadas. Por más que circulen por internet.
En varias ocasiones, el Secretario General del PSOE ha hecho alusión a esa revolución del respeto de la que en su día habló Fernando de los Ríos. El diputado socialista por Granada, y luego ministro de Justicia primero, de Instrucción Pública después, hasta ser ministro de Estado, en uno de sus discursos...
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José Antonio Pérez Tapias
Es catedrático en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Granada. Es autor de 'Invitación al federalismo. España y las razones para un Estado plurinacional'(Madrid, Trotta, 2013).
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