En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Nueva York, a mediados del siglo pasado. Tierra bendita para inmigrantes hambreados, que llegaban por miles desde Europa, huyendo de la posguerra. Esa es la historia que cuenta el escritor Colm Tóibín en su novela Brooklyn, candidata al prestigioso premio Man Booker, que llegó al cine recientemente en la película homónima, sobre el romance entre una chica irlandesa y un descendiente de italianos.
Protagonistas bellos como figurines de magazine hacen olvidar con su piel blanquísima y sus ojos claros, que en aquella época ser irlandés era casi como ser negro, por la marginalidad con la cual la sociedad estadounidense los asociaba. Crisis, emigración, desarraigo y necesidades extremas son también la antesala silenciosa de otro filme: uno de los documentales más atractivos que pillé en Internet estos días.
La primera vez que uno ve esa fotografía piensa que es trucada. ¿Qué hacen esos 11 tíos sentados como si nada sobre una viga, a segundos de la caída, con los pies colgando hacia el abismo y Nueva York, 250 metros abajo, creciendo como una mancha voraz? Los hombres de la viga o Men at Lunch en inglés original (título que alude al almuerzo que toman en ese instante en el piso 69 de un rascacielos en construcción), cuenta la historia de esa imagen. Capaz de sintetizar la vibración de una era, la foto fue publicada por primera vez en el suplemento dominical de The New York Herald Tribune, el 2 de octubre de 1932.
Los hombres de la viga se disfruta como una peli de misterio y las voces que la narran (cineastas, fotógrafos, escritores, albañiles, escultores, vendedores ambulantes y vecinos sin más) son elocuentes al explicar por qué esa fotografía quizá sea la que mejor encarna aquello de "No debemos temer nada salvo el miedo", con que el presidente Roosevelt arengaba a su país a salir de la Gran Depresión, en tiempos en que el desempleo en los Estados Unidos trepaba al 24%. Años en los que el vértigo mayor pasaba por no tener un duro para poner algo sobre la mesa cada día.
¿Qué debe tener una fotografía para ser buena? Atmósfera, drama, enigma, vida. Algo que se te quede en la retina cuando ya no la ves, intrigándote. Esta cumple. ¿Quiénes son esos hombres? Superhéroes sin capa, que penden de una viga, almorzando como si lo hicieran en una terraza amable, sin despeinarse casi, pero con la muerte en la mesa de al lado. Uno le enciende a otro un cigarro, varios conversan entre sí... y abajo, el abismo.
Tomada por un fotógrafo no identificado en el piso 69 del edificio de la RCA, entonces en construcción, la imagen data de septiembre de 1932 y formó parte de una campaña publicitaria para promocionar el Rockefeller Center, un complejo de 14 torres art decó, que ese rascacielos integra, cuyas oficinas se ofrecían en alquiler. Esa ciudad vertical incitaba visualmente a un país entero para ponerlo de pie. Aunque no sin claroscuros.
Los retratados posaron pero no hay truco: la foto es un documento elocuente de las condiciones de trabajo de los obreros de la época. Sentados sobre una viga que no tenía más de 10 cm de ancho, sin más protección que su coraje, esos hombres arriesgaban el pellejo por un dólar y medio la hora (unos 24 dólares de hoy). Lleno de datos, el filme de Seán Ó Cualáin recupera, por ejemplo, los cálculos de los empresarios de la construcción que estimaban las pérdidas —por muerte o invalidez— en cuatro trabajadores cada 10 pisos que se levantaban. De allí el lema de los obreros de la época: "No morimos, nos matan".
La paga era buena, pero tenías que estar dispuesto a que fuera la última. Y si te ibas de cabeza al suelo, había 10 haciendo fila para reemplazarte. Por eso, aún hoy, los albañiles estadounidenses tienen una copia colgada en algún rincón de su casa porque sienten que en esa imagen se sintetiza el linaje que los incluye: el de los inmigrantes, muchos de ellos irlandeses, residentes en Brooklyn (como en la peli basada en el libro de Tóibín), que llegaron al país huyendo de la miseria y que, sin amilanarse ante los riesgos, ayudaron a convertir Manhattan en la isla más global del planeta.
Almuerzo sobre un rascacielos (tal es el nombre con el que se popularizó la fotografía) es, así, un ícono que representa a los 24 millones de personas que llegaron a los Estados Unidos entre 1883 y 1925. Ese fue el tiempo en el que el país dejó de ser el del Mayflower (el barco de los colonos) y empezó a ser el de la Isla Ellis, donde se realizaban controles sanitarios y de documentación a los extranjeros que tocaban a la puerta de entrada al sueño americano.
Pero el valor de la foto no es sólo simbólico. El negativo (una placa de vidrio) es considerado por su dueño actual —la agencia Corbis— como el más valioso de su archivo y entre los vendedores ambulantes del Central Park hay acuerdo: es la imagen más vendida de cada temporada. "Entrego de 10 a 20 por día", cuenta uno de ellos en el documental.
La escena ha sido replicada mil veces, avalando distintas lecturas: con todo el elenco de CSI o los muñecos de Los Muppets tomando su lugar en la viga, y también, en decenas de campañas de bien público. Su autoría, sin embargo, sigue indeterminada (en 2003 la familia de Charles Ebbets la reclamó, pero se probó que al menos otros dos fotógrafos trabajaban ese día en el edificio) como también la identidad de la mayoría de los fotografiados. Pero el documental propone una solución parcial al misterio y un subidón adicional de emoción.
El director del filme tira del hilo de la narración y la conduce hasta Shanaglish, un pueblito perdido de Irlanda, donde un vecino reconoce por la foto a dos de los hombres presuntamente sentados en la viga, Sonny Glynn y Patty O’Shaugnessy, que emigraron de allí en la década de 1920. Y da con sus hijos, en los Estados Unidos. Nadie sabe, en verdad, si los hombres en esa fotografía (ya muertos) son o no los padres de los dos ancianos que se emocionan ante la lente recordándoles. Pero dan ganas de creerlo.
Quizás esa sea la prueba más cabal de que esa foto encarna el relato más personal e íntimo que la ciudad hace de sí misma: siempre hay alguien dispuesto a reconocer a su abuelo o a su padre sentado justo allí.
Nueva York, a mediados del siglo pasado. Tierra bendita para inmigrantes hambreados, que llegaban por miles desde Europa, huyendo de la posguerra. Esa es la historia que cuenta el escritor Colm Tóibín en su novela Brooklyn,...
Autor >
Raquel Garzón
Raquel Garzón es poeta y periodista. Se especializa en cultura y opinión desde 1995 y ha publicado, entre otros libros de poemas, 'Monstruos privados' y 'Riesgos de la noche'. Actualmente es Editora Jefa de la Revista Ñ de diario Clarín (Buenos Aires) y Subdirectora de De Las Palabras, un centro de formación e investigación en periodismo, escritura creativa y humanidades.
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí