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Bendito sea el streaming, que permite que todo ocurra una y otra vez: si no viste la primera temporada de Cómo defender a un asesino, es hora de ponerte al día. AXN está emitiendo en España la segunda (lunes 21.15), pero quienes no conocen aún a Annalise Keating —seductora abogada penalista encarnada por Viola Davis, profesora universitaria de esas que hielan la sangre y mentirosa compulsiva, capaz de ir adecuando sin sonrojos estrategias profesionales y amorosas según sople el viento— pueden ver completa la temporada anterior online (Netflix) y darse un atracón de uno de los mejores dramas legales en pantalla.
El escenario es Filadelfia y la dueña de la escena, Annalise, una abogada afroamericana que promete enseñar el Derecho más allá de los libros, tal como se ejerce en los tribunales y para ello pone a competir a sus alumnos, quienes deben sugerir argumentos de defensa para casos reales, mientras intentan ser elegidos como pasantes de su bufete. Cinco de ellos, un catálogo de ambiciosos del que convendría tomar distancia —Connor, Laurel, Asher, Michaela y Wes—, lo serán y eso cambiará sus vidas al punto de verse involucrados ellos mismos en un crimen, después de haber parado en todas las estaciones de la falsía.
El ruido de fondo de ese ponzoñoso aprendizaje es el caso de Lila Stangard (Megan West), una joven hallada muerta en el tanque de agua de su fraternidad, que resulta haber sido alumna del marido de Annalise, Sam (Tom Verica), y amiga de Rebecca (Katie Findlay), a quien el equipo acabará defendiendo. "Esta versión de la verdad es la que nos conviene a todos", le dirá la maestra a Wes (Alfred Enoch), su protegido, en una de las escenas finales de la primera temporada.
Un lema que explica mucho de lo que han elegido callar, forjando una complicidad que los hundirá más y más, mientras los cadáveres se multiplican y muchos personajes repiten como latiguillo y coartada "Me conoces, no soy de esa clase" (lo dice Sam, lo dice Frank, asistente todoterreno de la abogada, y la misma Annalise ante situaciones críticas). Aunque aquí nada sea en verdad lo que parece.
¿Qué hace tan atractiva la propuesta de esta serie, que le valió a Viola Davis en 2015 convertirse en la primera actriz afroamericana en ganar un Emmy como actriz protagónica? Ella, por cierto. Esa mujer acorazada hacia el afuera que se prepara como un gladiador antes de cada combate y que vuelve a su casa (donde también funciona el bufete) a deconstruirse, muchas veces entre lágrimas: fuera el vestido sexi, la peluca, las pestañas postizas y el maquillaje que enmascara viejas debilidades y que deja entrever que ella también ha sido una víctima (la primera temporada insinúa un pasado de fragilidades en el cual medró Sam, esposo y psicólogo; la segunda avanza sobre esa oscuridad).
Pero también, la contemporaneidad extrema del relato. Los temas eternos del deseo, el amor y la muerte, la traición, los celos, la sed de poder y la venganza traman los quince capítulos de cada temporada, pero se destilan en una atmósfera que exuda presente. Del piercing y el tatuaje como segunda piel al rol del teléfono inteligente como brújula y carta de navegación posmoderna, pasando por la violencia feminicida, la vivencia de una relación de pareja con un seropositivo o las drogas de diseño como sinónimo de diversión, todo sucede con el acento del ahora y se evidencia, por ejemplo, en la libertad con la cual se muestran escenas de sexo hetero o gay, sin hacer pesar sobre ninguna elección erótica las consideraciones que antes cabían en la noción de minoría sexual.
El relato es vertiginoso, se cuenta en relámpagos de imagen y coexisten dos líneas de tiempo, puesto que a las escenas de la defensa que Annalise y sus chicos diseñan para el caso resuelto en cada capítulo se suma, a modo de columna vertebral de la historia, un flashback que rebobina milimétricamente lo sucedido el día en que todos ellos se convierten en homicidas o encubridores, un recurso narrativo eficaz que ya tiene cierto linaje: fue usado por la pionera Daños y perjuicios (Damages, de 2007) y la reciente Bloodline, un drama familiar de alto voltaje que te hace perdonarle cualquier cosa a tu propio clan.
Con ambos pies en el Derecho Penal, tierra marginal si las hay, la mirada sobre la justicia de la serie es amarga, casi corrosiva. Y tiene cierto parentesco con la que flotaba en Dexter, en la cual un asesino serial, incapaz de reprimir su naturaleza, la canaliza liquidando a otros criminales. ¿Cómo defender a un asesino? Convenciéndote de que no lo ha hecho (o de que tú podrías hacer lo mismo), parece querer decir la experimentada Annalise, quien no duda en incriminar a su amante, el policía Nate Lahey (Billy Brown), cada vez que necesita una pieza adicional para resolver el rompecabezas al que la arrastran los cabos sueltos de su armado profesional.
Una mujer contradictoria, Keating, que bien podría haber escrito y repartir entre los alumnos de sus clases aquellos versos desencantados de Almafuerte (Argentina, 1854-1917): El mundo miserable es un estrado donde todo es estólido y fingido,/ donde cada anfitrión guarda escondido su verdadero ser, tras el tocado./ No digas tu verdad ni al más amado; no demuestres temor ni al más temido;/ no creas que jamás te hayan querido por más besos de amor que te hayan dado...
Bendito sea el streaming, que permite que todo ocurra una y otra vez: si no viste la primera temporada de Cómo defender a un asesino, es hora de ponerte al día. AXN está emitiendo en España la segunda (lunes 21.15),...
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Raquel Garzón
Raquel Garzón es poeta y periodista. Se especializa en cultura y opinión desde 1995 y ha publicado, entre otros libros de poemas, 'Monstruos privados' y 'Riesgos de la noche'. Actualmente es Editora Jefa de la Revista Ñ de diario Clarín (Buenos Aires) y Subdirectora de De Las Palabras, un centro de formación e investigación en periodismo, escritura creativa y humanidades.
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