Análisis
Dilma interpreta a Hamlet
Shakespeare jamás hubiera podido imaginarse un personaje de destino tan trágico como la presidenta brasileña, una política honesta en un nido de ladrones que será destituida por corrupta
Andy Robinson Rio de Janeiro , 21/04/2016
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Shakespeare jamás hubiera podido imaginarse un personaje de destino tan trágico como Dilma Rousseff, la presidenta brasileña que, con toda seguridad, será destituida definitivamente el próximo 12 de mayo cuando el Senado en Brasilia confirme la votación pro impeachment de la cámara baja brasileña el pasado domingo.
Rousseff ha insistido esta semana hasta en la sede de las Naciones Unidas en Nueva York en que no ha cometido ningún delito de responsabilidad que, según la Constitución brasileña, justificara el impeachment. Cuando sus enemigos en Brasil la tacharon de victimista, respondió: “Sí, me siento víctima”. Por la sencilla razón de que “lo que se prepara es un golpe”.
Y efectivamente, el argumento de que la llamada “pedalada” fiscal –el maquillaje de las cuentas fiscales en 2014 y 2015 mediante préstamos de bancos públicos– sea motivo suficiente para destituir a una presidenta elegida por la mayoría de los brasileños hace 16 meses no se lo cree nadie. Ni los columnistas más dados al sofismo maquiavélico en periódicos como O Globo, los verdaderos verdugos del Partido de los Trabajadores. Es, obviamente, un pretexto.
Aunque millones de brasileños creen que Dilma está involucrada en la red de corrupción en torno a Petrobras, ni los jueces más empedernidos del equipo del magistrado federal Sergio Moro han encontrado pruebas de ello. Dilma no figura en la lista de 270 políticos publicada por la constructora Odebrecht, a los que se puede haber pagado sobornos. Hasta sus enemigos reconocen que Dilma es una persona de honestidad y disciplina intachables tal y como exige su formación de luchadora marxista.
Pero precisamente por sus conocimientos de la lucha de clases, Dilma debía saber, como sabían Hugo Chávez o Evo Morales, que cualquier pretexto basta para la élite latinoamericana capacitada para movilizar a jueces, diputados e informadores para derribar, con la ayuda del Departamento del Estado norteamericano, a un gobierno, en caso de necesidad. Así es su historia. Por eso, estos dos líderes de la izquierda cambiaron la Constitución, hicieron la reforma política y crearon sus propios medios de comunicación estatales para hacer frente a los privados.
Cabe recordar que tanto O Globo como Folha de S. Paulo, los animadores del movimiento pro impeachment, apoyaron el golpe militar de 1964, ayudando a la convocatoria de las enormes manifestaciones católicas en contra del comunismo inexistente del gobierno de entonces; los tanques quitaron del poder al presidente elegido, Joao Goulart, y al gobierno del socialista Leonel Brizola.
Ahora, igual que entonces, la campaña que defiende derribar al gobierno democráticamente elegido en nombre de la democracia “no tiene mucho que ver con la corrupción; es un conflicto de distribución”, según dijo un economista de un banco público en Río. “El 20% de los brasileños protesta porque no tiene los privilegios de antes”.
Pero si la izquierda no logró movilizar a la clase obrera contra el golpe de 1964, esta vez ni hace falta sacar los tanques. Porque, en una profunda recesión que pone en peligro las conquistas sociales de los diez años anteriores bajo el PT, la opinión pública siente desprecio por Rousseff debido a una desastrosa gestión económica.
Y ahí, como diría quizás la Dilma de una obra de Shakespeare mientras reflexionase en un largo soliloquio sobre su destino, está el “rub”, el quid de la cuestión. Porque la caída dramática del PT puede explicarse por la adopción de las políticas de austeridad y endurecimiento monetario que ahora exigen sus verdugos en Brasilia y en Washington. Cabe recordar que Dilma nombró ministro al economista liberal formado en la ortodoxa escuela de Chicago Joaquim Levy para que diseñase un duro programa de ajuste. “No fue necesario optar por la austeridad; debió mantener la inversión pública y no permitir que la investigación sobre Petrobras paralizara a la actividad en el sector petrolero”, dice Ricardo Summa, economista de la Universidad Federal. Es cierto que la caída del precio del petróleo y otras materias primas complicó sobremanera la vida para Dilma, pero había una alternativa a las medidas de ajuste recomendadas por las sirenas del FMI que ahora, con más sutileza que cuando dieron la bienvenida a Pedro Carmona en Venezuela en 2002, asienten con la cabeza a la defenestración de la presidenta. Estas políticas de austeridad y tipos de interés del 15% son responsables de una profunda recesión, la subida explosiva del paro y el desplome de los salarios reales debido a la inflación. Es ese el motivo de la falta de apoyo en la calle a la campaña contra el “golpe” que el PT ha intentado poner en marcha. Otra vía era posible. Es decir, que Dilma personifica una tragedia que ni Hamlet entendería. Es una política honesta en un nido de ladrones que será destituida por corrupta. Y es quien puso en marcha el ajuste que, para sus críticos en São Paulo, Wall Street y Washington, es tan crítico que hace falta destituirla para terminarlo. La ironía es aún más teatral porque el PMDB, que asume el mando con la ya casi inevitable presidencia de Michel Temer, se opuso a los ajustes defendidos por Dilma. Levy dimitió tras chocar frontalmente contra el Congreso liderado por el PMDB y su corrupto líder en la cámara Eduardo Cunha, investigado por blanquear dinero en Suiza.
La única esperanza respecto a una reacción más contundente en las calles al derrocamiento del histórico partido por un congreso corrupto hasta la médula se producirá si Lula acaba siendo encarcelado por un delito menor, el de haber recibido favores de empresas constructoras. Puede ocurrir antes del 12 de mayo ya que su nombramiento como ministro aforado probablemente será rechazado por el Tribunal Supremo la semana que viene. Lula, muy desgastado, eso sí, no deja de ser uno de los políticos más populares (menos impopulares) de Brasil. Mucho más querido que Dilma.
Shakespeare jamás hubiera podido imaginarse un personaje de destino tan trágico como Dilma Rousseff, la presidenta brasileña que, con toda seguridad, será destituida definitivamente el próximo 12 de mayo cuando el Senado en Brasilia confirme la votación pro impeachment de la cámara baja brasileña el...
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Andy Robinson
Es corresponsal volante de ‘La Vanguardia’ y colaborador de Ctxt desde su fundación. Además, pertenece al Consejo Editorial de este medio. Su último libro es ‘Oro, petróleo y aguacates: Las nuevas venas abiertas de América Latina’ (Arpa 2020)
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