Perfil
Cristina Cifuentes, 'La Gallardona': regeneración en modo PP
La presidenta madrileña es uno de los mayores activos del Partido Popular. Milita desde los 16 y vende perfil progresista --se define como “la auténtica coletas”--. Pero su gobierno es débil y la Púnica roza a su entorno
Álex Moreno / Julio de la Fuente Madrid , 2/05/2016
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"Creo que quienes desde el PP hablan de 'nuevo PP' o de 'viajes al centro', en realidad lo único que están haciendo es aceptar pasiva e ingenuamente que el centro se ha corrido hacia la izquierda colectivista delante de sus propias narices". La prensa interpretó esta invectiva de Esperanza Aguirre en la presentación de su libro Yo no me callo como un ataque a Mariano Rajoy. El dardo, sin embargo, iba dirigido a una diana más cercana. La primera política que habló del ‘nuevo PP’ fue precisamente la heredera de Aguirre en el partido --o al menos en la gestora que ahora lo dirige--, Cristina Cifuentes.
¿Por qué nuevo PP? ¿Qué significa? Los más identificados con esa tendencia, los diputados más cercanos a la hoy presidenta de la Comunidad de Madrid, hablan de nuevas formas, nuevas actitudes. Un desmarque frente al pasado del PP de Madrid. El objetivo es marcar un punto y aparte y desligarse, aunque sin mencionarlo explícitamente, de la corrupción de la ‘era Aguirre’.
La duda es: ¿puede regenerar un partido alguien que ocupó durante los años en los que se producían esos casos de corrupción la secretaría de asuntos internos del PP de Madrid? ¿Puede presentarse como renovadora y adalid de ese ‘nuevo PP’ una mujer que ha sido ‘funcionaria’ del partido desde los años 80?
Los orígenes políticos de Cifuentes (Madrid, 1964) son más derechistas que los de la propia Aguirre, que llegó al partido desde el ala liberal. Cifuentes se afilió a Alianza Popular, el partido posfranquista de Fraga, en 1980. Con 16 años. Y tiene mucho más recorrido en el parlamentarismo regional. Tanto como para haber sido parte de la bancada de la oposición popular en la Asamblea cuando ésta ni había llegado a Vallecas. Entró como asesora en los años 80, y en 1991 ya era diputada regional. Tardó veinticuatro años en ser presidenta, con el paréntesis de su polémico paso por la Delegación del Gobierno en Madrid (2012-2015). Cifuentes sobrevivió al trasvase gallardonista a las dependencias municipales y continuó desde 2003, tras el Tamayazo y la llegada de Esperanza Aguirre.
No tuvo, eso sí, hueco en la corte de la Puerta del Sol durante los doce años que duró el aguirrismo --nueve con la propia Esperanza y casi tres con su sucesor, su delfín Ignacio González--. Una de las colaboradoras de Cifuentes, presente también en aquellos años, lo justifica por la animadversión que generaba entre Aguirre y González su actual jefa. “Como no se llevaba bien con ellos no le dieron ningún cargo institucional. Le tenían miedo”, explica.
Si bien el puesto más relevante que obtuvo tras años como soldado parlamentario fue el de vicepresidenta de la Asamblea, Cifuentes ganó peso y protagonismo por otras vías. Una de ellas, la de funcionaria de la partitocracia española --o forma de repartirse los puestos que se reservan los partidos dentro de los distintos centros de poder--. A los cargos alcanzados con Gallardón --Consejo de Administración en Radio y Televisión de Madrid (RTVM) o Consejo de Cultura, entre otros-- sumó con Aguirre, entre otros, el de consejera en la Asamblea General de Caja Madrid --coincidiendo con, entre otros muchos, Pedro Sánchez--, y, ya con mucho más poder y reconocimiento, el de consejera del Canal de Isabel II en 2012.
"El aguirrismo era todo"
En el partido, su primera responsabilidad grande llegó en 2008, cuando fue nombrada presidenta del Comité de Derechos y Garantías. Sin el sello de pertenencia al clan con el que Aguirre identificaba a sus afines, la actividad de la hoy presidenta de la Comunidad no fue precisamente escasa en aquellos años de los que hoy trata de desvincularse. “El aguirrismo era todo”, defiende una diputada del PP que exige el anonimato. “¿Quién no viene de ahí si no hay otra cosa? Yo no me afilié al PP de Esperanza Aguirre, me afilié al Partido Popular”.
Hay hechos de los que cuesta más desvincularse. José Luis Peñas, el antiguo concejal popular de Majadahonda que denunció las corruptelas de una de las ramificaciones de la trama Gürtel, ha apuntado directamente a Cifuentes como una de las personas que le recomendó dejar pasar el asunto y le sugirió los beneficios de mantenerse apartado pero resguardado dentro del partido --en la “nevera”. La consigna era no armar revuelo con asuntos de este tipo. La propia Cifuentes llegó a reconocer a periodistas que sí que habló con gente que denunciaba prácticas de este tipo, pero que la disciplina del partido obligaba. Cosas del viejo PP.
No es la única tacha que puede encontrarse en su historial. En 2013, el diario InfoLibre publicó unos papeles atribuidos a Eduardo Tamayo --uno de los dos diputados socialistas cuya espantada impidió en 2003 un gobierno de izquierdas en la región-- en los que se resumían, antes de producirse, los movimientos que acabaron conduciendo a la repetición de elecciones. Entre los nombres manuscritos por Tamayo aparece el de la entonces diputada rasa Cristina Cifuentes, que habría servido de intermediación con los presuntos urdidores de la trama. Irónicamente, Cifuentes ocupó la portavocía adjunta en la comisión que investigó el ‘tamayazo’.
La amiga de los polis
Durante aquellos años en los que ocupaba un puesto en la segunda --si no tercera-- fila política, es reseñable el esfuerzo de Cifuentes por lograr un espacio propio. Se convirtió en una habitual de las emergentes tertulias televisivas del TDT Party y fue de las primeras políticas en explorar las redes sociales, subiendo sus intervenciones parlamentarias a YouTube o interaccionando con periodistas en la por entonces minoritaria red social Twitter.
En 2012 pasó de desconocida para el gran público a estar en todas las salsas. Fue elegida delegada del Gobierno en Madrid tras la victoria de Rajoy en las elecciones. Según los allegados de la premiada, a instancias de la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría, aunque en realidad el cargo era considerado políticamente un cementerio de elefantes. Con Cifuentes dejó de serlo. Aprovechó la espantada con lo puesto de Gallardón al Ministerio de Justicia y nombró jefa de prensa a Marisa González, que lo fue del presidente y alcalde, y con la que ya había coincidido en la Asamblea.
Con ella de la mano, Cifuentes realizó una memorable tourné por televisiones y radios para exhibir su perfil, marcadamente diferenciado del de sus compañeros de partido: se manifiesta agnóstica, republicana, defensora del matrimonio homosexual y favorable a una legislación progresista en lo referido al aborto. Sus esfuerzos por ‘vender’ esa imagen en cada ocasión que se le presentaba acaban convirtiendo su perfil en una bandera política con la que la delegada se rodea, gustándose en el papel de verso suelto y progresista del PP que hasta entonces, curiosidades de la vida, ocupaba el anterior compañero de viaje de Marisa González, Alberto Ruiz-Gallardón.
Desde el PP --el ‘nuevo PP’-- sostienen que si bien lo de Gallardón fue impostura, lo de Cifuentes, que ya había defendido retirar el cristianismo de los estatutos del partido y había rechazado la hostilidad popular al matrimonio homosexual, no lo era. “Marisa creó al personaje de Gallardón; el de Cifuentes ya estaba creado, sólo lo puso en conocimiento de la gente. Gallardón no fue el moderno que nos vendieron, sino todo lo contrario. Fue irse Marisa y acabar como acabó. Cristina era ya así antes”, mantienen esas fuentes que exigen el anonimato.
Thelma y Louise
El dúo, que acabaría siendo bautizado como Thelma & Louise, reconfiguró el papel de la delegación del Gobierno: dotó al puesto de una agenda propia, buscando cualquier ocasión para ponerse bajo los focos de las televisiones. Su afán por conocer y controlar la difusión de información no tardó en causarle roces con el jefe superior de la Policía de Madrid, Alfonso Fernández, poco acostumbrado a reportar a la delegación las actuaciones policiales.
Sin embargo, aunque el afán de Cifuentes por mediatizar cada operación o investigación --como por ejemplo la larga búsqueda del pederasta de Ciudad Lineal-- pudiera levantar suspicacias, la defensa a ultranza de la Policía por parte de la delegada en casos como el de Madrid Arena, y muy especialmente en la dura represión de las manifestaciones, le acabó granjeando respeto entre los agentes. Y a la delegada le gustaba presumir por ello, ya fuera al comentar las múltiples visitas de policías al Hospital de la Paz tras su accidente de moto o por la satisfacción que le producía ser reconocida como “la jefa de los policías”.
La mordaza antes de la Ley Mordaza
Mientras los medios presentaban la cara más amable de nuestra protagonista, la calle y los movimientos sociales no tardaron en reconocerla como la nueva sheriff del PP. Cifuentes dio rienda suelta a unos mandos policiales que habían sido contenidos en cierta medida hasta la llegada del Partido Popular. Las cargas, estratégicamente seleccionadas durante el gobierno socialista en los primeros meses del 15M, se convirtieron en un ritual más del estallido de protestas iniciadas tras el mayor recorte conocido del Estado del Bienestar. Las imágenes de las actuaciones policiales, desproporcionadas en la mayoría de los casos, las pelotas de goma, las agresiones a periodistas que cubrían las protestas o la ausencia de identificación (y por tanto la impunidad) de los agentes tenían difícil respuesta en el embellecido relato que la delegada intentaba construirse como cara amable del PP.
Pero Cifuentes no tuvo ningún problema en justificar y amparar actuaciones tan discutibles como la entrada en la estación de Atocha por parte de los antidisturbios en el Rodea el Congreso de 2013 o el veto a personas que portaran cualquier enseña republicana el día de la proclamación de Felipe VI. La respuesta de la delegada era que nunca en la historia habían tenido lugar tantas manifestaciones. Eso, y presumir de los cascotes lanzados contra los antidisturbios en los enfrentamientos tras las Marchas de la Dignidad, el 22 de marzo de 2014, que Cifuentes colocó en su despacho. Aquella noche un joven perdió un testículo como consecuencia de un pelotazo de goma lanzado por la Policía. Otro, el 90% de la visión de su ojo derecho.
La plataforma Legal Sol, que garantiza desde el inicio del 15M la defensa judicial a los manifestantes de las convocatorias indignadas, acusó a Cifuentes y a la Policía de haber utilizado durante aquellos años la detención “como castigo” --muchas de ellas por faltas, lo que está “prohibido expresamente por la legislación”, señalan-- y la sanción a manifestantes “a discreción, de manera arbitraria”. Entre 2011 y 2015 este grupo de abogados cuantificó en más de 1.179 las personas sancionadas por la Delegación de Gobierno, la mayoría tras identificaciones por concentraciones no autorizadas. De las 491 de las que se hizo cargo, 210 fueron anuladas, 47 de ellas mediante sentencia y 8 por vulneración de derechos fundamentales.
Una incomodidad bien llevada
Sin embargo, Cifuentes no acabó como Felip Puig, conseller de Mas, cuyas mentiras sobre las tropelías de sus mossos d’esquadra en el caso de Ester Quintana le costaron el puesto. Hoy Cristina Cifuentes es uno de los mayores activos del Partido Popular. Gracias a un acuerdo, Ciudadanos concedió al PP la Real Casa de Correos de Sol, una de las pocas plazas importantes que la derecha salvó en los comicios municipales y autonómicos de mayo de 2015. Incluso durante estos meses posteriores a las generales, cuando la cabeza de Rajoy se exigía como condición de un acuerdo para conformar gobierno que incluyera a los populares, su nombre fue sutilmente introducido en la lista de susceptibles a protagonizar la llamada Operación Menina.
En la Asamblea no escasean los diputados de la oposición que ven claras sus intenciones de marcharse, aun reconociendo la dificultad de la empresa. “Ellos mismos admiten que la operación Menina no está articulada porque no pueden echar al culpable (Rajoy)… Pero los que han puesto a Cristina debajo de los focos son ellos mismos”, comenta un diputado de la oposición. “Cifuentes no está por salirse de donde está”, replican personas cercanas a la presidenta. “Una cosa es hacerse ver o dejarse querer”, agregan estas fuentes, que sitúan a la presidenta en la misma actitud que en los meses previos a la designación de candidatos para los comicios municipales y autonómicos.
En aquellos meses la entonces delegada del Gobierno se confesaba casi disgustada por las quinielas que circulaban. “Aparecer en las encuestas me incomoda profundamente, no estoy en la carrera para suceder a nadie”, repetía. Todo aquel que rondara el Palacio de Borghetto, sede de la delegación, sabía que Thelma & Louise no sólo se dejaban ver, sino que cocinaban su inclusión en el tándem electoral por Madrid. La existencia de esta estrategia queda reflejada incluso en el sumario de la trama Púnica, en una conversación grabada en octubre de ese año a Alejandro de Pedro, uno de los imputados en la causa.
Según la conversación, Cifuentes se postulaba como candidata a la alcaldía. Más tarde apareció Esperanza Aguirre con la misma idea y, finalmente, en el momento en que Rajoy debía decidir sobre sus candidatos, dos portadas de El Mundo sobre el ático de Ignacio González descabalgaron al entonces presidente de la Comunidad, dejando un hueco libre. Hoy Cifuentes es presidenta en la Puerta del Sol y presidenta de la gestora que rige el PP de Madrid tras la acumulación de pruebas derivadas de la Operación Púnica, que apuntan a la financiación ilegal del partido --registro en Génova 13 y dimisión de Aguirre incluida--.
El pasado amenaza al ‘nuevo PP’
Paradójicamente, esta ascensión y el sugerente horizonte que se le presenta contrasta con la frágil situación en la que se encuentra la presidenta de la Comunidad, tanto en la Asamblea como en su propio partido. “La moción está en el viento, como la canción de Bob Dylan”, comentaba hace unas semanas un destacado diputado de Podemos. Tras la filtración de contactos entre la oposición, Ciudadanos incluido, en el PP saben que si Cifuentes da el salto a la política nacional, el Gobierno de Sol está vendido. El propio Ignacio Aguado, portavoz de C’s, ha remarcado públicamente que el acuerdo que permite a los populares gobernar en Madrid se hizo con Cristina Cifuentes, no con otro candidato.
Que el salto no se produzca tampoco asegura la presidencia. En la oposición saben que es cuestión de tiempo que las investigaciones de la Guardia Civil en el marco de la Operación Púnica acaben salpicando a este ‘nuevo PP’. Las filtraciones sobre la confesión de David Marjaliza, socio de Granados y presuntamente uno de los cerebros de la trama, apuntan directamente al ‘número tres’ del Gobierno, Jaime González Taboada. No es el único. En la bancada popular se sientan alcaldes y exalcaldes de municipios con contratos investigados en esta misma operación. Hace tan sólo unos días el juez inició los pasos para imputar a uno de ellos, el exregidor de Móstoles Daniel Ortiz.
La corrupción no es lo único que agita las aguas en las filas del PP madrileño, que vive una desbandada: en menos de un año ya ha corrido quince puestos la lista de diputados por ausencias que se interpretan como una mezcla de ‘limpia’ de aguirristas y espantadas. “La mayoría de los que se han ido los había dejado Aguirre como un favor. Los escaños se han estado utilizando como premio”, aseguran fuentes populares.
El enfrentamiento con la propia Aguirre también es notorio. A la rabia que pueda darle a la condesa que alguien pretenda alejarse del pasado que ella protagonizara, como si de una vergüenza se tratara, la expresidenta suma sin rubor sus pullas contra las nuevas formas de su heredera. Detesta que tras años marcando la agenda en la Comunidad de Madrid, el PP de Madrid se haya vaciado de contenido ideológico, después de haber sido la punta de lanza del neoliberalismo en España, y se pliegue a lo que otros grupos proponen.
Agenda vacía
La aparente falta de agenda propia no es sólo una circunstancia derivada de la minoría popular en Vallecas. Los otros grupos acusan abiertamente a Cifuentes de intentar dar golpes de efecto con proyectos que la oposición ha planteado y registrado en la Asamblea previamente. Ahora Madrid denunció al poco tiempo de llegar al Ayuntamiento la similitud entre las propuestas y declaraciones de Carmena y las que hacía días después la propia Cifuentes.
Todo el mundo interpreta la falta de definición política como parte de una estrategia personal. “Está pensando en saltar. Todo lo hace pensando en eso. No es un tema político, sino de un gobierno que quiere vender bien lo que hace”, asegura un diputado de la oposición. Estar en el alambre obliga a no moverse mucho, no posicionarse. No causar rechazo. Cumplir con pulcritud y ‘estética’, y esperar los réditos políticos que puedan aguardar a la vuelta de la esquina.
Sería paradójico que de todos los políticos populares de Madrid que aspiraron a dar el salto a la dirección nacional triunfara alguien que ha hecho todos los esfuerzos por aparentar no quererlo. Alguien que denunció que la política no podía ser marketing y que meses después regalaba coleteros en sus actos de campaña, proclamándose “la auténtica coletas”. Titulares más que ideas. Sería el triunfo también de los que piensan que los viejos partidos tienen capacidad de regenerarse por sí solos, y que esta regeneración puede llevarla cabo alguien del pasado. Es decir, puro Gatopardo: ¿para qué cambiar de verdad, si con unos retoques cosméticos basta para lograr el borrón y cuenta nueva?
"Creo que quienes desde el PP hablan de 'nuevo PP' o de 'viajes al centro', en realidad lo único que están haciendo es aceptar pasiva e ingenuamente que el centro se ha corrido hacia la izquierda colectivista delante de sus propias narices". La prensa interpretó esta invectiva de Esperanza Aguirre en la...
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Julio de la Fuente
Periodista, criminólogo y experto en márketing político. Trabaja en Europa Press y colabora en distintos medios de comunicación. Tras más de una década cubriendo Madrid, ha vivido varias campañas electorales y movimientos como el 15-M.
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