Tribuna
La victoria del FPÖ en Austria: notas para reflexionar sobre Europa
Existe una disyuntiva real entre luchas xenófobas y lucha de clases y en esa disputa por determinar el campo de batalla, los que defendemos una UE social y solidaria por el momento vamos perdiendo
Miguel Urbán 7/05/2016
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El pasado domingo, en la primera vuelta de las elecciones presidenciales, se constató una situación inaudita en la historia reciente de Austria. Ninguno de los partidos en coalición del Gobierno austriaco ha conseguido alcanzar la segunda vuelta por primera vez desde la II Guerra Mundial. Mientras, el candidato de extrema derecha del Partido Liberal Austriaco (FPÖ) consiguió por primera vez ser el más votado con el 35,3%, trece puntos por encima de la suma de la coalición de gobierno entre democristianos y socialdemócratas. Un resultado sorprendente, que no sólo demuestra la pujanza de la ultraderecha europea --el FPÖ forma parte en la Eurocámara del grupo Europa de las Naciones y las Libertades con partidos como el Frente Nacional Francés, la Liga Norte o el Partido para la Libertad de Holanda--, sino también la profunda crisis del sistema de partidos austriaco.
La presencia parlamentaria de la extrema derecha en Austria no es nueva. De hecho, los procesos de desnazificación después de la II Guerra Mundial fueron muy tibios, pues los austriacos supieron presentarse como víctimas y no como colaboradores del régimen nazi. Ya en las elecciones de 1949, la Liga de los Independientes, agrupamiento de la mayoría de los cuadros y militantes nazis que apoyaron el proyecto de anexión de Austria a la Alemania del Tercer Reich, obtuvo un buen resultado con el 11,7% de los votos. A pesar de los buenos resultados decidieron cambiar el nombre de la formación, debido a un acuerdo alcanzado entre el núcleo fundador y círculos de la derecha liberal con el que pretendían conseguir una imagen más moderada del partido alejada de la asimilación al pasado nacional socialista.
De esta forma nace en 1956 el Partido Liberal Austriaco (FPÖ) (en alemán Freiheitliche Partei Österreichs), aunque realmente el FPÖ no consigue avances electorales sustanciales hasta que en septiembre de 1986 llega a la jefatura del partido Jörg Haider, que imprime una nueva impronta a la formación, rompiendo con el gobierno de coalición socialdemócrata y proyectando un discurso mezcla de nacionalismo, populismo y xenofobia imitando el ejemplo del FN francés ante sus éxitos en las elecciones europeas. Desde la jefatura del FPÖ, Haider se convirtió en uno de los políticos más famosos y controvertidos de Austria, y con su liderazgo la formación ultraderechista comenzó un camino de ascensión electoral que le llevó a ser el partido más votado del Estado federado de Carintia en 1989, en el que Haider llegó a ser su presidente, gracias a un acuerdo con los conservadores.
El discurso populista de Haider en contra de la clase política y el sistema clientelar vigente desde la posguerra, el Proporzsystem, que otorgaba cargos y ventajas sociales en función de resultados de proporcionalidad política y un complicado engranaje burocrático dominando durante cuarenta años por socialdemócratas y conservadores [1], mediante la utilización de un lenguaje rudo, sensacionalista y directo, consiguió conectar con una parte del electorado que encauzó su voto de protesta en el FPÖ. Durante la década de los ochenta y noventa Haider desplegó todo un arsenal de iconos y mensajes populistas, presentándose con una imagen amable desenfadada, rodeado de niños o personas mayores, campesinos a ser posible, a los que acostumbraba a ofrecerles “limpiar el establo”, expresión campesina, de los corruptos, de los que despilfarran el dinero de los contribuyentes y, por supuesto, de los extranjeros. Por ello se definía como un populista, entendiendo por tal al “hombre del pueblo” o, más bien, a “alguien que se encuentra en condiciones de expresar lo que mueve a la gente”, dispuesto a defender a “los pequeños” con un programa nacionalista, aunque, como Le Pen, trata al mismo tiempo de atraerse a quienes disponen de más recursos [2].
El FPÖ, a pesar de su renovación política, mantiene los mitos de la extrema derecha de matriz nacional socialista
El FPÖ, a pesar de su renovación política, mantiene los mitos de la extrema derecha de matriz nacional socialista, invocando consignas pangermanistas en las que expresaban el sinsentido de la existencia del Estado austriaco y la incorporación a la “patria alemana”. Unas alusiones siempre veladas, ya que contradicen el mandato constitucional que prohíbe explícitamente la unión de Austria y Alemania, pero que refuerzan su nacionalismo germánico. El ultranacionalismo del FPÖ se expresa también en el rechazo xenófobo al inmigrante: Haider presumía de ser el primer político en Europa que alertó del peligro de la inmigración. En este sentido el FPÖ ha venido reclamando, desde principios de la década de los noventa, la contención de la inmigración hasta que por lo menos el paro baje del 5%, al igual que instaba a limitar el número de escolares sin el alemán como lengua materna. El discurso xenófobo también se dirige contra la UE, y contra su ampliación una vez que Austria pasó a formar parte de la misma, intentando explotar el recelo que esta ha generado entre los campesinos por la puesta en práctica de la política agraria común.
Estos ingredientes permitieron al FPÖ iniciar un crecimiento electoral constante desde 1983 hasta 1999, año en el que se convirtió en la segunda fuerza electoral del país con el 26,9% de los votos. Fueron los mejores resultados de su historia hasta las municipales de 2015 y les permitieron acceder al gobierno mediante una coalición con los democristianos, en donde ostentaron hasta seis carteras ministeriales. Una situación que generó una condena unánime de los países miembros de la UE, que por primera vez en su historia impusieron sanciones diplomáticas a Austria, suspendiendo toda relación bilateral, aunque apenas duraron seis meses. Parece que la UE se está acostumbrando a que los gobiernos de sus países miembros estén formados por coaliciones conservadoras en las que esté presente la extrema derecha, ya que a partir del éxito de la FPÖ al menos otros seis gobiernos de países miembros de la UE han estado formados o apoyados por partidos catalogados de extrema derecha sin que esta haya aplicado ninguna sanción al respecto.
El éxito del FPÖ supuso también el inicio de su caída. A partir de la entrada en el gobierno, la formación ultraderechista no paró de cosechar malos resultados electorales y crisis internas que incluso llevaron al propio líder populista a escindirse de la formación y crear un nuevo partido, Alianza para el Futuro de Austria (BZÖ) en 2005. La crisis del gobierno y en especial del FPÖ se produjo no por las sanciones de la UE o las presiones internacionales, sino por las contradicciones internas del propio FPÖ y su carismático líder: "Como partido de Gobierno, el FPÖ fue incapaz de satisfacer las expectativas que había despertado cuando ejercía de oposición fundamental". Las bases del éxito del FPÖ fueron sus grandes debilidades: una vez que tuvieron que formar parte del gobierno la imagen de partido de protesta se desvanecía, su verbalismo populista se aplacaba ante su responsabilidad gubernamental, los grandes atractivos del partido se desvanecían. Además la entrada de los liberales austriacos en el gobierno evitó el desgaste político que suponía para el sistema otra “gran coalición” de socialdemócratas y conservadores que limitaba las opciones del electorado y dejaban el camino libre para un hipotético FPÖ en la oposición.
Algunos politólogos adjudicaron al canciller Wolfgang Schüssel, del Partido Popular, que desde el año 2000 gobernó Austria en coalición con la derecha haideriana, el mérito de haber estrangulado políticamente a sus socios derechistas en el Gobierno, pero otros niegan esta versión. El comentarista Hans Rauscher señala en el diario Der Standard que "el haiderismo --movimiento xenófobo, perjudicial para la democracia, incompetente y con residuos nazis-- no ha sido domado en absoluto, sino que ha impregnado la genética política de Austria".
La crisis de partidos tradicionales no es una característica propia de Austria, sino más bien de la mayoría de los países europeos
Tras la crisis de gobierno de 2002, Haider abandonó la dirección federal del partido, pero su influencia política en la formación no cedió hasta su escisión y la formación del BZÖ en 2005, el momento más crítico para la formación desde su nacimiento. Al escindirse Haider, el FPÖ perdió fuerza política, su feudo de Carintia y su capacidad de formar gobierno. En el peor momento para la formación ultraderechista, alcanza su jefatura Hein-Christian Strach, que radicaliza de nuevo el discurso y aporta una imagen más popular alejada de las “buenas familias” que hasta el momento habían dirigido el partido. Con Strach el FPÖ recobra paulatinamente el dinamismo perdido. Asimismo, desde la muerte de Haider y posterior perdida de fuelle del BZÖ, su principal competidor, reinicia un ascenso electoral que tiene su momento más destacado con las municipales de Viena de 2015 en donde alcanza el 32,3% de los votos, convirtiéndose en la segunda fuerza del país.
Para poder entender el éxito del FPÖ en las últimas contiendas electorales hay que tener en cuenta dos elementos fundamentales que ponen en jaque el propio régimen austriaco y que tienen una honda relación con la crisis política que vive Europa.
La crisis de partidos tradicionales no es una característica propia de Austria, sino más bien de la mayoría de los países europeos. De esta forma, estamos viendo el desplazamiento de los espacios electorales tradicionales hacia opciones políticas que hasta ahora se encontraban en sus márgenes. En el pasado, los candidatos de los dos principales partidos políticos del país alpino solían superar juntos el 80% de los votos en las elecciones presidenciales. En estas elecciones el FPÖ no sólo ha conseguido ser la fuerza más votada con el 35,3% de los votos sino que los candidatos de la coalición en el poder, el democristiano Andreas Khol, ha sido cuarto con el 11,2%, por delante del socialdemócrata Rudolf Hundstorfer, con el 10,9%. En este sentido, las elecciones presidenciales han servido de termómetro del apoyo popular a la coalición en el gobierno que se ha demostrado muy escaso.
La crisis de los partidos que tradicionalmente han ostentado el poder después de la II Guerra Mundial no parece ser un síntoma exclusivamente austriaco, sino más bien europeo. En los últimos años hemos visto cómo fundamentalmente la socialdemocracia se ha visto desplazada electoralmente por la emergencia de nuevas fuerzas que están ocupando gran parte de su espacio político. Aunque en la mayoría de los casos este desplazamiento se ha producido hacia la derecha, en algunos casos también se ha producido por su izquierda como en Grecia con Syriza.
El reclamo identitario apela explícitamente a la discriminación de sectores sociales según su origen o pertenencia cultural
De hecho, Alexis Tsipras escribía pocos meses antes de acceder al poder: “La crisis actual de la socialdemocracia es equivalente a la crisis de Europa. Cuanto más siga siendo aquella una espectadora de su propio callejón sin salida estratégico --y yo diría que también histórico-- tanto más sus respuestas a los desafíos actuales seguirán basándose en los reflejos conservadores de los años 90. Y tanto más perderá el ritmo de la historia, porque los desafíos de la actual coyuntura han cambiado de signo” (…) “cuando una fuerza política histórica deja de representar los intereses sociales que representaba históricamente, entonces tarde o temprano es reemplazada por las fuerzas que verdaderamente pueden representarlos. Porque la política como la naturaleza tiene horror al vacío”.
En Grecia la crisis de la socialdemocracia se saldó con la victoria de Syriza en las elecciones de enero de 2015 defenestrando políticamente al Partido Socialista griego, el Pasok, después de varios años de conflictividad social y de gobiernos de “unidad nacional” para implementar las medidas de ajuste de la Troika. En Austria, sin embargo, mientras la situación tiene elementos comunes en la descomposición de los principales partidos, en este caso la disputa por el espacio político de la socialdemocracia lo encarna la extrema derecha del FPÖ.
Quizás sea Viena el ejemplo más paradigmático de esta disputa y de la propia crisis del partido socialista austriaco. La capital austriaca ha sido gobernada por la socialdemocracia desde 1919, con la excepción del periodo entre 1934 y 1945, el del dictador Engelbert Dollfuss y de la anexión de la Alemania nazi. Desde 1945 lo ha hecho ininterrumpidamente, lo que le ha valido el sobrenombre de “Viena la Roja”. En las elecciones municipales del año pasado, a pesar de que la socialdemocracia consiguió mantener la alcaldía con el 39,5% de los votos, cosechó su segundo peor resultado desde 1945 sólo por detrás del 39,2 de 1996. Por el contrario, el FPÖ con su campaña “Viena no debe de ser Estambul” obtuvo su mejor resultado en la historia de las municipales vienesas con el 32,3%, incluso por delante del resultado del carismático Haider en 1996, que consiguió el 27,6%. La campaña del FPÖ conjugó propuestas y soflamas islamófobas como paremos la “tercera invasión musulmana”, con consignas como que el objetivo del FPÖ era hacer la “revolución de octubre” apelando directamente al electorado tradicionalmente de izquierdas.
El éxito electoral del FPÖ no se basa en la profunda crisis de los partidos tradicionales, es más bien la expresión de esa crisis, que consigue canalizar políticamente a través de la conjunción de cuatro elementos fundamentales:
Una política contestataria, encarnada en el rechazo al sistema político parlamentario agitando la bandera de la democracia en defensa de los intereses populares, de los de abajo, contra las élites corruptas. El propio Haider llegó a abogar por crear una “tercera república” sin partidos en la que se gobernaría por referéndum de una forma directa. Esta invocación a recuperar la democracia secuestrada por la oligarquía política corrupta, denominada por la ultraderecha como “partidocracia”, ha resultado ser uno de los factores de movilización electoral fundamental para la extrema derecha europea. El éxito electoral de la bandera de la auténtica democracia por parte de la ultraderecha no se puede entender sin valorar el déficit democrático de las sociedades en las que surge, de la trasformación sistémica de una sociedad globalizada y de la deslegitimación de la política y de lo político que se ha producido en su seno ante la propia devaluación de las ideologías.
El reclamo identitario apela a la amenaza que se cierne sobre la comunidad nacional amenazada por la “contaminación” del multiculturalismo, la migración o la islamización. Un recurso reiteradamente utilizado a lo largo de la historia para fortalecer la cohesión y asegurar el consenso social. Aportando no sólo un enemigo sobre el que dirigir el malestar, sino también una propuesta afirmativa, reconquistar la identidad como comunidad, salvaguardar el concepto agregativo “nosotros”. Una movilización que trasvasa la inmediatez de la protesta por un proyecto de largo aliento, ¿cuándo acaban los peligros?; convirtiéndose en identidades “predatorias” “cuya construcción social y movilización requieren la extinción de otras categorías sociales próximas, definidas como una amenaza para la existencia misma de determinado grupo definido como “nosotros” (…), que se vuelven predatorias al movilizarse y concebirse a sí mismas como una mayoría amenazada (…) Se trata de demandas relativas a mayorías culturales que intentan vincularse exclusiva o exhaustivamente con la identidad nación” [4].
De esta forma en el último mitin de la primera vuelta de las presidenciales Hofer, el candidato más joven de los seis que concurrían a estas elecciones y vicepresidente tercero del Parlamento austríaco por el FPÖ, afirmaba: “El islam no es parte de Austria y si mantenemos nuestra política en el año 2050 la mitad de los menores de 0 a 12 años de todo el país serán musulmanes. No quiero que Austria sea un país de mayoría musulmana”. La retórica llana y cercana de Hofer ha permitido transmitir los aspectos más duros del FPÖ sin la agresividad que solían mostrar otros candidatos en el pasado y que asustaban a la enorme mayoría de los votantes. Esta capacidad ha llevado a algunos comentaristas a definirlo como un ultra “con piel de cordero”.
El reclamo identitario apela explícitamente a la discriminación de sectores sociales según su origen o pertenencia cultural. Una restricción al concepto de pertenencia “nacional” que ataca directamente el concepto de protección jurídica en relación a la pertenencia a la comunidad, que llega incluso a la exclusión legal y sienta las bases programáticas de la xenofobia política del siglo XXI. Enarbolando un “chauvinismo” del bienestar entre los que tienen derecho a ser protegidos y los que no, una ficticia disputa por recursos escasos en donde “el servicio de empleo austríaco debe atender primero a los austríacos. Un presidente toma decisiones para todos, también para los que acaban de llegar al país, pero en primer lugar para los austríacos. Ese es mi compromiso”.
De hecho, Hofer se presenta a sí mismo como un protector de la patria ante los peligros exteriores, fundamentalmente la llegada de miles de refugiados, fundamentalmente sirios e iraquíes. Enarbolando un populismo punitivo que crea una sensación de emergencia y de gran inseguridad a partir de algún hecho concreto, para que sea mucho más fácil convencer a la población de que se necesitan medidas excepcionales y no ordinarias para combatir la situación que ha generado la alarma. En este sentido, el propio Hofer se muestra partidario de la venta de armas por los tiempos de incertidumbre derivados de la llegada de los refugiados, y hasta ha revelado que en ocasiones lleva pistola.
El próximo 22 de mayo sabremos si Austria tendrá por primera vez desde la II Guerra Mundial un presidente ultraderechista y la tormenta política que puede suponer tanto para un proyecto europeo en crisis como para una extrema derecha en ascenso. Pero más allá de que al final Hofer consiga alcanzar la presidencia de Austria, lo que está fuera de toda duda es la polarización y quiebra de la política austriaca y europea. Producto de años de “gran coalición” entre conservadores y socialdemócratas, de una determinada opción de construcción de la unidad europea y de políticas de ajuste austerita. El que el campo de batalla se esté desviando cada vez más hacia las identidades y las pertenencias muestra que a día de hoy existe una disyuntiva real entre luchas xenófobas y lucha de clases y que, en esa disputa por determinar el campo de batalla, los que defendemos una Europa social y solidaria por el momento vamos perdiendo.
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Miguel Urbán es eurodiputado de Podemos.
Notas:
[1] Casals, Mesenger X. (2004). Op Cit. pp 117.
[2] Rodríguez. Jiménez. J.L. (2004). Op Cit. pp 176.
[3] Con tercera invasión el FPÖ se refería a que Viena fue sitiada dos veces por los otomanos, un tema tradicionalmente muy sensible entre los austriacos más conservadores, y que ha hecho de este país el principal opositor a la entrada de Turquía en la UE.
[4] Appadurai, A. El Rechazo a las Minorías, Ensayo sobre la geografía de la furia. TusQuets, Barcelona 2007, pp 69.
El pasado domingo, en la primera vuelta de las elecciones presidenciales, se constató una situación inaudita en la historia reciente de Austria. Ninguno de los partidos en coalición del Gobierno austriaco ha conseguido alcanzar la segunda vuelta por primera vez desde la II Guerra Mundial. Mientras, el candidato...
Autor >
Miguel Urbán
Es eurodiputado de Anticapitalistas.
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