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Lo hemos vuelto a hacer. De nuevo la Champions League, esta vez en la Lombardía como hace dos años ocurrió en tierras portuguesas, tiene final española. O para ser más exactos, y aún más ceñidos al mapa: madrileña. La capital del reino despacha a sus dos grandes equipos históricos a Milán para disputarse el cetro continental. No hay ninguna duda de que somos los reyes del mambo, los number one, la leche en bote. Al menos, en lo del balón pateado. Si volvemos la vista al empleo, el I+D+i, el nivel del sistema educativo, el índice de lectura, las patentes u otras zarandajas por el estilo, ya sabemos todos lo que hay.
Se me ocurre una maldad: en este año en que sus directivos han optado ya sin tapujos por declararlo no español, adoptando el concepto excluyente de catalanidad propio del procès al que han dado en adherirse, el Barça, que todavía compite en la Liga BBVA por la cosa de la pela, se ha quedado fuera de la fiesta, viendo cómo son dos equipos mesetarios los que copan el festival cañí del fútbol europeo. Parece que los culés podrán consolarse con esa Liga que, justo es decirlo, han hecho más méritos que nadie para ganar, y que habrán de colocar en la vitrina de los trofeos internacionales cosechados por el club. Digo yo.
Pero estábamos con la final española, el encuentro en la cumbre de esos dos clubes que ni pretenden ni pueden aspirar a ser otra cosa. Da que pensar la pujanza de nuestro querido Futboñistán en esto del once contra once, y lo primero que se le ocurre a uno es que tamaña eficacia, dando ya por sentado que esto es un negocio puro y duro, y tiene poco o nada de aventura romántica, es indicativo de una gestión exitosa; más aún, de un liderazgo aplastante que ya quisiéramos, todos, que nuestro país alcanzara en otros campos de actividad. El fútbol español ha acertado a movilizar recursos ingentes: propios (los menos), ajenos (los más), y extraídos hábilmente al incauto contribuyente (no pocos). Con ellos, más la afición que naturalmente convoca, y la complicidad entusiasta de los medios y las instituciones, ha levantado un tinglado sensacional, que le permite afrontar las mayores inversiones, tanto en mano de obra como en márketing, y estar siempre a la cabeza de la competición europea.
Uno se pregunta si no se podría imitar ese modus operandi en otros terrenos, porque es evidente que nos comeríamos el mundo. Y uno se pregunta, también, por el modelo de gestión que hay tras esos resultados apabullantes. Desde el Pleistoceno superior en el fútbol español manda un señor que se llama Ángel Villar. Los que no entendemos mucho de fútbol sabemos que muchos le odian, que sobre él y sus prácticas planea la sombra de una inhabilitación, y que es curiosamente apoyándose en los grandes clubes con menos entusiasmo hispánico, entre ellos el Barça, como entre otras destrezas conserva su poder. Dicen que ahora que Platini ha tenido que despejar el pedestal es uno de los que tienen más posibilidades de presidir la UEFA. Si es por resultados, nadie va a poder exhibir más que los suyos.
Lo hemos vuelto a hacer. De nuevo la Champions League, esta vez en la Lombardía como hace dos años ocurrió en tierras portuguesas, tiene final española. O para ser más exactos, y aún más ceñidos al mapa: madrileña. La capital del reino despacha a sus dos grandes equipos históricos a...
Autor >
Lorenzo Silva
1966. Escritor. Nada mejor que ser y sentirse un poco extranjero doquiera que uno va.
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