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Dos jóvenes sirios se preparan para intentar por última vez cruzar la frontera con Macedonia.
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Han resistido al frío, a las malas condiciones higiénicas, a vivir en un lodazal cada vez que llovía y a las trabas que el gobierno griego ha puesto a quienes querían ayudarles. Sus niños han sufrido problemas respiratorios porque la única manera de soportar el frío era quemar tela o plástico en las hogueras. Clavaron sus tiendas hace tres meses en un campo de trigo y hasta el último día las 8.000 personas que sobrevivían en Idomeni, según Acnur, no han perdido la esperanza de alcanzar las montañas que veían al otro lado de la valla. El cierre de la frontera con Macedonia les dejó atrapados en Grecia cuando no les había podido detener antes la guerra en Siria. Ni las bombas barriles de Al Assad, ni el ISIS, ni la policía turca, ni las mafias en cuyas manos pusieron sus vidas para atravesar el mar Egeo.
Esta mañana del 24 de mayo se han despertado con la policía y el Ejército griego frente a sus tiendas. Los agentes y militares han rodeado el recinto en el que esperaban a que Europa les permitiera seguir su camino y no les han dado otra opción que recoger las últimas cuatro cosas que poseen y empezar de cero otra vez en otro campo, esta vez oficial. Aunque en algunos de los autobuses a los que han sido obligados a subir ponía "Crazy Holidays", no se iban de vacaciones locas, sino a otros campos que el gobierno griego ha preparado junto a los militares y ACNUR para continuar con la locura en la que se ha convertido sus vidas desde que la Unión Europea decidiera darles la espalda. Por el momento, estos campos sólo tienen capacidad para unas 6.000 personas, de acuerdo a las informaciones de la agencia de Naciones Unidas.
Las personas solicitantes de asilo han podido ver desde la ventana del autobús cómo una excavadora amarilla arrancaba del suelo las tiendas de campaña que han sido sus casas y en las que sobrevivían de la manera más digna posible. Después, en el cruce situado a tres kilómetros de allí, al que previamente habían sido expulsados los medios de comunicación, han podido lanzar algunos besos a través del cristal a los voluntarios que les decían adiós con la mano, emocionados.
Los rumores que circulaban por el campo desde el domingo se confirmaron el lunes, al anochecer. Cuatro policías griegos vestidos de paisano comenzaron a patrullar entre las tiendas para localizar a periodistas, fotógrafos y voluntarios y advertirles de que, desde ese momento, quedaba prohibido permanecer en Idomeni. Tal y como habían publicado algunos medios griegos y el alemán Spiegel Online, la evacuación del campo se iniciaría el martes 24 de mayo a primera hora.
La llegada de los policías de incógnito no sorprendió a nadie. A pesar de que los habitantes del campo de Idomeni continuaban con su día a día con la calma de quien se ha visto en peores situaciones, las autoridades griegas habían tratado de impedir el acceso de alimentos al campo desde el domingo para desalentar a los refugiados y facilitar su resignación. Ni siquiera se hacían excepciones con el reparto de leche para bebés, lo que obligó a ONGs como Bomberos en Acción o EREC (Equip de Rescat en Emergències de Catalunya) a buscar entradas alternativas al recinto y servir la comida con un considerable retraso.
Muy molestos con las trabas y con la falta de información por parte de los responsables del campo, algunos voluntarios decidieron incumplir las órdenes, permanecer en él y ser testigos del desalojo de las personas a las que han estado asistiendo hasta el final.
En la noche del lunes mientras las familias con niños y madres embarazadas se disponían a esperar a la madrugada sentados por última vez frente a sus tiendas, muchos de los refugiados jóvenes se echaban las mochilas al hombro para intentar cruzar la frontera en la oscuridad del bosque una última vez. Acostumbrados a no tener nada que perder, respondían con una media sonrisa a quienes les pedían que tuvieran cuidado. "Sé cuidar de mí mismo, he salido de una guerra, escapado al ISIS y nadado dos horas en el mar", dijo Tarek antes de darse la vuelta y recibir una palmada de su compañero.
Los habitantes del pequeño pueblo en cuya estación de tren estaba situado el campo también han vivido con intensidad los últimos días de incertidumbre. Christos, de vacaciones en su casa natal como cada verano tras emigrar a Alemania en los años ochenta, ha sufrido en las últimas semanas por los que veía corretear cada día frente a su casa, la primera a la derecha viniendo de las tiendas. Estas últimas semanas ha pasado los días fumando cigarrillos en su terraza: "Me está matando la incertidumbre, son tan buena gente y tienen unos críos increíbles. Me duele el corazón. ¿Qué va a ser ahora de ellos?", se preguntaba anoche.
El plan del gobierno Tsipras es trasladarlos a otros campamentos oficiales, habilitados en las últimas semanas y gestionados por el Ejército, la mayor parte de ellos en el norte de Grecia. Allí, después de que el método inicial a través de skype fallara estrepitosamente, el gobierno pretende iniciar un nuevo proceso de preregistro cara a cara, con empleados del ministerio acudiendo a cada campo. En teoría, una vez registrados, los refugiados podrán solicitar asilo en Grecia o acogerse al programa de relocalización a nivel europeo. Nadie sabe predecir el tiempo que tendrán que vivir en estos campos hasta que la burocracia griega avance.
“Sacar a todos los refugiados de la desgracia que supone Idomeni va en su propio beneficio, lo principal es que vivan en condiciones humanas”, declaró Yorgos Kyritsis, el coordinador del Gobierno para la “crisis migratoria” en una entrevista a la cadena de televisión privada Sky, el lunes 23.
Ahora queda por ver si los campos oficiales, muchos de ellos recién abiertos, con las instalaciones básicas como agua corriente o electricidad sin terminar, ofrecen esas condiciones. Phoebe Ramsay, una de las coordinadoras de los voluntarios internacionales que han trabajado en Idomeni desde marzo, apuntaba el domingo que esta ha sido la principal dificultad a la hora de convencer a los refugiados de que lo mejor era trasladarse. “Los campos oficiales acaban de abrirse y las condiciones aún no son buenas. El gobierno griego y ACNUR deben colaborar con las demás ONGs y con los voluntarios para incrementar con rapidez estas condiciones o pronto tendremos problemas”.
Han resistido al frío, a las malas condiciones higiénicas, a vivir en un lodazal cada vez que llovía y a las trabas que el gobierno griego ha puesto a quienes querían ayudarles. Sus niños han sufrido problemas respiratorios porque la única manera de soportar el frío era quemar tela o plástico en las hogueras....
Autor >
Laura Alzola Kirschgens
Reportera e investigadora. Migración, educación, discurso y cambio social. Múnich, Hamburgo y ahora, Barcelona. Periodista. Máster en Inmigración por la Pompeu Fabra. Extranjera, como lo son todos en algún lugar
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