Nur y la serpiente
Donde hace un año sólo había una vieja estación de tren, unas vías y prados, ahora se hallan atrapadas entre 10.000 y 13.000 personas en un campo improvisado de refugiados en Idomeni en la frontera entre Grecia y Macedonia
Olmo Calvo 9/03/2016
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Nur nació en el Kurdistán sirio. Es una bebé y ya conoce la dureza del exilio. Su familia tuvo que huir de la guerra que asuela Siria desde hace cinco años. Un conflicto que no cesa y en el que participa el dictador Bashar Al Asad y sus aliados, Rusia, Irán y la milicia Hezbolá, de Líbano, pero también una amalgama de grupos apoyados por Estados Unidos, Francia, Turquía o Arabia Saudí. Hay que sumarle también al Daesh (el autoproclamado Estado Islámico). Nur y los suyos lograron escapar. Una vez fuera de ese cerco de muerte, y después de atravesar barreras naturales como el mar Egeo para llegar a Europa desde las costas turcas, la lucha por la supervivencia sigue, sin embargo, muy presente para esta familia que permanece desde hace días en un improvisado campo de refugiados en la frontera entre Grecia y Macedonia, cerca de la localidad de Idomeni.
Nur es una más de las más de 10.000 personas que, según Acnur, se encuentran hacinadas en este rincón de Europa esperando poder continuar su camino. Otras organizaciones humanitarias elevan la cifra hasta 13.000.
Durante el año pasado más de 800.000 llegaron a Grecia desde Turquía y la mayoría cruzó después a Macedonia por Idomeni. En lo que va de 2016 lo hicieron alrededor de 120.000, pero desde el sábado 5 de marzo la frontera permanece completamente cerrada. Aunque semanalmente siguen llegando a las islas griegas precarias embarcaciones procedentes de Turquía, Europa ha echado el cerrojo a base de vallas y concertinas que retienen a miles de personas en busca de refugio en la autoproclamada tierra de los derechos humanos.
Justo al lado de la alambrada construida por Macedonia, que impide el paso de la “ruta de los Balcanes” hacia países del norte de Europa, miles de personas duermen en tiendas de campaña.
Mohamed, también kurdo procedente de Siria, y amigo de los padres de la pequeña Nur, armó la suya junto a la familia de la bebé, en una hondonada donde se acumula tanto la basura generada por la muchedumbre que duerme allí como el agua procedente de las filtraciones de las duchas y de los baños químicos que hay alrededor. Es una de las zonas en las que se divide este improvisado campo de refugiados. Donde hace un año sólo había una vieja estación de tren, unas vías y prados, ahora se acumulan miles de historias, vidas y sueños.
En este entorno insalubre y embarrado por las fuertes lluvias de los últimos días, la vida no es nada fácil. Cada amanecer se forman largas colas para acceder a los baños o usar los grifos de agua fría. Pese a que el lugar está organizado con la ayuda de diferentes ONG y colectivos independientes que realizan los servicios de reparto de comidas, atención médica y limpieza, el espacio se deteriora cada día más.
Un ejemplo de ello es lo que le ocurrió la mañana del martes 8 de marzo a Mohamed. “Vi una serpiente junto a la tienda de la bebé, la agarré y la maté”, afirma orgulloso este hombre, consciente de que así evitó una desgracia. La pequeña no se enteró de nada. Como ella, miles de niños viven con sus familias esta injusticia en suelo europeo.
En este campo de Idomeni, no solo las ONG alertan del caos y temen que en los próximos días se den brotes de epidemias. Mohamed también avisa, a su manera, de los riesgos que allí corren. Por eso, esa tarde se sentó junto a un grupo de amigos con el animal muerto en las manos. Se lo enseñaba a todo aquel que pasaba para avisar de lo sucedido.
La rabia y las ganas de enseñar al mundo lo que están viviendo llevaron a Mohamed hasta la valla fronteriza, donde se subió y mostró la serpiente a los soldados macedonios del otro lado.
Quizás sólo sea un gesto, o una anécdota, pero no deja de ser una realidad que representa a las más de 30.000 personas refugiadas, solicitantes de asilo y migrantes que hoy se encuentran atrapadas en el país heleno, según las autoridades locales. Una situación que contrasta con las negociaciones a puerta cerrada entre la Unión Europea y Turquía, que trama, entre otras medidas, la devolución a suelo turco de todas estas vidas.
Un panorama desolador, que sólo unas decisiones políticas pueden evitar. Está por ver si los líderes europeos harán como la serpiente acechando a la bebé Nur o como Mohamed salvándola de los peligros.
Nur nació en el Kurdistán sirio. Es una bebé y ya conoce la dureza del exilio. Su familia tuvo que huir de la guerra que asuela Siria desde hace cinco años. Un conflicto que no cesa y en el que participa el dictador Bashar Al Asad y sus aliados, Rusia, Irán y la milicia Hezbolá, de Líbano, pero también...
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