La Merenguería
Preparación para la muerte
En una época oscura para el madridismo el siete tiene un algo a seguir que siempre invita a creer en él: la casi indecorosa fe que mantiene en su legado
Manu Mañero 26/05/2016
Cristiano Ronaldo
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Los pájaros de Portugal que canta Sabina paran en Madrid a tomar el sol y aliviar su tragedia con las vistas de la ciudad antes de reanudar peregrinaje a Milán. Descansan un rato en los leones de la Cibeles y reparan con indisimulada suficiencia animal en que a cada uno de ellos le han serigrafiado un acertijo: ‘Cristiano’, pone en el de la izquierda de la diosa; ‘Ronaldo’, en el de la derecha. El siete tira de todo su país con el mismo tesón que tira, diretes formales paralelos incluidos, de su equipo desde que llegara en 2009. Ha llovido y tronado. Han caído pellegrinis, alcorcones, rafas y portadas enemigas del periodismo negacionista y censor, doctrinario, enfurruñado, triste y masacrado por el mercado. Algún que otro título también, en época oscura para el madridismo de dominación –territorial y moral-- del barcelonismo. Cristiano en Madrid ha ganado menos de lo que ha merecido fundamentalmente porque le ha tocado ser Erasmo de Rotterdam, luchando a brazo partido contra las instituciones y el lubricado ojo de Dios. Pero tiene un algo a seguir que siempre invita a creer en él: la casi indecorosa fe que mantiene en su legado. En su fuerza. En su capacidad. Significativo para un deportista de 31 años con tanto recorrido y tanto peleado. Esta temporada, en la que todos convendremos que parece haber acusado cierto paso del tiempo, ha rebasado de nuevo –y van seis consecutivas-- la barrera de los cincuenta goles: sí, numerología. Los apóstatas de la bufanda con cromatóforos le tienen todavía más respeto que los fieles, que han entregado a su desempeño parte del Madrid moderno que se conoce.
Hacer retrospectiva es prejubilar, sean ideas, sueños o personas, pero a Cristiano le han acongojado todos los latinismos desde que fichó por el Real Madrid: sólo es gol, sólo es remate, sólo es salto, sólo es guapo, sólo es rico, tira los penaltis para engordar sus números, dona dinero para salir en la tele, se quita la camiseta para enseñar sus músculos, no da ejemplo, es vanidoso, es portugués. Ni haciéndolo todo ha hecho nada bien, en manos de los que blanquean la historia del fútbol desde 2008. Porque, no os llevéis a engaño: Cristiano también ha sido dominante. Ha sido, a mucha distancia del tercero, uno de los dos mejores del mundo de los últimos años. Y en algunos de ellos se ha permitido ser el mejor en cifras, rendimiento y títulos. Le pesa la historia y le pesa cierta obstinación, pero consigo mismo y su volumen: también es lo que le distingue. Nunca ha escondido su sprint por estar a la altura de Messi, luchar por ganarle. Jugarlo todo, hacer todo tipo de goles a todos los que fueran. Este año el verbatim era que sólo marcaba a Espanyol y Malmö hasta que encargó una de laxativos en Cataluña con el 1-2 en el Camp Nou. Desde entonces no se meten tanto con él, y eso es en parte malo: para él y los que le esperan. Se secarán los quioscos, desfallecerán los chiringuitos otra vez, si a Cristo con el fusil al hombro le da por aplazar su ad preparationem mortem otro añito más. Se asoma a la final de Milán convencido de que puede hacerlo. Y le darán, si quiere, los 32 y los 33 en la capital pasando de los cincuenta goles por temporada, que el tema del día seguirá siendo su actividad en Instagram. Cuando le toque repartir herencia, veremos si no hay que pintarles a los leones de la Cibeles también un siete en el lomo.
Los pájaros de Portugal que canta Sabina paran en Madrid a tomar el sol y aliviar su tragedia con las vistas de la ciudad antes de reanudar peregrinaje a Milán. Descansan un rato en los leones de la Cibeles y reparan con indisimulada suficiencia animal en que a cada uno de ellos le han serigrafiado un acertijo:...
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Manu Mañero
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