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La misma palabra ya es una mentira: “pre-co-ci-na-dos”. La Real Academia Española asume la literalidad del adjetivo sin ir a la verdad: “Comida que se vende casi elaborada, de modo que se emplea muy poco tiempo en su preparación definitiva” Se nota que el académico no ha probado en su vida una lasaña, un sanjacobo o una fideuá precocinada porque si no hubiera escrito otra definición más precisa, menos precocinada. Esos comistrajos deberían denominarse “comida procesada” o “comida industrial”. Sin embargo mis colegas investigadores de mercado y la secta del marketing se han gastado muchos millones de neuronas y muchos miles de euros en convencernos de que todos “esos” ¿guisos? casi “cocinados” debemos terminarlos de ¿cocinar? y darles nosotros el punto magistral para que estén apetitosos.
¡Como si cocinar fuera meter el envase cinco minutos en el microondas o diez en el horno o ahogar treinta segundos la croqueta congelada en la freidora! Sobra decir que esos alimentos no son asquerosos o tóxicos o malos. Nutren, alimentan, contentan, sobre todo lucen bonitos y hasta muy bonitos encima de nuestra vajilla de diseño, a los niños les encantan, tienen buen color y un sabor muy estudiado para que sean comidos por unos cuantos millones de personas pero ¿hay que cocinarlos?, ¿vienen pre-co-ci-nados?, ¿y qué demonios es cocinar?
“Cocinar” está de moda. Ese verbo “es tendencia”, aunque millones de europeos han perdido ya los saberes, praxis y memoria que suponía cocinar. Algunos ilusos se empeñan en recordar o aprender en libros de cocina y programas de televisión en qué consistía ese misterioso arte-trabajo-obsesión-molestia-“formadeperdereltiempo”, pero a la mayoría les importa tres pepinos la cocina, los cocineros, cocinar, la fastidiosa comida… y consideran los platos precocinados el mejor invento de la modernidad. Hoy la comida industrial o procesada forma parte habitual de nuestra dieta y casi no nos damos cuenta. Los españoles hemos ingerido 550 millones de kilos de platos preparados este año, que no es tanto porque apenas tocamos a 12,4 kilos por persona, ¿o es mucho?
¿Hacer una pizza?, ¿amasar, dejar fermentar y extender su masa? ¡Que no soy un hipster!, ¡sólo me faltaba hacer eso y un jersey de punto!
Como todas las medias habrá gente que se ha tragado 60 kilos y gente que sólo compró una tortilla de patata en la gasolinera aquel día de infausto recuerdo… La mayoría de estos precocinados son sopas y cremas, precocinados congelados o en conserva y pizzas. De pizzas preco nos hemos tragado 69.600 toneladas este año. Siendo la pizza uno de los guisos italianos más fáciles de preparar preferimos con mucho las preco. ¿Hacer una pizza?, ¿amasar, dejar fermentar y extender su masa? ¡oye, por quién me tomas! ¡Que no soy un hipster!, ¡sólo me faltaba hacer eso y un jersey de punto! Repito que los precocinados no son basura, ni son repugnantes, ni suponen un insulto o un engaño a nuestro paladar o nuestra inteligencia. ¡Allá cada cual con su paradigma nutricional y su digestión!
La crítica de este gastrólogo viene por la propia palabra o su sentido o su necesidad o la coartada que hay detrás: pre-co-ci-na-dos. Necesitamos que una industria, una empresa, una marca, que podemos llamar ACME (recordando al Coyote y al Correcaminos) fabrique para nosotros una sopa, una empanadilla, un filete empanado, una paella valenciana, una tortilla de patata con cebolla, unas albóndigas con tomate, una fabada o una pizza porque nosotros lo hacemos fatal, no sabemos, no queremos, no nos interesa, nos da pereza o nos angustia ponernos a cocinar cada día los alimentos que nuestro cuerpo necesita. Delegamos en empresas nuestra soberanía alimentaria… Pero ¿por qué?, ¿qué ha pasado aquí? ¿Por qué no delegamos (aún) dormir, follar, viajar, pasear un domingo, montar en bicicleta, discutir con el cuñao, cobrar un premio de la lotería y delegamos cocinar lo que nos vamos a meter en nuestra sacrosanta boca y que nutrirá cada una de nuestras preciosas células? Pero ya delegamos hace tiempo otras cuestiones importantes.
Delegamos nuestras responsabilidades como ciudadanos en unos representantes políticos porque nos han convencido para pensar que nosotros no tenemos tiempo para esos asuntos tan áridos, prolijos o siniestros. Delegamos nuestra alimentación en unas cuantas corporaciones industriales porque no tenemos tiempo ni sabemos ya cocinar los alimentos. Delegamos por tanto nuestra libertad, capacidad de decisión, responsabilidad familiar porque nuestra identidad social y nuestra aparente supervivencia se centran en cosas más importantes: sobre todo en el trabajo y cuando no trabajamos en el ocio y cuando no en el sueño. Nos han convencido de que las actividades poco productivas o poco placenteras es mejor delegarlas en otros. Pagar para que nos limpien la casa, cuiden de nuestros hijos, llenen nuestro plato, orienten nuestro futuro y el destino del país… Nos han convencido de que todo eso son trabajos fastidiosos, cansados, poco lucidos, de escaso prestigio cuando se hacen todos los días, sin mayor ceremonia. Ya lo dice Rajoy, es un fastidio ir a los debates y ejercer de Darth Vader.
Pensamos que un precocinado no es un guiso que podríamos hacer nosotros mismos, sino mejor. En la etiqueta aparece una comida humeante, dorada, recién hecha
Lo mejor y más rentable es invertir nuestro tiempo en trabajar para ganar dinero y exprimir nuestro ocio con vacaciones y actividades por las que casi siempre hay que pagar. Además, hoy, la mayoría pensamos que un precocinado no es igual que un guiso que podríamos hacer nosotros mismos, sino mejor. En la etiqueta aparece una bonita fotografía con la comida humeante, dorada, recién hecha. El paladar, el gusto, ese sentido tan sobrevalorado ¿o minusvalorado? se acostumbra a ese sabor y al final deja de gustarnos el guisote original como yo he visto en montones de test en ciego de degustación y preferimos el precocinado industrial, que no sabe al exótico y remoto guiso de la abuela.
Montones de periodistas gastronómicos sobornados, gratificados o peloteados por las grandes corporaciones fabricantes de precocinados, o “de buena fe”, alaban en los medios de comunicación “la calidad” y “logrado sabor” de esos productos y acaban de convencer al consumidor reticente o al cocinero familiar cada vez más ocasional de que no es tan pecaminoso-herético-malo comer de cuando en cuando un precocinado, que la paella valenciana preco está buena y tiene hasta ese punto socarrat, que la lasaña preco con trazas de carne de caballo polaco es un infundio, que la ensaladilla preco está mejor que la que ofrece La Tasquita de Enfrente de Juanjo López. Así es la vida. Todos tenemos que comer de algo. Pero va a ser peor. Si, ahora toca hablar del TTIP, ¡o es que pensabais que sólo hablaría de los precocinados ACME y del Correcaminos!
Cualquiera que haya ido a comprar a un super en EEUU ha podido contemplar fascinado, deslumbrado, angustiado la infinita variedad de precos que se nos ofrecen de todos los tamaños, colores, mixturas y tipos de cocinas del mundo. Es fácil de imaginar ese escenario aquí. Eso llegará, me temo y tengo pesadillas. Así que ya sabéis de qué va Gastrología, ¡no va de comida sino de política!, porque hay más política en un chorizo artesano de cerdo ibérico que en un decreto ley paladeado por Soraya Sáenz de Santamaría. Hay más política en seguir cocinando y ser soberanos de nuestras paellas, aunque sean mediocres, que en los recitados estupefacientes de Esperanza Aguirre y sus ranas al ajillo.
Hay más política en decidir qué tomate comprar hoy que en la votación de ayer del Parlamento Europeo. Seguid cocinando, ánimo, no os rindáis, ya lo dijo Mariano, “sed fuertes”. Ya lo dijo el Coyote: “El día que entra una tele en el dormitorio o el día que entra un precocinado en la nevera sale el amor por la ventana”. Ya lo dijo la reina, aunque fuera por otros gazpachos ¿o fue el Correcaminos?: “Todo lo demás, merde”. 550 millones de kilos de precos, pero de todos esos ¿cuántos son los tuyos?
Notas:
Recomiendo el breve libro del periodista Michael Pollan titulado El detective en el supermercado. Está en bolsillo en Temas de Hoy.
Cocinar no es difícil, “cualquiera puede cocinar” como se dice en la recomendable película Ratatouille, de Brad Bird. Pixar, 2007.
Merece la pena escuchar a José Mujica en Human, de Yann Arthus-Bertrand, uno de los más emocionantes documentales que explican la diversidad humana y también lo idénticos que somos todos y dice: “…porque cuando yo compro algo, o tú, no lo compras con plata, lo compras con el tiempo de vida que tuviste que gastar para tener esa plata. Pero con esta diferencia: la única cosa que no se puede comprar es la vida. La vida se gasta. Y es miserable gastar la vida para perder libertad.” Puede entretenernos la “ratomaquia” de Master Chef pero otra cosa es cocinar cada día, todos los días, desayuno, comida y cena para los nuestros. Eso nunca es perder el tiempo es ganar la libertad.
La misma palabra ya es una mentira: “pre-co-ci-na-dos”. La Real Academia Española asume la literalidad del adjetivo sin ir a la verdad: “Comida que se vende casi elaborada, de modo que se emplea muy poco tiempo en su preparación definitiva” Se nota que el académico no ha probado en su vida...
Autor >
Ramón J. Soria
Sociólogo y antropólogo experto en alimentación; sobre todo, curioso, nómada y escritor de novelas. Busquen “los dientes del corazón” y muerdan.
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