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Los indicadores objetivos de calidad de vida y bienestar se agrupan en temas tales como la vida material (trabajo, ingresos, consumo), la salud, la educación, el buen gobierno, la seguridad, las relaciones sociales y el medio ambiente. Los primeros son los más importantes, pero, entre dos territorios con condiciones similares, los secundarios comienzan a ser decisivos, y en esta cuestión nuestro país es un ejemplo demográfico muy claro.
Según un informe de Funcas, el porcentaje de “gerontoinmigrantes comunitarios” se ha quintuplicado en un periodo de 15 años. El buen clima, la seguridad, el nivel de vida, la calidad de los servicios sanitarios o la seguridad son factores decisivos, pero también la calidad de las relaciones sociales y la calidad medioambiental de los lugares de residencia. El Levante se ha beneficiado de este tipo de inmigración pero no otros lugares que también son un desconocido paraíso.
A esos pocos lugares va llegando también otra gente: emprendedores, neorurales, gourmet. ¿Pero quiénes son los neorrurales? ¿Pijos que durante un tiempo quieren experimentar el neojipismo?, ¿trabajadores hipercualificados y muy informados desengañados de los atractivos de las metrópolis que persiguen la autenticidad perdida en los pueblos pequeños?, ¿vanguardia de una tendencia que irá tomando fuerza y consistencia en las próximas décadas? Su importancia demográfica es por ahora mínima, pero su valor cualitativo es muy alto. Son el ejemplo, la prueba, de que la vida en las grandes ciudades ya no tiene más ventajas que la vida en la aldea, y que la vida rural puede tener muchos más beneficios que la vida urbanícola.
Es cierto que son un grupo heterogéneo, un fenómeno aún por estudiar, pero han llegado para quedarse (aunque muchos vuelvan a la ciudad cuando los hijos llegan a la adolescencia, buscando otras posibilidades educativas y experienciales). Han reactivado la vida social y cultural de muchos pueblos y se han convertido en una referencia en el imaginario colectivo aglutinando inquietudes como la alimentación sana, la agricultura ecológica y biodinámica, el consumo responsable, el cuidado de lo común o el ocio creativo y no consumista. El perfil socioeconómico y familiar en este colectivo es atractivo desde el punto de vista demográfico por el talento potencial que suponen: son jóvenes adultos de alta cualificación, flexibilidad, facilidad de adaptación y valores emprendedores.
¿Quiénes son los neorrurales? ¿Pijos que durante un tiempo quieren experimentar el neojipismo?, ¿trabajadores hipercualificados desengañados de los atractivos de las metrópolis?
¿Y quiénes son los emprendedores rurales? Son personas cualificadas, con una amplia experiencia laboral, profesional, empresarial en ámbitos muy diversos, con experiencia en la búsqueda de partners o inversores, con buenas y nuevas ideas para desarrollar proyectos empresariales productivos con un impacto social y económico positivo y un impacto medioambiental bajo. Tienen muchos puntos de conexión con los valores que han atraído y que defienden los neorrurales, pero mantienen un perfil empresarial neto. Además, son agentes dinamizadores de primer nivel que funcionan como reactivadores económicos.
Neorrurales y emprendedores rurales son grupos sociales que comparten “similares estructuras elementales de parentesco”, tienen suficientes puntos en común como para considerar que el concepto de “calidad ambiental y social” es una tendencia que ha venido para quedarse. Lo neorrural tiene un atractivo creciente en Europa. En países como Suecia, Noruega y Finlandia se comienza a invertir en este tipo de “desarrolladores sociales” tras constatar que el sector tecnológico crea muy pocos empleos netos para los que se requiere una altísima y carísima cualificación y que es un sector que además destruye de forma difusa miles de puestos de trabajo.
Antes de seguir advierto que tal vez uno sea en el fondo un elitista, un egoísta, un huraño. Antes les digo que no quiero que vayan al lugar que ahora nombro, ni quiero que se aficionen a sus alimentos o que cambien de vida y se vayan a vivir allí como ya han hecho, para mi desgracia, bastantes europeos del norte, listos y cómplices de este secreto, y no pocos urbanitas de aquí hartos del espejismo atroz de la vida en ciudades cada vez más contaminadas, angostas, caras y agobiantes.
Quien lo probó, sabe
Desde hace muchos años, cuando a mí me nombraban el lugar y lo adornaban con toda la serie de tópicos y célebres prejuicios, yo callaba, nunca les sacaba del error, no les contaba la verdad. Deseaba que el territorio siguiera siendo mío y sólo mío, como el anillo aquel, que no se llenara de gente, que no lo tocase la fama, que siguiera siendo poco conocido, más o menos remoto, fronterizo y marginal, más o menos dejado de la mano de dios, a trasmano del turismo de masas y de sus consecuencias o del turismo de élite y sus humillaciones. A salvo.
Pero siempre hay gente para todo, cabezones curiosos, culos de mal asiento, vagabundos intrusos, chatwines, fermores, kapuscinskis y revertes, buscadores de los últimos paraísos que daban con el lugar y volvían transformados, repetían la visita, luego se compraban casa allí, primero para el fin de semana y luego para vivir todos los días sin ser neorrurales. Por fortuna para mí tampoco ellos pregonaban el hallazgo y también disimulaban, no decían, no explicaban, no desmentían los tópicos, estaban como yo en el secreto, temerosos que la fama rompiera su belleza.
Conocer ese territorio era estar en el secreto. Respirar el paisaje donde puede ser posible la buena vida. Vivir como un noble arruinado entre las ruinas de su inteligencia. Tener a mano buenos, bonitos y baratos alimentos de mucha calidad, alimentos sencillos y próximos, con una mínima transformación industrial no para hacerlos más rentables sino más apetecibles. Aire limpio, agua limpia, silencio, bosques, buen clima, con una densidad de población de las más bajas de Europa y con uno de los entornos naturales más salvajes y menos transformados por la mano del hombre, con una diversidad de fauna y flora como no hay en Europa.
Que vengan turistas y consuman y gasten y compren y duerman puede estar bien, pero ¿no está mejor que los avisados se vayan allí a vivir?
“Quien lo probó, lo sabe”. Repito de nuevo mis pecados: con este secreto me siento elitista, egoísta, poco sociable, aborrezco las muchedumbres y la playa, los menús turísticos y los precocinados de “productos típicos de la tierra” y allí, en ese lugar, no hay nada de esto.
Así que vamos a hablar de lo que allí comimos, como diría Pla, para dar alguna pista. Y como no quiero hacer ningún publirreportaje no voy a repetir lo que suelen decir los responsables del turismo de los sitios de interior. Aborrezco de la etiqueta “turismo rural” y sus secuelas. Odio tener que explicar a alguien dónde está el valor de las cosas o por qué.
Apenas voy a nombrar mis golosinas sin otra apología que su mención: tortas del Casar y de la Serena, quesos de cabra de La Vera y los Ibores, aceites de Monterrubio o de Gata y las Hurdes, mieles oscuras de las Villuercas, cerezas y frutos rojos del Jerte y la Vera, ternera, cordero y cabrito siempre de ganadería extensiva, tencas, boletus, amanitas cesáreas, gurumelos y níscalos, becadas y perdices, vinos del Guadiana, cervezas artesanas, el mejor foie ecológico del mundo, espárragos trigueros, criadillas de tierra, morcilla de calabaza, tasajo, castañas asadas. Ese olor.
Secretos por todo el mundo
Recuerdo con sorpresa, hace ya bastantes años, el escaparate de una de las mejores queserías de París, lleno de Tortas del Casar rezumantes. Pasé a comprar una cuña de Comté y el vendedor, deslumbrado o intoxicado sin duda por el aroma o la peste del queso, no paró hasta que me obligó a degustar una cucharada de aquella exquisitez cremosa en una pizca de pan y de explicarme que aquel era uno de los quesos más exóticos, delicados y mejores del mundo. Y yo callé.
Recuerdo también en Nueva York, antes de cierta comida en uno de esos restaurantes en los que un menú para dos sin muchos aspavientos y con vino barato costaba trescientos euros, cierto entrante muy recomendado por el famoso chef consistente en un plato de jamón ibérico de bellota muy bien cortado. Indagué y presumieron que aquel era el mejor jamón del mundo, de cerdos salvajes y black que comían semillas de bellota. Y yo callé.
Recuerdo cierta breve novia de exóticos orígenes cuyo padre judío y peletero se preciaba de ser el mayor gourmet de cordero, habiendo probado estos animalitos de todos los confines del mundo conocido. Por azar nos caímos mutuamente simpáticos y un día mandó asar para nuestro solaz un cordero perfecto. ¿De dónde? Pregunté. De las dehesas del este, respondió, de donde eran los míos hace cinco siglos o más. Y yo callé.
Extremadura será un lugar codiciado para vivir muy bien cuando los tiempos rompan los espejismos del progreso hacia nada
Recuerdo por último la lección magistral de un cocinero estrellado, gabacho teatral y parlanchín explicando por la televisión de Francia, mediados de los ochenta, cierta salsa rojiza, intensa y perfumada que había fabricado con mucho misterio y miramiento para marinar un pollo aristócrata de esos de pata azul. ¿achiote, paprika, remolacha, cochinilla? ¡no! Gritó el monstruo. ¡pimeuntoun de la Vergga!. No explicó más. Y yo callé.
De los demás alimentos no contaré historias. También guardo silencio, no quiero que se agoten ni que suban su precio. El año pasado visitaron Extremadura 1.488.688 viajeros que apenas pasaron allí un par de noches. Que vengan turistas y consuman y gasten y compren y duerman y visiten sitios puede estar bien pero ¿no está mejor mostrar cómo es este paraíso y que los avisados se vayan allí a vivir? Que vengan jubilados europeos están muy bien, pero ¿no sería mejor que también vinieran jóvenes atraídos por la “calidad ambiental y social” de ese territorio?
Aborrezco también los patriotismos, sean chicos o grandes, pero auguro que Extremadura será un lugar codiciado para vivir muy bien cuando los tiempos rompan los espejismos del progreso hacia nada, cuando las cosas importantes no sean tener o aparentar sino compartir un buen queso o un paisaje, tener tiempo por delante y no tener que huir a hacer turismo a Benidorm o al Caribe.
Este es mi paraíso secreto, sus golosinas son únicas y delicadas. No lo difundan, por favor.
Notas:
Asombra preguntar y descubrir la cantidad de gente que tiene casa en Extremadura.
El sábado 23 de abril en Mérida gentes de todo tipo, inquietas y curiosas, quieren proponer un “Plan B para Extremadura”.
Agradezco muchas de las ideas de este artículo a Iker Soria Royuela, ganador del Premio de Ensayo en Ciencias Sociales de Extremadura 2015 con: Propuestas sociales y económicas para una forma de regeneración y progreso fuera de las propuestas de desarrollo dominantes.
Los indicadores objetivos de calidad de vida y bienestar se agrupan en temas tales como la vida material (trabajo, ingresos, consumo), la salud, la educación, el buen gobierno, la seguridad, las relaciones sociales y el medio ambiente. Los primeros son los más importantes, pero, entre dos territorios con...
Autor >
Ramón J. Soria
Sociólogo y antropólogo experto en alimentación; sobre todo, curioso, nómada y escritor de novelas. Busquen “los dientes del corazón” y muerdan.
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