“No nos vengan con el rollo de compartir las instalaciones”, fue la memorable frase del presidente del Getafe C.F. S.A.D. (esto es, sociedad anónima deportiva, o sea, una entidad mercantil con ánimo de lucro) cuando el ayuntamiento de la ciudad planteó que los equipamientos que utiliza el club (todos ellos construidos con dinero público y situados en terrenos públicos destinados a servicios comunitarios) pudieran tener otros usos, más allá de su utilización privativa por parte de una entidad particular. Dicen que dijo algo más: que tenía ofertas para llevarse la franquicia a otra ciudad, y que Getafe debía decidir si valoraba o no tener un club en Primera División. Marcando paquete, que diría un castizo. Un paquete que hoy ya no puede marcar.

Ha descendido el Geta después de quince años al filo del precipicio, sosteniéndose en la primera categoría del fútbol patrio contra todos los pronósticos y aun contra toda la lógica. Quince años en los que el municipal Coliseum Alfonso Pérez, el estadio prestado donosamente al equipo azulón por todos los getafenses, ha exhibido en muchas tardes más cemento que espectadores. Quince años en los que han sido no pocas las derrotas, bastantes los empates y, para decirlo todo, alguna vez se logró alguna cosa memorable, como llegar a alguna final de Copa o competir en Europa, y hasta vapulear a un Barça que tuvo cierta tarde la idea altanera y tonta de darle descanso a Messi.

Tengo hinchas azulones cerca, y en este momento cuentan con todas mis simpatías, pese a lo crítico que he sido con lo desmedido de la apuesta de la ciudad por ese negocio ajeno que es el fútbol profesional y lo poco que me han gustado siempre las salidas de pata de banco de su no muy prudente presidente. En estos días les pongo el hombro y les presto oído, y me dicen que el descenso es fruto de un robo infame, orquestado con el Betis, que salió más motivado de la cuenta a ganarles en la última jornada, con el Villarreal, que salió de lo más desmotivado para permitir ganar al Sporting, su oponente directo por el descenso, y alguna otra cosa que, ya me disculparán, he olvidado.

Si es así, lo deploro y siento que las ilusiones de los aficionados, casi siempre puestas de buena fe en el equipo de sus amores, queden frustradas por motivos oscuros. Sin embargo, me surge la reflexión de que si uno llega a la última jornada dependiendo de otros, es por algún motivo que también tiene algo que ver con su capacidad de competir, y más en una liga donde el dinero fluye del modo en que lo hace en la española.

Quisiera, pese a todo, animarles a tener fe en sí mismos y en su ciudad. Getafe, que también es mi casa, no era una ciudad de primera división por tener aquí un club implicado en los avatares de la Liga BBVA. Tampoco pasa a ser de segunda división por haberlo visto bajar este año a la Liga Adelante. Las ciudades se hacen con otros mimbres, y por fortuna otros son más resistentes, y están menos expuestos al albur de la fortuna y de los euros, que tener un club de fútbol en Primera División.