De acuerdo, no es precisamente el tuitero al que muchos de nosotros seguiríamos hasta el fin del mundo. Su afán por la cosa pública tampoco se manifiesta en ocasiones de la manera más oportuna ni más coherente. Y no es, para decirlo todo, el mejor corista que en su ya dilatada carrera ha tenido Shakira. Pero de lo que aquí se trata es de su desempeño como jugador, y puestos a valorarlo en esa condición, hay que aceptar que Gerard Piqué, como defensa del Barça y de la selección española, es uno de esos tipos que saben calzarse el mono y bajar al taller a darle a la llave, sean cuales sean las circunstancias en que se desarrolla la faena. Lo ha demostrado dentro de la camiseta roja mientras sus seguidores (de la camiseta, que no de él) lo ponían de vuelta y media. Y lo ha demostrado, de nuevo, en este tramo final de la Liga de la que su equipo es flamante y brillante campeón.

Además, ha dado con una frase feliz, que resume como ninguna otra el desenlace del campeonato liguero 2015-2016: “Esta Liga hemos tenido que ganarla dos veces”. Así es, y no deja de tener su valor didáctico el modo en que el equipo culé, con una de las delanteras más mortíferas de la historia y el jugador más sobrenatural del momento, pasó, justamente en su campo y a manos de su más odiado rival, de tener la temporada en el bolsillo a despeñarse por el barranco de una fatiga y un desánimo que por muy poco no se lo echaron todo a perder. Es lo que sucede cuando te confías y te apoltronas en tu fortuna: que muy bien puede ocurrir que ese que parecía incapaz de hacerte el más mínimo rasguño (durante la primera vuelta el Madrid, entrenado por un fúnebre Benítez, parecía empeñado en autodestruirse) te revuelque de la manera más dolorosa y te exponga a esas debilidades que todos, incluso los campeones, portamos como indeseada y letal mercancía. Tan duro fue el traspié que el Ferrari azulgrana sucumbió con todos los neumáticos pinchados ante el Twingo atlético en la Champions, y que hasta el final estuvo en riesgo de perder esa Liga que ya parecía ganada y que para más inri le había de disputar, en la jornada postrera, un Madrid al que las técnicas de resurrección del taciturno Zidane daban una pujanza imprevista. Para habernos matado.

En efecto, el Barça tuvo que volver a ganar esa Liga que ya tenía ganada. Y si a la primera se apoyó en su inmenso patrimonio futbolístico y en la torpeza de los rivales, en el nuevo envite hubo de echar mano de pico y pala y gracias a gente como Piqué supo hacerlo. Habría sido injusto y algo estrafalario que otro se llevara el trofeo a casa. Los barcelonistas han sabido ser primero los mejores y luego han sabido currárselo mejor que nadie. Y a quien se lo curra, es de justicia que le caiga el premio.

Felicitacions, a quienes le siguen y sienten como propios los triunfos del Barça. La próxima semana, si me lo permiten y me lo permite el que manda en este cortijo, tocará ocuparse de los perdedores. Que no en vano un servidor es vecino de Getafe.