Eddy Merckx
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Vicenzo Giacotto llama a la puerta de la habitación en aquel hotel que a todos se les va a quedar para siempre grabado. Toques leves, como los de quien realmente, no desea entrar. Pero la voz llega más allá de la madera, clara. Dura. Goznes que giran y puede ver a sus dos chicos en las camas, con gesto animado. Se llaman Martin Van den Bossche y Eddy Merckx. El primero es uno de los mejores ciclistas del mundo. El segundo es el mayor deportista que jamás haya existido. Giacotto, su director en el Faema, mira a éste último. “Es fencamfamine, Eddy”, dice, en voz baja. “Estás fuera”.
Savona es un pequeño punto gris en mitad de la Riviera italiana, un promontorio que se asoma al mar en recuerdo de tiempos más boyantes, cuando dependía directamente de la República de Génova, cuando sus calles vieron nacer y crecer a dos de los ocupantes de la Silla de San Pedro. Un delicado vistazo al Mediterráneo, un atardecer de tibio sol acariciando el rostro, eso es Savona. Y también, en este 2 de junio de 1969, es la peor pesadilla de Eddy Merckx, el ciclista que todo lo puede. O casi.
Hasta aquel día Eddy Merckx estaba gobernando el Giro a su antojo, quizá con menos brillantez que el año anterior, sí (decían que estaba guardando fuerzas para su debut en la Grande Boucle ese mismo julio) pero nadie imaginaba que se le pudiera escapar la victoria. Era maglia rosa, había vencido en cuatro etapas. El segundo, Gimondi, transitaba a casi dos minutos, pero era incapaz de inquietar al astro belga. El mismo Gimondi a quien el año anterior le habían encontrado trazas de fencamfamine en un control antidopaje. Pero en 1968 no era una sustancia prohibida. Este 1969, tristeza de Eddy, sí.
Nadie puede creerlo. Merckx se derrumba en su habitación, llorando desconsoladamente. Alguien deja entrar allí a los periodistas y las imágenes dan la vuelta al mundo. Cómo podría, se pregunta, cómo podría haber tomado algo que estaba prohibido. Si la etapa no tenía dificultad alguna. Si yo, solamente yo como maglia rosa, sabía que me iban a someter al test antidoping al final de la misma. Cómo condenarme de esta forma. Las cámaras filman, fotografían, recogen el instante. El gigante ha caído. Nadie se explica lo que esta ocurriendo.
Y sin embargo no hay dudas. El profesor Genevose ha analizado la muestra A y el doctor Cavalli la muestra B. Ambos han hallado una exageradamente alta concentración de fencamfamine en la orina del belga. La prueba B, aquella que debe confirmar la inicial, se ha realizado con especial atención, sabiendo que la sustancia encontrada es polémica en el mundo ciclista, que aún aparece de vez en cuando en las trazas de algunos campeones. Y no hay duda.
La femcamfamine es una droga muy usada en aquellos días, un estimulante altamente utilizado por deportistas por producir efectos muy similares a los de las anfetaminas. El hecho de que se metabolizara mejor y produjera menos efectos secundarios (aún se recordaban en el Giro etapas dantescas, corridas a varios grados bajo cero y con ciclistas totalmente enajenados pedaleando en manga corta) hacía que se hubiera extendido de forma dramática por el pelotón…
Es un terremoto. Gimondi dice conocer a Merckx como persona y como deportista, y no puede creer lo que ocurre. Alfredo Martini, el viejo partisano que es ahora director deportivo, piensa que es una broma. Gianni Motta dice que para dar positivo con fencamfamine en esos tiempos tienes que ser un estúpido, y que Merckx es extremadamente inteligente. Rudi Altig lanza la teoría de una botella contaminada que el astro belga hubiera cogido del público. O, quizás, concluye, todo sea una manipulación, una conspiración. Gastone Nencini, antiguo campeón y director ahora del Max Meyer, dice que sus corredores no van a tomar la salida en solidaridad con Merckx. Torriani, el patrón del Giro, tiene una revolución entre las manos y no sabe contenerla. Intenta hablar con Adriano Rodoni, mandamás de la UCI, para que permitan a Merckx salir “de forma extraordinaria” en esa etapa, y más tarde se verá qué hacen con él. Pero Rodoni está ilocalizable, como un Pilatos cualquiera. Torriani decide. Merckx fuera, Gimondi es el nuevo líder, el Giro sigue pese a un intento de huelga auspiciado por los ciclistas más veteranos. El bergamasco se niega a vestir la prenda rosa como símbolo de su disgusto con esa decisión…
¿Sorprende la reacción de sus compañeros? No para aquellos que conozcan la aceptación deportiva, incluso social, con el doping en esos años. No hacía tanto que Jacques Anquetil, el astro francés, veía cómo su segundo récord de la hora no era oficializado al negarse a pasar un control antidopaje. De hecho, éstos se hacen habituales únicamente a partir de la muerte de Tom Simpson en el Mont Ventoux, en 1967, y aún eran muchos los ciclistas que pensaban que una ayuda extra estaba más que justificada “porque todos lo hacen”. Los más batalladores contraatacaban: si hasta Sartre dijo haber tomado anfetaminas para poder escribir sus obras a mayor ritmo, por qué la lupa está puesta sobre nosotros. Así que sobre estos controles de salud había una aceptación tácita que, en modo alguno, suponía una asunción de su necesidad y mucho menos de su idoneidad. Y ahora llegaba esto. Lo de Merckx.
A Eddy lo llevan a Milán, al Hotel Royal, donde pasa las siguientes horas. A su alrededor se ha desatado lo que parece un incidente diplomático. Franz van Mechelen, ministro belga de Cultura Flamenca (sic), hace pública su tristeza e insta a las autoridades italianas a llegar al fondo de un asunto que considera oscuro. Curiosamente Merckx, flamenco de nacimiento, era odiado por los flamencos, que veían como una traición que se hubiera mudado a la parte francófona, que se expresara en un deplorable francés. Pero patria obliga, en este caso. Pierre Harmel, el Ministro belga de Asuntos Exteriores escribe un telegrama a su homónimo italiano, Pietro Nenni, en el que demanda la resolución del “misterio de Savona”. Los medios valones hablan de una “mano maquiavélica” para que Merckx no venza. Sport 69, un semanario deportivo, deja caer la teoría de “un complot orquestado por Torriani, el director del Giro, para evitar la victoria abrumadora de Eddy”. El avión de la Familia Real belga se pone a disposición de Merckx para “traerlo de vuelta a casa”. Incluso un periódico suizo llega a publicar que “paracaidistas belgas se preparan para devolver a Eddy a su hogar”. Es la locura. Al día siguiente la Universidad de Lieja realiza un estudio sociológico para ponderar el impacto que la noticia del positivo de Merckx ha tenido en la población belga. Los resultados son llamativos: desde la Segunda Guerra Mundial solo el asesinato de Kennedy había epatado tanto a los ciudadanos de ese país…
Y después, la leyenda. Si Eddy no había dado positivo el día antes, si tampoco se encuentran restos en su orina en los tests que él mismo hizo voluntariamente en los días siguientes, ¿qué había pasado? Hay explicaciones para todos los gustos. Algunos hablan de unas misteriosas plantas orientales que los corredores del Faema usaban como producto energético, y que segregaban una pequeña cantidad de fencamfamine. Otros cuentan que los análisis de Merckx bordeaban la legalidad ya en la etapa cuarta, con final en Montecantini Terme, y por eso se le vigila con más severidad. Algunos apuntan a que no era lógico que las muestras A y B se analizasen en el mismo laboratorio (la posterior que Merckx entregó voluntariamente, la que fue negativa, se mandó al Instituto de Medicina Legal de Milán). Los de más allá bisbisean sobre ventas de periódicos que podían verse afectadas por la dominancia del belga. Otros pronuncian, entre susurros, la palabra “apuestas”. O Mafia. Nadie quiere mojarse, todos callan. Después de tres días en Milán, Eddy Merckx, acompañado de su esposa, marcha en dirección a Bélgica. La entrada en el país, pese a no estar oficialmente anunciada, fue en loor de multitudes. “Casi como la de un astronauta”, escribe La Gazzetta dello Sport. El mismo día el ciclista sale a estirar las piernas sobre su bicicleta. Tiene que empezar a entrenar.
Porque al fondo espera el Tour. A Merckx le ponen un caramelo delante de los labios. Si acepta el resultado del control la UCI disminuirá su tiempo de suspensión para que pueda participar en la Grande Boucle. Vengarse en ella. Merckx acepta. Su primer día de entrenamiento hace 220 kilómetros. En su rabia, en sus piernas, se está gestando la mayor demostración vista en Francia desde los tiempos de Coppi. La más furiosa, agresiva, violenta. Tiránica. La suya.
Un último apunte. La fencamfamine aparecía en esos momentos entre los componentes de un producto llamado Reactivan. La compañía de parafarmacia que comercializaba ese Reactivan llevaba el nombre de Merck… La “x” llegaba por ser el elegido…
Vicenzo Giacotto llama a la puerta de la habitación en aquel hotel que a todos se les va a quedar para siempre grabado. Toques leves, como los de quien realmente, no desea entrar. Pero la voz llega más allá de la madera, clara. Dura. Goznes que giran y puede ver a sus dos chicos en las camas, con gesto animado....
Autor >
Marcos Pereda
Marcos Pereda (Torrelavega, 1981), profesor y escritor, ha publicado obras sobre Derecho, Historia, Filosofía y Deporte. Le gustan los relatos donde nada es lo que parece, los maillots de los años 70 y la literatura francesa. Si tienes que buscarlo seguro que lo encuentras entre las páginas de un libro. Es autor de Arriva Italia. Gloria y Miseria de la Nación que soñó ciclismo y de "Periquismo: crónica de una pasión" (Punto de Vista).
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