Futboñistán
Anatomía del fracaso
Lorenzo Silva 1/06/2016
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Me van a perdonar los merengues, pero no dedicaré estas líneas a glosar su inmarcesible triunfo del pasado fin de semana en Milán. Qué quieren que le haga, el caso es que me interesa mucho más como asunto narrativo el descalabro rojiblanco, y no sólo porque glosar los triunfos sea ocupación de turiferarios y nunca fue esa mi inclinación como escritor, sino porque en la enésima victoria blanca hallo menos sustancia que en la derrota de quienes por tercera vez rozaron y perdieron la gloria.
He dicho “me van a perdonar”, pero sé que muchos no van a hacerlo, ni espero ganar su absolución escriba lo que escriba a renglón seguido. Bien, ya pueden comenzar a fusilarme.
Antes de cargar y apuntar, no obstante, me gustaría que repasaran el juego que ambos equipos desplegaron en la final. Un gol algo amorfo y cinco penaltis contra un portero poco ducho en pararlos fueron los logros del Madrid, a los que si acaso cabe sumar la salida en tromba inicial y la resistencia ofrecida en los 75 últimos minutos. El Atleti no sólo hizo un gol mucho más vistoso, sino que tuvo la posesión del balón y cuajó un juego entre líneas de singular finura, que Pepe y otros hubieron de frustrar a hachazos una y otra vez. De nada sirvió, de acuerdo: faltó marcar algún gol y algún penalti más, y aquí quien marca más gana y lo demás son gaitas. El Atleti no remató la faena cuando pudo y debió hacerlo y fue pues justo perdedor.
Con esto quiero atestiguar que pese a ser bastante poco aficionado al fútbol hice los deberes para poder ganarme el modesto estipendio que por mi labor tiene a bien concederme el señor director de esta publicación, a saber: tragarme el partido.
Sin embargo, en este tipo de encuentros suele tener más enjundia lo que a su término dicen los protagonistas. Y tampoco en este punto diría que el vencedor prevaleciera, desde el punto de vista puramente literario. Ni las declaraciones de su estrella principal (un inventario de sus propios méritos y cifras rematado por el mugido habitual), ni las del presidente (elegantes y respetuosas para con el digno perdedor, pero por lo demás un refrito de las consignas usuales sobre la grandeza del club blanco), ni las del entrenador (un hombre poco dado a la oratoria), fueron en absoluto originales. Es verdad que cuesta renovar el arsenal retórico de la victoria, y más cuando se trata de un logro que se repite por undécima vez ya. Tampoco cabe pedirles más.
Lo memorable, una vez más, vino de la mano del vencido, y en particular de ese Cholo Simeone que ofreció una vivisección implacable de su propio fracaso, insinuando que pudiera ser el último que cosecha como entrenador colchonero. Y es que no fue Juanfran, fallando esa pena máxima que tiró encogido contra un portero que sí para penaltis, el responsable de que la Champions fuera otra vez a parar a vitrina ajena. Como en Lisboa, fue el Cholo quien cometió el error de no poner toda la carne en el asador, exponiéndose con ello a un duelo en el que su adversario le aventajaba netamente. Habrá quien diga que culpa suya y que no es ningún mérito que lo admita, pero no debería olvidarse, a la hora de sentenciarlo, que el presupuesto del Real Madrid más que duplica y casi triplica el que a él se le permitió manejar.
No es excusa, y la pifió. Ahora bien, haber llegado ahí para poder pifiarla, y echarse la derrota al hombro, lo convierten en una encarnación casi perfecta del doliente espíritu rojiblanco. No vale para el palmarés, pero sí para la poesía. Que ahí queda.
Me van a perdonar los merengues, pero no dedicaré estas líneas a glosar su inmarcesible triunfo del pasado fin de semana en Milán. Qué quieren que le haga, el caso es que me interesa mucho más como asunto narrativo el descalabro rojiblanco, y no sólo porque glosar los triunfos sea ocupación de turiferarios y...
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Lorenzo Silva
1966. Escritor. Nada mejor que ser y sentirse un poco extranjero doquiera que uno va.
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