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Léon Blum en 1927
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En 1936 se convocó una manifestación en París en contra de la política de no-intervención en la Guerra Civil española, adoptada por el Gobierno francés. Los asistentes, votantes del Frente Popular, se manifestaban, precisamente, contra el Frente Popular. Al final de la mani, se hicieron parlamentos. Al uso. Ya saben. No-podemos-admitir-que, es-intolerable-que. De pronto, subió a la tarima Léon Blum, el Presidente del Gobierno del Frente Popular. No estaba previsto. Léon Blum cambió el registro de las intervenciones. Se disculpó por aceptar la no-intervención. Y, posteriormente, empezó a llorar. Llorando, dijo que no podía hacer nada al respecto de España, que tenía --lo dijo literalmente-- las manos atadas.
Quizás ésta es la primera confesión gubernamental de que un gobierno de izquierdas puede tener las manos atadas. Hay muy pocas. A mí se me ocurre sólo otra. Corríjanme. Oskar Lafontaine, 1999. Convoca rueda de prensa. Viene a decir algo parecido a lo de Blum. Explica que el Bienestar y otros derechos no fueron otorgados por ningún gobierno. Que nacieron, precisamente, del enfrentamiento de la sociedad frente a los gobiernos. Después, el ministro de Finanzas de Schroeder --ojo, no era un mindundi-- anunció su dimisión y su salida del SPD. Puede sorprender la dimisión y la confesión de Lafontaine. A mí me sorprende mucho más la de Blum. Aquel hombre, que confesaba entre lágrimas la imposibilidad de hacer algo en el Gobierno, decretó las vacaciones pagadas, nacionalizó el ferrocarril. Construyó cambios inauditos. Hoy, no sería posible. Hoy, que los Gobiernos del Sur de Europa tienen las manos atadas, ha desaparecido también la percepción de que un Gobierno tiene las manos atadas. O, al menos, su confesión pública.
Ahora que están entrando opciones y personas no previstas a las instituciones, se suele comparar el momento con el 82. No creo que sea una comparación pertinente. Pese a las diferencias --muchas, todas--, quizás sea más pertinente comparar esa irrupción con la de los cuatro ministros cenetistas en el Gobierno de la República, durante seis meses de guerra. No sólo eran personas no previstas en un Gobierno, sino que ellas mismas jamás lo habían previsto. De los cuatro, sólo dos dejaron obra. Federica Montseny --Sanidad--, una ley del aborto --la primera--, que apelaba a derechos individuales y a criterios neomalthusianos. No llegó a ser efectiva. Juan García Oliver --Justicia-- eliminó los archivos penales. Bueno, no los eliminó él. Los eliminó la aviación alemana. En un bombardeo, se destruyó la mitad de los archivos. Él consideró que no era justo que sólo la mitad de los archivados no tuvieran pasado, así que destruyó la otra mitad. Joan Peiró --un crack; Industria-- y Juan López --Comercio; en los 60 pactó con el Franquismo-- no tuvieron obra. En las memorias de Juan García Oliver se explica una reunión de los cuatro ministros, en la que evalúan su fracaso, que verbalizan. Es la imposibilidad de llevar ninguna ley o cambio hacia adelante. García Oliver, el ministro más activo, les explica su truco para colar leyes: miente al Gobierno y utiliza tretas para que sus leyes no sean leídas. Todos se interesan por la opción, menos Peiró, que no sabe mentir. No viene a cuento, pero García Oliver escribe de maravilla, mientras que Montseny es un peñazo. En una de sus memorias --escribió varias, lo que indica desinterés por el género; es decir, por la sinceridad--, crea, no obstante, una imagen fabulosa, que no remata. Está llena de sentido. Un sentido poético cruel. Huye de los alemanes por el macizo francés. Agotados, duermen al raso, y escuchan, toda la noche, un ruido atronador, que se aleja y se aproxima, pero que no saben identificar. A la mañana siguiente, mientras caminan, ven cuerpos destrozados. Y el origen del ruido. Los campesinos han dejado libres a sus caballos, para que no se los queden los alemanes. Corren en manada. Salvajes, de pronto. Lo aplastan todo a su paso. Deciden no dormir el resto del viaje hacia ninguna parte.
No sé. Todas estas líneas vienen a cuento de que parece que, desde Blum, se ha perdido el miedo a los gobiernos. Y a los caballos, siempre a punto de volver a ser salvajes.
En 1936 se convocó una manifestación en París en contra de la política de no-intervención en la Guerra Civil española, adoptada por el Gobierno francés. Los asistentes, votantes del Frente Popular, se manifestaban, precisamente, contra el Frente Popular. Al final de la mani, se hicieron parlamentos. Al uso. Ya...
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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