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El enorme saxofonista Stan Getz dejó este valle de lágrimas el 6 de junio de 1991, hace ya veinticinco años, ¡madre mía!, cómo pasa el tiempo, si parece que fue ayer. Quizás el mejor tenor blanco que hayan visto los tiempos, tal vez el único que pueda codearse con los grandes monstruos del saxo tenor. Para mí tengo que su nombre puede figurar sin desmerecer junto a los de Coleman Hawkins, Lester Young, Ben Webster, John Coltrane o Sonny Rollins. Vamos, creo yo.
Descendiente, si no yerro, de judíos oriundos de Kiev que a eso de principios del siglo XX salieron de naja de su patria natal y no pararon hasta llegar a la otra orilla del charco, Stan Getz vino al mundo el 2 de febrero de 1927 en Filadelfia, ciudad que cae por allí por Pennsylvania, en los EE.UU. No mucho más tarde la familia se mudó a Nueva York, a ver si había suerte y lo del trabajo pintaba mejor, que la verdad es que pintaban bastos. Nada, que el padre no conseguía un curro decente ni de milagro, el pobre, en paro las más de las veces.
Crióse el churumbel en un hogar humilde donde debió de pasarlas canutas con tantas estrecheces. La madre, severa y de armas tomar, se empecinó en que Stan estudiase a destajo, por eso de que el chico saliese de pobre y se labrase un porvenir y consiguiera llegar a médico o abogado. Y el chico estudió, ¡vaya si estudió!, a la fuerza ahorcan. Pero lo que le tiraba de verdad era la música. Maravillas hacía con una su armónica que soplaba sin parar en sus ratejos libres, que tenía talento para dar y tomar, talento a espuertas.
Su padre sacó Dios sabrá de dónde unos cuantos cuartos y le regaló un saxo alto cuando cumplió trece años. El chaval no dejaba el saxo ni por asomo
Visto lo visto, su padre sacó Dios sabrá de dónde unos cuantos cuartos y le regaló un saxo alto cuando cumplió trece años. Y la lío. El chaval no dejaba el saxo ni por asomo, a todas horas con el saxo, venga a tocar el saxo, que me malicio que hasta dormía con el saxo. Visto lo visto, su madre escamoteó a base de sacrificios unas cuantas perras con las que pagar unas clases a su retoño. Y el retoño dale que te pego con el saxo, una pura obsesión. Y ahorró el retoño como pudo apretándose el cinturón un algo de parné y se compró un saxo tenor. Y con el saxo a vueltas sin parar, a todas horas.
Tantos desvelos y esfuerzos dieron su fruto. A finales de 1942, quince añitos tan sólo contaba el muchacho, entró en la orquesta de Dick Rogers, con su jornal, su primer sueldo. Y al poco se unió a la banda de Jack Teagarden, de gira por ahí por las vastas tierras de los EE.UU. Ya cobraba Stan lo que su padre jamás soñó con ganar. Lo malo, que le dio por fumar y beber a saco, sin templanza ninguna, que desconocía la templanza.
En 1944 la banda recaló en California y a Stan le arreó la ventolera de asolearse en aquellas cálidas campiñas mientras Teagarden seguía su camino. Y como no era cosa de quedarse mirando el azul cielo californiano mano sobre mano, Stan se colocó en la banda de Stan Kenton, por eso de tocar y ganarse la vida. Y escuchó y volvió a escuchar una y otra vez a Lester Young, que se empolló a Lester a fondo y a conciencia, espejo en el que se miraba a diario, que no es mal espejo, la verdad. Lo chungo, la heroína, que Stan se enganchó por aquel entonces.
Al poco, culo de mal asiento, dejó a Kenton. Y, tras una breve temporada con Jimmy Dorsey, con 18 años estaba ya en Nueva York con Benny Goodman, ahí es nada. Y ya que andaba por allí aprovechó para escuchar a Charlie Parker. Y quedó hechizado, no me extraña ¡La leche, qué tío, qué cosas hace! Una revelación. Y ya puestos, se marcó un disco para la Savoy con Hank Jones, Curly Russell y Max Roach.
De vuelta en Los Ángeles tras despedirse de Goodman, caray, este hombre parecía un zarandillo, entró allá por 1946 en la banda que Woody Herman estaba entonces montando, la segunda manada de Herman. Allí, con los four brothers, los cuatro hermanos, tres tenores y un barítono, logró éxitos muy sonados, ya lo creo, sonadísimos. Y se ganó el mote de El Sonido, The Sound, Stan Getz el Sonido, mola. Con Herman, por variar, aguantó unos cuantos años, hasta 1950.
Por entonces, con sólo 23 años, era ya un músico muy conocido. Eso es una carrera meteórica y lo demás garambainas. Así que decidió ir por su cuenta. En Hartford, que cae por Connecticut, escuchó a un chaval que tocaba el piano como los mismos ángeles y le contrató de inmediato. Hombre, es que el chaval era Horace Silver, ni más ni menos.
Con 23 años era ya un músico muy conocido. Así que decidió ir por su cuenta. Escuchó a un chaval que tocaba el piano como los ángeles y le contrató
Ganaba un buen dinero con su grupo, pero casi todo se lo pulía en caballo, que la guita entraba y salía con rapidez pasmosa de sus bolsillos para irse por el desagüe de la heroína. En 1952 firmó con el productor Norman Granz, quien le lanzó a todo trapo, a lo grande. Pero la heroína, compañera inseparable de Stan, no le daba cuartel. Y terminó el hombre por acabar en chirona. Cuentan que atenazado por el mono y seco, sin un duro, se le ocurrió dar un atraco que le salió manga por hombro, mal, claro. Y, desquiciado, intentó suicidarse. No lo sé, quién sabe.
Seis meses estuvo encerrado. Y al par de días de salir tocó con Chet Baker. Luego Granz le hizo acompañar a Ellington y Basie. Y se piró a Suecia. Y otra vez un mono de aúpa, que las pasó canutas. Y África, a ver si con los aires de allí mejoraba la cosa. Y tocó con Oscar Peterson, con Gerry Mulligan, con Chet Baker. Y la heroína, compañera inseparable, bien agarrado le tenía. Harto, desesperado, que ya no podía más, lió el petate y se marchó a Dinamarca. Allí sí, parece que sí, logró desengancharse y separarse de su inseparable compañera la heroína.
A su regreso a casa, allá por 1961 sería, Stan se encontró fuera de sitio, desplazado, perdido. Que la peña, qué rápido olvida el personal, casi ni se acordaba de él. El jazz caminaba por otros derroteros, con Coltrane y Davis a la cabeza.
Un buen día se topó con el guitarrista Charlie Byrd y este le descubrió la música brasileña ¡Caramba, eso suena muy bien!
No se quedó quieto, no. Manos a la obra. Y siguió tocando. Un buen día se topó con el guitarrista Charlie Byrd y este le descubrió la música brasileña ¡Caramba, eso suena muy bien! Y dicho y hecho, los dos compadres sacaron Jazz Samba, disco que se vendió como los mismos churros. Luego, el paso natural, le dio por tocar con los músicos brasileños de la bossa nova. En 1964 salió a la luz Getz/Gilberto, disco que grabó con Antonio Carlos Jobim, Joao Gilberto y Astrud Gilberto, mujer de Joao, con temas como “La chica de Ipanema” ¡Dios, la que se armó! Todo quisque enloquecido.
El tiempo no se detiene nunca y los años corren. Getz siguió a lo suyo, tocar el saxofón. Con Chick Corea, por ejemplo. O con Kenny Barron. Discos, conciertos, viajes. La vida de un músico.
En 1988 un cáncer se cebó en su hígado. Pero no claudicó. Y siguió a lo suyo, tocar el saxofón. Mirando a la muerte a los ojos, sin pestañear. Con dignidad. Siguió tocando, pese a que sabía que la muerte le tenía bien agarrado. Que se moría sin remisión.
Murió el 6 de junio de 1991 en Malibú, California.
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Esta semblanza se puede escuchar también en Jazz en el aire.
El enorme saxofonista Stan Getz dejó este valle de lágrimas el 6 de junio de 1991, hace ya veinticinco años, ¡madre mía!, cómo pasa el tiempo, si parece que fue ayer. Quizás el mejor tenor blanco que hayan visto los tiempos, tal vez el único que pueda codearse con los grandes monstruos del saxo tenor....
Autor >
Ayax Merino
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