Alberto Santamaría
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Alberto Santamaría (Torrelavega, 1976) es una de las voces más estimulantes del ensayo actual. Su trabajo consiste en un rastreo de tópicos culturales, que luego usa como trampolín para una reactivación política emancipadora. Además, aporta una tesis crucial: que la derecha es mucho más combativa en el campo cultural y que su principal victoria consiste en hacerse invisible. En los últimos tiempos, ha publicado tres libros demoledores: La vida me sienta mal. Argumentos en favor al arte romántico previos a su triunfo (2015), Si fuese posible montar una bruja (2016) y Arte (es) propaganda (2016). El reciente y breve Paradojas de lo cool es la mejor introducción a sus argumentos.
Apuesta por un nuevo “fundamentalismo cultural”. ¿Cómo funcionaría?
Lo que señalo es que la palabra cultura funciona hoy como un prefijo hueco. Si a cualquier palabra, pongamos por caso tomate o tornillo, le añadimos el prefijo cultura, como por arte de magia tenemos un concepto estúpidamente vacío: la cultura del tomate. Creo que la cultura (entendida más allá de la lucha por rebajar el IVA del sector) podría ser un lugar fascinante para el cuestionamiento de ciertas formas políticas, la cultura como una forma de desactivar determinadas tendencias de la lógica dominante. No se trata sólo de pensar el arte, por ejemplo, como un enfrentamiento crítico directo diciendo “los capitalistas cabrones”, sino, por encima de ello, pensar la acción cultural desde otro lugar.
Por ejemplo, cuando alguien se detiene a ver la realidad de otro modo, cuando alguien se detiene —simplemente— a experimentar su alrededor de otra forma, generando cierta disonancia o disidencia, puede ser capaz de cuestionar esas formas vacías. Pienso en ese momento en el que alguien —aunque parezca alejado de lo que se entiende por arte político— se detiene, saca tiempo, o lo que sea, para escribir un poema. Ahí se crea una fractura desde lo individual. Aunque, es cierto, puede haber otros muchos caminos y formas que apunten hacia lo colectivo. Sin embargo, este gesto —que puede parecer inocuo— me parece un gesto inicial básico, transformador, disonante. En el fondo, si he de ser sincero, no dejo de salir de las ideas del primer Romanticismo pasadas por la licuadora de la distancia histórica.
El libro es un alegato contra el concepto de creatividad. ¿Por qué debemos desconfiar de él?
Mutar la forma de sentir es el eje central de esa tendencia narrativa neoliberal. No quiero decir que los martes a las ocho queden los del IBEX35 para escribir relatos (o quizá lo hagan, no lo sé), pero sí que son capaces desde su lugar privilegiado de dispersar-propagar narrativas que son ampliamente aceptadas. En este sentido, se juega mucho en el lenguaje. Y ahí el ejemplo de la creatividad es evidente. Como tal la creatividad, aplicado a lo humano y no a lo divino, es un concepto reciente. En el Diccionario de la RAE esta palabra no aparece hasta 1984, y no es hasta 1950 en Estados Unidos cuando se estabiliza como palabra asociada a determinadas potencialidades humanas en el marco de la psicología de la organizaciones. Y, sin embargo, creemos que es algo connatural a la tradición artística y al desarrollo infantil.
No trato de ir en contra de la creatividad como concepto sino de la forma en la que de éste se elimina todo factor crítico
En cualquier caso, no trato de ir en contra de la creatividad como concepto sino de la forma en la que de éste se elimina todo factor crítico. Los bancos, los gobiernos, etcétera, son los primeros en usar actualmente la palabra creatividad; palabra que hoy puede aparecer un número elevado de veces, por ejemplo, en la ley de emprendedores o en la junta de accionistas del Santander. La creatividad ha sustituido a viejos conceptos típicamente represores, mostrando así una nueva bondad. Ahora bien, a pesar de ello ser creativo desde esta óptica no es más que ser emocionalmente adaptable a las nuevas formas de mercado, al sistema empresa. En cualquier caso, se trata de controlar el peso de la semántica, ése es el camino del neoliberalismo en este sentido. En cambio, la creatividad puede —y éste sería su punto fuerte— contener un peso crítico directo si en lugar de encandilarse con vagas estrategias emocionales es capaz de desactivarlas. Una palabra en este sentido me parece clave: desetiquetarse.
Lo que viene a decir, si no he entendido mal, es que las élites usan conceptos vacíos (creatividad, calidad, cool, panfletismo) para mover los postes de la portería donde se juega el partido de fútbol de los de arriba contra los de abajo, ¿no?
Exactamente. Hay cuestiones altamente llamativas como es el caso de la narración sobre el terrorismo. Como señalo en el libro, tenemos un delito por enaltecimiento del terrorismo, pero carecemos de un concepto jurídico de lo que es un terrorista. Así pues, al carecer de tal todos y cada uno de nosotros somos potencialmente terroristas y enaltecedores del terrorismo. Es decir, al final es un concepto político invisible dentro del cual podemos caber todos. Es muy divertido en el fondo. Según la ley “se entenderá por grupo terrorista todo grupo […] que actúe de manera concertada con el fin de cometer actos terroristas”. Hay una norma básica: lo definido no puede estar en la definición, una norma casi de primaria que al tratar algo tan serio e importante como el terrorismo se olvida por completo. De este modo, el ser terrorista no está objetivado sino que depende de otros criterios, siempre variables, siempre mutables. En fin, es sólo una muestra más de nuestros problemas con el lenguaje.
Considera el Caballo de Troya como la primera obra de arte activista. ¿Cómo podemos aplicar este ejemplo a 2016?
Bueno, en realidad, esa idea es de Lucy Lippard, y de ella me apropio. Me parece interesante. Creo que usar las estrategias del contrario para visibilizar (y quizá desactivar) al otro es algo importante. El poder o la lengua dominante suele tener muy claro (o al menos ésa es su intención) dónde estamos cada uno. Es el caso de los artistas, por ejemplo. Si, en cambio, el artista es capaz de, precisamente, desidentificarse de lo que el poder espera de él, sería una acción altamente interesante. O, por ejemplo, usar las propias estrategias del sistema para visibilizar su sentido terrible. Sin embargo, y soy plenamente consciente, esto me parece difícil y complejo por la propia arquitectura de la institución artística en España, y, al mismo tiempo, por la pulsión empresarial de la industria cultural española. Esta arquitectura institucional debería ser una de las primeras cuestiones a superar.
Hay otro concepto muy de moda actualmente, el del emprendedor, sobre el que explica sus raíces franquistas. ¿Seguimos viviendo con paradigmas culturales de la dictadura?
No cabe duda de que el fantasma del franquismo está ahí de modos variados y variables. Si leemos los discursos de Franco desde mediados de los cincuenta (algo que recomiendo por salud democrática) podemos encontrar ya una cierta sintonía emocional, o una línea conceptual, similar a la actual bastante interesante y llamativa. Por otro lado, hace poco recordaba esta cita de Franco, quien en una entrevista para El Día, en 1942, señalaba: “Nuestra cruzada es la única lucha en la que los ricos que fueron a la guerra salieron más ricos”. Bueno, pues en esa estela seguimos. Ahora bien, es cierto que del franquismo salimos en otros niveles clave, eso también hay que reconocerlo. No seguimos en el franquismo, pero sí acosados por sus fantasmas (algunos de ellos muy tangibles) estratégicamente situados. Es decir, es cierto que en algunas formas y tendencias el sistema franquista sigue funcionando.
El sistema de relación y crecimiento de la banca está íntimamente emparentado con el franquista
El sistema de relación y crecimiento de la banca está íntimamente emparentado con el franquista. La fórmula corrupta de la relación empresa constructora-banca-política estaba ya instaurada en el franquismo y en ella continuamos (y me temo que continuaremos porque es una forma de percibir y sentir lo público y lo privado), etcétera. Pero también hallamos ese fantasma en estructuras que pasan más desapercibidas. Un ejemplo simplista: la tendencia a convertir el madrileñismo en eje de todo lo que sucede tiene, sin duda, ese trasfondo del franquismo. Las provincias, en ocasiones, son comparsas, los figurantes necesarios de una película delirante. Como si Madrid fuese Quijote, Sancho las provincias, y, por supuesto, los nacionalismos, molinos que mutan en gigantes. Y ahí seguimos. Visibilizar esos fantasmas sería verdaderamente terapéutico.
Alberto Santamaría (Torrelavega, 1976) es una de las voces más estimulantes del ensayo actual. Su trabajo consiste en un rastreo de tópicos culturales, que luego usa como trampolín para una reactivación política emancipadora. Además, aporta una tesis crucial: que la derecha es mucho más combativa...
Autor >
Víctor Lenore
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