En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Leo que en Argentina el Consejo Nacional de las Mujeres acaba de lanzar una campaña institucional para prevenir la violencia de género. En ella, rostros famosos han prestado su imagen para los carteles y el vídeo que acompañan al lema “Juntos podemos frenar la violencia contra las mujeres”. No puedo evitar acordarme de la mujer superviviente de violencia machista que entrevisté hace años a la que le pregunté por una campaña similar en España. Al ver el anuncio, que protagonizaban mujeres como Lola Herrera o Lolita, profirió contundente: “Seguro que a éstas no les han puesto la mano encima en su vida”. Entiendo que la mujer entrevistada reseñaba la escisión entre lo representado y su experiencia, entre lo que decían las mujeres del anuncio: “querida amiga”, “sé de tu dolor” y el desamparo y la impotencia que ella sentía.
Propongo un desplazamiento en las representaciones hegemónicas en las campañas institucionales sobre violencia machista. Apuesto por desmontar los relatos dominantes, por cambiar las perspectivas, los actores, los escenarios. Abogo por transformar los marcos de sentido. Eso supondría dejar de apelar a la mujer que en el relato se construye como víctima, a la que se representa sin agencia y se la insta a que saque fuerzas de donde no las tiene y que actúe. No pedirle que verbalice aquello que no es capaz de reconocer o de lo que se avergüenza y que se lo cuente a un extraño. No desgastar su destruida identidad poniéndole un espejo en el que no puede o no quiere mirarse. No decirle que todos nos implicamos en el problema y que estamos ahí para ayudarla, porque no es cierto. No augurarle que si denuncia todo se solucionará, porque casi siempre el calvario continúa, y a veces se empeora. No presentarla sobre todo amoratada o con miedo, porque los golpes psicológicos también minan la autoestima, denigran y duelen.
El texto de la campaña argentina apela a una mujer que sufre violencia, pero también a un interlocutor maltratador al que increpan: “La amenazás para que no te deje? No lo hagas, no somos dueños de nadie”. También en España, la campaña “Saca tarjeta roja al maltratador” (https://www.youtube.com/watch?v=fgO02j13WIw) del extinto Ministerio de Igualdad tenía como protagonistas a caras conocidas, hombres y mujeres que interpelaban al maltratador reproduciendo sus reproches, tratando de que se pusiera en la piel de la víctima y cuestionando su idea de masculinidad: “Claro que no habla con nadie, claro que no te denuncia, ¿Tú crees que eso es ser hombre? Yo no”. En la misma línea, uno de los tres spots de la campaña “Ante el maltratador, tolerancia cero” del Ministerio de Igualdad presentaba distintas escenas en las que varios maltratadores eran rehusados por otros hombres. Ante su presencia, en situaciones cotidianas, en un baño público, en un comedor, en el lugar de trabajo, les dirigían miradas de condena y de reprobación, les cerraban la puerta en las narices, callaban y se distanciaban, o les exhortaban: “Cada vez que maltratas a una mujer, dejas de ser un hombre”. Con ello, el foco se situaba en el principal sujeto agente de la violencia machista, el agresor, que suele ser invisible en las representaciones masivas. Y se ponía en solfa la masculinidad asociada al control o la dominación.
El foco se situaba en el principal sujeto agente de la violencia machista, el agresor, que suele ser invisible en las representaciones masivas
Son excepciones: durante años, la publicidad institucional ha representado sobre todo a la mujer quitándose el maquillaje que le cubre las heridas; temblando, balbuceando, huyendo, sobresaltándose, cabizbaja, yacente, muerta. Las primeras campañas se enmarcaban en la cocina, en el salón, en la habitación; después también en la calle, en un bar. En un cambio de registro, algunas campañas incorporaron a mujeres que buscaban ayuda y lograban hablar. O que, satisfechas, conseguían denunciar. No obstante, resulta paradójico cómo en el relato se construía a la institución como la protagonista actante. Es el caso de “Gana la ley”: no la mujer que, dentro de un doloroso y controvertido proceso de reconstrucción de su identidad, ha logrado superar o esquivar todos los obstáculos para llegar hasta allí: el desconocimiento, la vergüenza, la culpa, su idea del amor, el estigma, el miedo.
Dotar de agencia a la mujer representada supondría un cambio de perspectiva. Una joven que ha roto con su pareja porque la acosaba con mensajes de móvil. Una mujer que por fin se viste como quiere. Una trabajadora que ya no tiene miedo a la salida del trabajo. Una madre que no tiembla por la seguridad de sus hijos. Un grupo de mujeres que intercambian apoyos y relatos de vida. Esa figurativización, que empodera y dignifica a las supervivientes, es la que solicitan algunas mujeres maltratadas: “somos víctimas y queremos dejar de serlo”.
Hay honrosos ejemplos que marcan el camino del cambio: como el anuncio en el que diferentes mujeres, de distintas nacionalidades, con diversas edades y en varios entornos, se dirigen a cámara y construyen el relato de cómo se sienten una vez han roto con el maltratador. Son mujeres que, liberadas de su opresión, dicen reafirmarse ante quiénes son, manifiestan que han recuperado su libertad y su autonomía, que han dejado el miedo atrás, que están informadas y que son competentes: “Soy como soy. Entro y salgo cuando quiero. Vine acá para tener una vida mejor. Ya no tengo miedo...”.
Dotar de agencia a la mujer representada supondría un cambio de perspectiva
Que hablen las supervivientes. Que expongan cómo se sienten y qué es aquello que han dejado atrás. Que relaten el tránsito por el que han superado su anulación ante la acción del maltratador y han sido capaces de alumbrar un horizonte donde está la autonomía.
Que se represente al joven que envía los mensajes, que se desespera porque ve la doble aspa azul y no recibe respuesta. Que la llama insistentemente, que se cuela en sus redes sociales, que la aísla, que la espía, que la sigue, que la grita, que la insulta, que la acosa, que la pega, que la mata.
Que se visibilice el poso de la educación machista, el lenguaje invisibilizador y sexista, el ideal del amor romántico, la fetichización del cuerpo femenino o la discriminación que derivan en violencia.
Si la publicidad tiene un papel fundamental en la delimitación de relatos, imágenes, experiencias y emociones compartidas, es preciso revisar las representaciones publicitarias y sus implicaciones socioculturales para no subordinar a las mujeres, sino presentarlas como sujetos activos, autónomos, capaces de tomar sus propias decisiones. Y para poner en foco en el origen, en las consecuencias y en los agentes que ejercen la violencia hacia las mujeres.
Leo que en Argentina el Consejo Nacional de las Mujeres acaba de lanzar una campaña institucional para prevenir la violencia de género. En ella, rostros famosos han prestado su imagen para los carteles y el vídeo que acompañan al lema...
Autor >
Diana Fernández Romero
Periodista, docente universitaria e investigadora. Su tesis doctoral es Premio Extraordinario por la Universidad Complutense de Madrid y Premio Nacional por la Delegación del Gobierno para la Violencia de Género. Autora de textos que abordan la comunicación, el género, la violencia machista o el ciberfeminismo.
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí