DATOS CTXT / LA MAGNITUD DE LA TRAGEDIA
9. Pontevedra: la aldea gala(ica) y el ‘sorpasso’ seguro en Rajoyland
Xosé Manuel Pereiro / JLM 20/06/2016
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En las noches electorales, Manuel Fraga solía invocar con orgullo dos resultados, los de Vilalba y los de Miño y siempre pedía, en privado aunque fuese a gritos, unos terceros (“¡háganme el test de Betanzos!”). Vilalba era su pueblo natal y Miño donde veraneaba, pero el amor por Betanzos era completamente interesado: era y sigue siendo una magic town. Si las votaciones en Aragón, como las Ohio en los EEUU, se corresponden con las del total del electorado español, las de Betanzos calcan los resultados de Galicia con una diferencia que no supera los dos puntos. Es dudoso, sin embargo, que Mariano Rajoy solicite los de Santiago, su un tanto circunstancial lugar de nacimiento, y mucho menos los de Pontevedra, la ciudad en la que se crio y con la que se identifica. Datos que no se piden, corazón que no siente.
Desde que el actual presidente del Gobierno en funciones tomó definitivamente, con alivio confeso, el camino de Madrid y de la política nacional en 1991, en su ciudad su partido ganó las elecciones municipales de aquel año y las siguientes (1995) y se acabó. Desde entonces, solo o en compañía de otros —en Galicia no hay, ni tradicionalmente hubo, bipartidismo, sino tripartidismo, o si quieren, bipartidismo y medio— , la Pontevedra a la que Rajoy vuelve de vacaciones y en donde están sus amigos, la menor y más coqueta de las capitales de provincia gallegas está gobernada por Miguel Anxo Fernández Lores, que no solo es nacionalista, sino marxista leninista declarado (lo que no es óbice para tener la ciudad como los chorros del oro y en perfecto estado de revista a criterio de cualquier señora exigente).
De todas formas, a Pontevedra le pasa como, en la otra orilla atlántica a Brasil, Estados Unidos o Canadá: la capital no es la metrópoli. Vigo tiene más del triple de población, pero allí la suerte también es esquiva al partido que preside el registrador de Santa Pola. De todos los alcaldes que ha tenido desde la democracia, solo en dos ocasiones (y una de ellas por desacuerdo entre los socios PSdeG y BNG ya comenzado el mandato) ha sido del PP. Cualquier politólogo cuñader argumentará que en las elecciones locales se vota a la persona, no al partido (aunque en Vigo han probado de todo hasta encontrar, disque, la piedra filosofal con Abel Caballero). No obstante, desde 1986, en las elecciones generales en Pontevedra ciudad su partido ( y por ende él, que era el candidato) fue el partido más votado, pero casi siempre menos que los partidos progresistas y nacionalistas, esas placas tectónicas en constante movimiento.
En 1986, lo que era Coalición Popular sumó menos (37%) que PSdeG-PSOE y PSG-EG (35%-5,6%) y en 1989 el PP repitió el 37%, por debajo del 28,6% del PSdeG más el 11,5% que sumaban los demás (otros, pero los mismos). Aunque en 1993 y 1996 el PP subió al 45% y al 47% respectivamente, PSdeG y BNG conseguían sumar más. 2000, el año de la mayoría absoluta de Aznar y de su canto del cisne, el PP sacó en la ciudad del que sería su vicepresidente primero y sucesor 20.293 votos. El PSOE 11.263 y el BNG 9.035. Les ahorro la suma: 20.298. A partir de ahí fue una sucesión de tundas, con el leve respiro del annus horribilis de 2011 (aun así, el PP quedó por debajo si sumamos el meritorio 4% que arañó Esquerda Unida, EU).
En Vigo, una ciudad que roza los 300.000 habitantes, y no son raras las manifestaciones de 100.000 a 200.000 asistentes, el PP y el candidato Rajoy no han tenido mejor suerte. Desde 1986, los conservadores siempre tuvieron menos apoyo en el electorado vigués que la suma de socialistas y la izquierda nacionalista, a la que en ocasiones se añadía la fluctuante EU. La única excepción fue en la despedida de Rajoy como candidato por Pontevedra, en las elecciones de 2000, en las que el Partido Popular consiguió casi el 50% de los votos en la ciudad de la construcción naval y automovilística. Desde entonces, el electorado volvió a la rutina del partido-más-votado-de-la-ideología-perdedora, incluso en 2011 obtuvo 7,5 puntos menos que los de enfrente.
Pero claro, estas cifras no se corresponden con la adscripción de las señorías que acompañaban a Rajoy Brey en el Congreso como representantes electos por la circunscripción provincial de Pontevedra. Una razón obvia es el método que inventó el señor D’Hondt y que los padres de la Transición decidieron incorporar a la mecánica electoral para corregir fantasías de los votantes. Otra es que fuera de las ciudades, y de villas pesqueras tradicionalmente rebeldes, en los buenos tiempos de la pax fraguiana el control del partido y de la provincia lo ejercía Xosé Cuiña (tenía incluso un Sindicato de Alcaldes. Sindicato, sí. De alcaldes). Cuiña era el enemigo cordial de Mariano, y le convenían dos cosas: sacar buenos resultados en su circunscripción electoral y tenerlo lejos. Y a Mariano también. Entre 1993 y 2000, el PP siempre sacó 4 o 5 diputados (Pontevedra entonces elegía 8). Desde 1996, el BNG siempre sacaba uno, y el resto se los adjudicaba el PSOE (en 2004 y 2008 empató).
La vuelta a casa esta Navidad fue fatal para Rajoy. En su ciudad, además de una rastrera bofetada física cosechó otra moral. El partido bajó 14 puntos y apenas superó en 3.000 votos al segundo, la coalición En Marea (Anova-EU-Podemos). En Vigo, En Marea fue directamente la opción más votada. En la circunscripción electoral, el brillante 50,8% de 2011 (el segundo mejor resultado histórico del partido, después del 53,4% con el que Cuiña creía que alejaba para siempre a su rival en 2000) cayó a un 34,4%, (una pérdida de 90.000 votos, aunque de solo un diputado); mientras el PSOE, pese a perder casi 8 puntos, conservaba los dos que tenía y En Marea se sacaba un 27,9% de votos y dos congresistas de la manga (más bien en parte del BNG, que perdió el suyo).
Es decir, en Pontevedra ya hubo sorpasso. Y en esta inédita segunda vuelta de las elecciones todo apunta a que se va consolidar. Según la estimación de Jaime Miquel & Asociados, el PP conservaría sus 3 escaños (aunque bajaría un punto), y En Marea (donde ya estaban coaligados los actuales socios de Unidos Podemos) aumentaría 3,5 puntos, hasta el 31,5%, se supone que raspando algo de voto útil al BNG y sobre todo al PSOE, al que captaría un 2% de voto y un diputado. Los socialistas quedarían en un 18,8% de apoyo y con un único representante. Los de Pedro Sánchez necesitarían, según esta estimación, 3.978 votos para revertir esa pérdida. Ciudadanos aumentaría menos de medio punto su resultado (hasta un 9,4%) y seguiría sin nadie a quien llevar a la Carrera de San Jerónimo. Puede parecer poco, pero es mucho considerando que el máximo logro en Galicia de su anterior encarnación, UPyD, fue obtener un concejal en Baiona.
En Pontevedra el bipartidismo ha muerto, y todo apunta a que el próximo domingo quede enterrado y bien enterrado, aunque en realidad, como a los protagonistas de Los otros, ya estaba muerto y no lo sabía.
En las noches electorales, Manuel Fraga solía invocar con orgullo dos resultados, los de Vilalba y los de Miño y siempre pedía, en privado aunque fuese a gritos, unos terceros (“¡háganme el test de Betanzos!”). Vilalba era su pueblo natal y Miño donde veraneaba, pero el amor por Betanzos era...
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Xosé Manuel Pereiro / JLM
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