1. Número 1 · Enero 2015

  2. Número 2 · Enero 2015

  3. Número 3 · Enero 2015

  4. Número 4 · Febrero 2015

  5. Número 5 · Febrero 2015

  6. Número 6 · Febrero 2015

  7. Número 7 · Febrero 2015

  8. Número 8 · Marzo 2015

  9. Número 9 · Marzo 2015

  10. Número 10 · Marzo 2015

  11. Número 11 · Marzo 2015

  12. Número 12 · Abril 2015

  13. Número 13 · Abril 2015

  14. Número 14 · Abril 2015

  15. Número 15 · Abril 2015

  16. Número 16 · Mayo 2015

  17. Número 17 · Mayo 2015

  18. Número 18 · Mayo 2015

  19. Número 19 · Mayo 2015

  20. Número 20 · Junio 2015

  21. Número 21 · Junio 2015

  22. Número 22 · Junio 2015

  23. Número 23 · Junio 2015

  24. Número 24 · Julio 2015

  25. Número 25 · Julio 2015

  26. Número 26 · Julio 2015

  27. Número 27 · Julio 2015

  28. Número 28 · Septiembre 2015

  29. Número 29 · Septiembre 2015

  30. Número 30 · Septiembre 2015

  31. Número 31 · Septiembre 2015

  32. Número 32 · Septiembre 2015

  33. Número 33 · Octubre 2015

  34. Número 34 · Octubre 2015

  35. Número 35 · Octubre 2015

  36. Número 36 · Octubre 2015

  37. Número 37 · Noviembre 2015

  38. Número 38 · Noviembre 2015

  39. Número 39 · Noviembre 2015

  40. Número 40 · Noviembre 2015

  41. Número 41 · Diciembre 2015

  42. Número 42 · Diciembre 2015

  43. Número 43 · Diciembre 2015

  44. Número 44 · Diciembre 2015

  45. Número 45 · Diciembre 2015

  46. Número 46 · Enero 2016

  47. Número 47 · Enero 2016

  48. Número 48 · Enero 2016

  49. Número 49 · Enero 2016

  50. Número 50 · Febrero 2016

  51. Número 51 · Febrero 2016

  52. Número 52 · Febrero 2016

  53. Número 53 · Febrero 2016

  54. Número 54 · Marzo 2016

  55. Número 55 · Marzo 2016

  56. Número 56 · Marzo 2016

  57. Número 57 · Marzo 2016

  58. Número 58 · Marzo 2016

  59. Número 59 · Abril 2016

  60. Número 60 · Abril 2016

  61. Número 61 · Abril 2016

  62. Número 62 · Abril 2016

  63. Número 63 · Mayo 2016

  64. Número 64 · Mayo 2016

  65. Número 65 · Mayo 2016

  66. Número 66 · Mayo 2016

  67. Número 67 · Junio 2016

  68. Número 68 · Junio 2016

  69. Número 69 · Junio 2016

  70. Número 70 · Junio 2016

  71. Número 71 · Junio 2016

  72. Número 72 · Julio 2016

  73. Número 73 · Julio 2016

  74. Número 74 · Julio 2016

  75. Número 75 · Julio 2016

  76. Número 76 · Agosto 2016

  77. Número 77 · Agosto 2016

  78. Número 78 · Agosto 2016

  79. Número 79 · Agosto 2016

  80. Número 80 · Agosto 2016

  81. Número 81 · Septiembre 2016

  82. Número 82 · Septiembre 2016

  83. Número 83 · Septiembre 2016

  84. Número 84 · Septiembre 2016

  85. Número 85 · Octubre 2016

  86. Número 86 · Octubre 2016

  87. Número 87 · Octubre 2016

  88. Número 88 · Octubre 2016

  89. Número 89 · Noviembre 2016

  90. Número 90 · Noviembre 2016

  91. Número 91 · Noviembre 2016

  92. Número 92 · Noviembre 2016

  93. Número 93 · Noviembre 2016

  94. Número 94 · Diciembre 2016

  95. Número 95 · Diciembre 2016

  96. Número 96 · Diciembre 2016

  97. Número 97 · Diciembre 2016

  98. Número 98 · Enero 2017

  99. Número 99 · Enero 2017

  100. Número 100 · Enero 2017

  101. Número 101 · Enero 2017

  102. Número 102 · Febrero 2017

  103. Número 103 · Febrero 2017

  104. Número 104 · Febrero 2017

  105. Número 105 · Febrero 2017

  106. Número 106 · Marzo 2017

  107. Número 107 · Marzo 2017

  108. Número 108 · Marzo 2017

  109. Número 109 · Marzo 2017

  110. Número 110 · Marzo 2017

  111. Número 111 · Abril 2017

  112. Número 112 · Abril 2017

  113. Número 113 · Abril 2017

  114. Número 114 · Abril 2017

  115. Número 115 · Mayo 2017

  116. Número 116 · Mayo 2017

  117. Número 117 · Mayo 2017

  118. Número 118 · Mayo 2017

  119. Número 119 · Mayo 2017

  120. Número 120 · Junio 2017

  121. Número 121 · Junio 2017

  122. Número 122 · Junio 2017

  123. Número 123 · Junio 2017

  124. Número 124 · Julio 2017

  125. Número 125 · Julio 2017

  126. Número 126 · Julio 2017

  127. Número 127 · Julio 2017

  128. Número 128 · Agosto 2017

  129. Número 129 · Agosto 2017

  130. Número 130 · Agosto 2017

  131. Número 131 · Agosto 2017

  132. Número 132 · Agosto 2017

  133. Número 133 · Septiembre 2017

  134. Número 134 · Septiembre 2017

  135. Número 135 · Septiembre 2017

  136. Número 136 · Septiembre 2017

  137. Número 137 · Octubre 2017

  138. Número 138 · Octubre 2017

  139. Número 139 · Octubre 2017

  140. Número 140 · Octubre 2017

  141. Número 141 · Noviembre 2017

  142. Número 142 · Noviembre 2017

  143. Número 143 · Noviembre 2017

  144. Número 144 · Noviembre 2017

  145. Número 145 · Noviembre 2017

  146. Número 146 · Diciembre 2017

  147. Número 147 · Diciembre 2017

  148. Número 148 · Diciembre 2017

  149. Número 149 · Diciembre 2017

  150. Número 150 · Enero 2018

  151. Número 151 · Enero 2018

  152. Número 152 · Enero 2018

  153. Número 153 · Enero 2018

  154. Número 154 · Enero 2018

  155. Número 155 · Febrero 2018

  156. Número 156 · Febrero 2018

  157. Número 157 · Febrero 2018

  158. Número 158 · Febrero 2018

  159. Número 159 · Marzo 2018

  160. Número 160 · Marzo 2018

  161. Número 161 · Marzo 2018

  162. Número 162 · Marzo 2018

  163. Número 163 · Abril 2018

  164. Número 164 · Abril 2018

  165. Número 165 · Abril 2018

  166. Número 166 · Abril 2018

  167. Número 167 · Mayo 2018

  168. Número 168 · Mayo 2018

  169. Número 169 · Mayo 2018

  170. Número 170 · Mayo 2018

  171. Número 171 · Mayo 2018

  172. Número 172 · Junio 2018

  173. Número 173 · Junio 2018

  174. Número 174 · Junio 2018

  175. Número 175 · Junio 2018

  176. Número 176 · Julio 2018

  177. Número 177 · Julio 2018

  178. Número 178 · Julio 2018

  179. Número 179 · Julio 2018

  180. Número 180 · Agosto 2018

  181. Número 181 · Agosto 2018

  182. Número 182 · Agosto 2018

  183. Número 183 · Agosto 2018

  184. Número 184 · Agosto 2018

  185. Número 185 · Septiembre 2018

  186. Número 186 · Septiembre 2018

  187. Número 187 · Septiembre 2018

  188. Número 188 · Septiembre 2018

  189. Número 189 · Octubre 2018

  190. Número 190 · Octubre 2018

  191. Número 191 · Octubre 2018

  192. Número 192 · Octubre 2018

  193. Número 193 · Octubre 2018

  194. Número 194 · Noviembre 2018

  195. Número 195 · Noviembre 2018

  196. Número 196 · Noviembre 2018

  197. Número 197 · Noviembre 2018

  198. Número 198 · Diciembre 2018

  199. Número 199 · Diciembre 2018

  200. Número 200 · Diciembre 2018

  201. Número 201 · Diciembre 2018

  202. Número 202 · Enero 2019

  203. Número 203 · Enero 2019

  204. Número 204 · Enero 2019

  205. Número 205 · Enero 2019

  206. Número 206 · Enero 2019

  207. Número 207 · Febrero 2019

  208. Número 208 · Febrero 2019

  209. Número 209 · Febrero 2019

  210. Número 210 · Febrero 2019

  211. Número 211 · Marzo 2019

  212. Número 212 · Marzo 2019

  213. Número 213 · Marzo 2019

  214. Número 214 · Marzo 2019

  215. Número 215 · Abril 2019

  216. Número 216 · Abril 2019

  217. Número 217 · Abril 2019

  218. Número 218 · Abril 2019

  219. Número 219 · Mayo 2019

  220. Número 220 · Mayo 2019

  221. Número 221 · Mayo 2019

  222. Número 222 · Mayo 2019

  223. Número 223 · Mayo 2019

  224. Número 224 · Junio 2019

  225. Número 225 · Junio 2019

  226. Número 226 · Junio 2019

  227. Número 227 · Junio 2019

  228. Número 228 · Julio 2019

  229. Número 229 · Julio 2019

  230. Número 230 · Julio 2019

  231. Número 231 · Julio 2019

  232. Número 232 · Julio 2019

  233. Número 233 · Agosto 2019

  234. Número 234 · Agosto 2019

  235. Número 235 · Agosto 2019

  236. Número 236 · Agosto 2019

  237. Número 237 · Septiembre 2019

  238. Número 238 · Septiembre 2019

  239. Número 239 · Septiembre 2019

  240. Número 240 · Septiembre 2019

  241. Número 241 · Octubre 2019

  242. Número 242 · Octubre 2019

  243. Número 243 · Octubre 2019

  244. Número 244 · Octubre 2019

  245. Número 245 · Octubre 2019

  246. Número 246 · Noviembre 2019

  247. Número 247 · Noviembre 2019

  248. Número 248 · Noviembre 2019

  249. Número 249 · Noviembre 2019

  250. Número 250 · Diciembre 2019

  251. Número 251 · Diciembre 2019

  252. Número 252 · Diciembre 2019

  253. Número 253 · Diciembre 2019

  254. Número 254 · Enero 2020

  255. Número 255 · Enero 2020

  256. Número 256 · Enero 2020

  257. Número 257 · Febrero 2020

  258. Número 258 · Marzo 2020

  259. Número 259 · Abril 2020

  260. Número 260 · Mayo 2020

  261. Número 261 · Junio 2020

  262. Número 262 · Julio 2020

  263. Número 263 · Agosto 2020

  264. Número 264 · Septiembre 2020

  265. Número 265 · Octubre 2020

  266. Número 266 · Noviembre 2020

  267. Número 267 · Diciembre 2020

  268. Número 268 · Enero 2021

  269. Número 269 · Febrero 2021

  270. Número 270 · Marzo 2021

  271. Número 271 · Abril 2021

  272. Número 272 · Mayo 2021

  273. Número 273 · Junio 2021

  274. Número 274 · Julio 2021

  275. Número 275 · Agosto 2021

  276. Número 276 · Septiembre 2021

  277. Número 277 · Octubre 2021

  278. Número 278 · Noviembre 2021

  279. Número 279 · Diciembre 2021

  280. Número 280 · Enero 2022

  281. Número 281 · Febrero 2022

  282. Número 282 · Marzo 2022

  283. Número 283 · Abril 2022

  284. Número 284 · Mayo 2022

  285. Número 285 · Junio 2022

  286. Número 286 · Julio 2022

  287. Número 287 · Agosto 2022

  288. Número 288 · Septiembre 2022

  289. Número 289 · Octubre 2022

  290. Número 290 · Noviembre 2022

  291. Número 291 · Diciembre 2022

  292. Número 292 · Enero 2023

  293. Número 293 · Febrero 2023

  294. Número 294 · Marzo 2023

  295. Número 295 · Abril 2023

  296. Número 296 · Mayo 2023

  297. Número 297 · Junio 2023

  298. Número 298 · Julio 2023

  299. Número 299 · Agosto 2023

  300. Número 300 · Septiembre 2023

  301. Número 301 · Octubre 2023

  302. Número 302 · Noviembre 2023

  303. Número 303 · Diciembre 2023

  304. Número 304 · Enero 2024

  305. Número 305 · Febrero 2024

  306. Número 306 · Marzo 2024

  307. Número 307 · Abril 2024

  308. Número 308 · Mayo 2024

  309. Número 309 · Junio 2024

  310. Número 310 · Julio 2024

  311. Número 311 · Agosto 2024

  312. Número 312 · Septiembre 2024

  313. Número 313 · Octubre 2024

  314. Número 314 · Noviembre 2024

Ayúdanos a perseguir a quienes persiguen a las minorías. Total Donantes 3.340 Conseguido 91% Faltan 16.270€

GENTES DE MAL VIVIR

Marlon Brando: todas las caras del animal

Considerado el mejor actor de la historia, la interpretación fue para él, entre otras cosas, una gran coartada para desafiar al mundo y negociar con sus demonios

Miguel Ángel Ortega Lucas 29/06/2016

<p>Marlon Brando, en <em>El último tango en París</em>.</p>

Marlon Brando, en El último tango en París.

Fotograma "El último tango en París"

En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí

La cámara se acerca de costado, casi a traición, hacia la figura de un hombre apuesto de mediana edad que se tapa los oídos, cerrados los ojos, algunos metros por debajo de una vía que cruza el cielo de la ciudad. El hombre ha estado esperando el paso del tren, hasta el momento de mayor estrépito, para levantar la cabeza y poder vomitar un aullido que acaso le rompa la garganta. (Fucking God, grita. Puto Dios). Al cabo continúa andando bajo su gabán, lentamente, con la mirada vacía en una tarde turbia de París.

En otra escena de la misma película [El último tango en París; B. Bertolucci, 1972], ese hombre masculla ensimismado, sobre el colchón de un apartamento clandestino:

Mi padre era un borracho. Rudo, camorrista de bar, putero. Mi madre era muy poética, y también una borracha. Vivíamos en un pequeño pueblo granjero. Yo solía ordeñar una vaca. Recuerdo una vez que me vestí con mis mejores ropas para ir con una chica a un partido de baloncesto. Estaba a punto de salir y mi padre dijo: ¿Podrías ordeñar a la vaca?. Yo le dije: ¿Podrías por favor ordeñarla tú?. No, mueve el culo hasta allí. No tuve tiempo de cambiarme los zapatos; así que me los manché de mierda de vaca, y de camino al partido olía a mierda de vaca en el coche.

Los mayores enigmas son transparentes. Los misterios más reacios a desvelar su rostro suelen pasearse en cueros a la luz del día. El alma humana es uno de ellos; así se abra uno en canal y exponga sus vísceras encima de la mesa (del escenario) para fascinación del respetable, para mayor extrañamiento propio. El alma conocida en nuestro tiempo como Marlon Brando –alma animal, cuerpo apolíneo animado por una bestia– es uno de los mejores ejemplos de ese enigma.

Entre el hombre de 48 años llamado Marlon Brando nacido en Omaha, Nebraska (ese pequeño pueblo granjero), que se supone actúa ante la cámara de Bernardo Bertolucci, y el hombre irreal que vive en la película de Bernardo Bertolucci, empeñado en no tener nombre (Yo no tengo nombre y tú tampoco. Sin nombres), huido de sí mismo para montar una orgía secreta entre una veinteañera y sus demonios: ¿dónde está la frontera? Quizás sólo en lo que uno esté dispuesto a creer, empezando por Marlon Brando.

“Si no tuviera la suerte de ser actor no sé qué hubiera sido. Probablemente estafador, un buen estafador”, confiaba en uno de los audios que grabó durante años, sólo para sí mismo (y que componen el admirable documental Listen to me, Marlon [Stevan Riley, 2015]). Porque, en realidad, “actuar es sobrevivir. Incluso de niños tiramos cosas al suelo para llamar la atención de nuestra madre”. Pero él tuvo que acostumbrarse a que no apareciera, por muchas cosas que tirase al suelo. Su madre, “una persona magnífica. Ingeniosa, muy artística”, con la que se reía mucho y le transmitió “su sentido del absurdo”. Incluso le “encantaba el olor a licor de su aliento, muy dulce”. “Era alcohólica. La borracha del pueblo. Solía tener que ir a por ella a la cárcel. Aún hoy me avergüenza recordarlo”.

Si no tuviera la suerte de ser actor no sé qué hubiera sido. Probablemente estafador, un buen estafador

También le avergonzaba, íntimamente, no ser buen estudiante, que nada pareciera dársele bien; que su padre le abofeteara “sin razón”; que su padre abofeteara a su madre. Hasta que un día amenazó con matarlo si volvía a hacerlo. A los 18 años, aquél le envió a una academia militar en Minnesota: le expulsaron por colocar una especie de bomba con petardos en el umbral del dormitorio de un profesor (se quedó allí tranquilamente, mirando cómo ardía el suelo de madera). Llegó a considerar meterse a cura. A los 19 consiguió que el padre –comercial de cierta holgura económica– le pagara el ingreso a The New School for Social Research, donde también estudiaban sus hermanas mayores. Pero no tenía en realidad ni la menor idea de adónde se dirigía.

El buen salvaje

Era guapo de manera catastrófica. El niño al que cualquiera sonríe espontáneamente; el jovencito cuya sonrisa conquista a los hombres con camaradería, y a las mujeres tirando la puerta abajo. Pero algo sospechoso vería siempre el muchacho en ese rostro privilegiado del espejo: como un envoltorio bellísimo ocultando una siniestra caja de Pandora. Llegó a Nueva York lleno de furia y hambre; no tanto por triunfar como por que el triunfo constituyese una especie de redención –o venganza–. “Llegué a Nueva York con agujeros en los calcetines y agujeros en la mente”. Pero también “con una insaciable curiosidad. Me gustaba mirar las caras de la gente por la calle, tratar de adivinar lo que ellos no sabían de sí mismos (lo que escondían de sí mismos)”.

Bajo el influjo de la poderosa actriz y teórica de la interpretación Stella Adler, a cuyo taller de teatro acudía, estudió filosofía, francés, danza, esgrima y yoga. Ella le inició en el método Stanislavski: corriente interpretativa europea que proponía una plena adhesión sentimental con el personaje. Algo que cambiaría desde entonces la manera de afrontar la actuación. Más exactamente, a partir de Marlon Brando.

Si tengo que representar una obra y estar enfadado, recuerdo a mi padre pegando a mi madre cuando yo tenía 14 años

Se sentía acomplejado por su pasado, por sus carencias educativas, pero Adler le animaba: “No tengas miedo; tienes derecho a ser como eres, a estar donde estás, a ser quien eres”. “Nunca había hecho algo que alguien dijera que era bueno”, según él; ella le decía: “No te preocupes, mi niño; lo que yo he visto en ti, el mundo entero lo verá”. Lo vio finalmente, revolucionando tanto la interpretación como la manera de llevar una camiseta blanca, en Un tranvía llamado deseo (1951), obra de Tennessee Williams llevada al cine, con la que ya había triunfado en Broadway, en la que el tranvía era él, más bien. “Si tengo que representar una obra y estar enfadado, recuerdo a mi padre pegando a mi madre cuando yo tenía 14 años”.

Hay una potencia innata en Brando, constante desde su debut [Hombres, 1950], que remite siempre a lo telúrico, a lo animal. Se le contempla como a una especie de tormenta embrionaria a punto siempre de estallar por uno u otro flanco del horizonte. Lo cual era exactamente su objetivo, según confesase luego en sus grabaciones: salirse del cliché, madrugarle el golpe al espectador por donde no lo fuera a oler. No sólo por su físico se le emparentaba fácilmente con una efigie griega, no sólo por su gesto se vislumbra a un Hamlet en perpetua guerra con sus entrañas. Si todo el mundo actúa, como él mismo repetía; si incluso ante sí mismo actúa uno, cualquiera, cuando está solo, cabe imaginarse a Brando mirándose en el espejo y componiendo la mueca exacta de un hombre que no se fiará nunca de sí mismo, preguntándose si el hombre del espejo está a la altura del espejo en que se mira.

Para cuando ganó su primer Oscar (en 1954 por La ley del silencio) tenía apenas 30 años y otras tres obras maestras interpretativas [¡Viva Zapata!, Julio César, Salvaje] en las que quedaba sellado su propio método: canibalizar a sus personajes para ser ellos, y ellos él –así como algunas tribus devoraban el corazón de sus enemigos–, y un magnetismo físico que sólo se da cuando los dioses quieren.

Y sin embargo era la furia, el minotauro triste y desolado del corazón del laberinto, lo que alentaba en el fondo de su genio. Como un Gatsby que quisiera vengar el frío de la infancia y llegar a la cima sólo para decir –como el memorable ciego de Al Pacino en Esencia de mujer–: “Hijo, todo es porquería”. O como un anciano que le confiara a Al Pacino, de vuelta ya de casi toda fatalidad humana: “Aquel que quiera organizar la reunión, ése será el traidor”.   

“Estafar”

Marlon Brando cumplió, sí, el viejo sueño americano del pillo de barrio devenido en patriarca (o padrino). Para acabar despreciando tal honor desde que Hollywood, el público, la crítica, el Espíritu Santo, acudieran unánimes a besar su mano y reconocerle como el actor más prodigioso del mundo.

Llevaba años sin conceder entrevistas (“Tardé mucho en darme cuenta de que el dinero era la motivación principal. Soy una mercancía aquí sentada”) cuando, en junio de 1978, el periodista Lawrence Grobel, de Playboy, consiguió pasar con él diez días de conversación en la isla tahitiana de Tetiaroa, propiedad de Brando desde que cayese embrujado por el entorno durante el rodaje de Rebelión a bordo (1962).

Tenía 54 años y ya no creía en casi nada de lo que llamamos sistema; apoyaba distintas causas civiles (a veces arriesgando la vida) y sólo interpretaba ya por cuestiones mercenarias. En 1973 había enviado a una india norteamericana a recoger el Oscar por su Vito Corleone: “Ningún grupo humano ha suprimido jamás a otro de manera tan contundente y cruel como los norteamericanos a los indios”, dijo a Brobel. Si rara vez atendía a un medio de comunicación, era sólo para hablar de este tema.

Quieren leyendas, ver el bien y el mal presentados de una manera clara. La gente está tan cansada de vivir en un mundo ambiguo

Pero habló más, esa vez: “La única diferencia entre un actor profesional y un actor de la vida real es que el profesional conoce un poco mejor el tema. Actuar no es más que estafar. (…) En lo más recóndito de su corazón, usted sabe perfectamente que las estrellas de cine no son artistas. (…)  La gente dice oh, Dios mío, qué escena maravillosa, Marlon, blabla. No era maravillosa en absoluto. Lo que era maravilloso era la situación. Todos notan una sensación de pérdida en sus vidas. Eso fue lo que les emocionó”. (…) “Quieren leyendas, ver el bien y el mal presentados de una manera clara. Porque la gente está tan cansada de vivir en un mundo ambiguo, es un gran alivio ver algo que es o bueno o malvado”. Sin embargo, “tenemos que descubrir la anatomía del odio, para poder entenderlo”.

“Es posible que su deslumbrante carrera como actor no tuviera otro objetivo que poseer una isla propia en el sur del Pacífico”, escribía Maruja Torres hace décadas. No iba desencaminada. Pero no porque “sólo le interesaba el dinero”, sino porque sólo le interesaba el tiempo que el dinero podía comprar, y alejarse de paso de un mundo cuyas reglas desafió siempre, por no entenderlas en absoluto. Fueran la guerra de Vietnam o lo arbitrario de la propia vida (el Brando que grita “¡Stellaaaaaaaa!” en Un tranvía llamado deseo es el mismo que casi revienta a hostias una puerta del hostal de París ante la pregunta de su suegra de por qué, por qué se suicidó Rosa).

Pero ni Marlon Brando –él lo sabía bien– podía escapar a esas preguntas, al terror moral del que hablaba su último papel de leyenda, el coronel Kurtz de Apocalipsis Now (“el horror, el horror”). El 16 de mayo de 1990, su hijo mayor, Christian [llegó a tener, dicen, 3 matrimonios y 11 hijos], que tenía problemas con el alcohol, asesinó de un disparo en la casa familiar de Los Ángeles al novio de su hermanastra Cheyenne –la hija tahitiana de Brando–, después de que ésta le contara que aquél la maltrataba. Christian acabó en la cárcel, y Cheyenne se suicidó cinco años después.     

Obeso, anímicamente deshecho, con dudosa reputación sobre su comportamiento familiar y profesional, dicen que también vivió arruinado

Obeso, anímicamente deshecho, con dudosa reputación ganada en su última etapa entre verdades y mentiras sobre su comportamiento familiar y profesional, dicen que también vivió arruinado sus últimos años. Murió el 1 de julio de 2004. Hay más zonas de sombra, como las acusaciones de María Schneider, su compañera en El último tango en París, de no saber en qué consistiría la célebre escena de la mantequilla hasta que ya estuvo consumada. Lo corroboró luego Bertolucci, con la explicación de que pretendían darle a la cosa la mayor “veracidad” posible: una pena que haya que llamar también a Brando, entonces, animal en un sentido más amplio.

La escena final, en cualquier caso, se cierra de igual forma: con la cámara alejándose de un balcón de París en el que yace ese hombre del principio, ovillado sobre el suelo. Muerto por un disparo, pero devorado mucho antes por los furiosos demonios del alma.

La cámara se acerca de costado, casi a traición, hacia la figura de un hombre apuesto de mediana edad que se tapa los oídos, cerrados los ojos, algunos metros por debajo de una vía que cruza el cielo de la ciudad. El hombre ha estado esperando el paso del tren, hasta el momento de mayor estrépito, para levantar...

Este artículo es exclusivo para las personas suscritas a CTXT. Puedes iniciar sesión aquí o suscribirte aquí

Autor >

Miguel Ángel Ortega Lucas

Escriba. Nómada. Experto aprendiz. Si no le gustan mis prejuicios, tengo otros en La vela y el vendaval (diario impúdico) y Pocavergüenza.

Suscríbete a CTXT

Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias

Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí

Artículos relacionados >

2 comentario(s)

¿Quieres decir algo? + Déjanos un comentario

  1. M.

    Amén, amiga.

    Hace 8 años 4 meses

  2. CarmenK

    Yo me quedo con la escena del Último tango...en la que Brando está a solas con el cadáver de su mujer. Pone un nudo en la garganta sólo con recordarla. Si no han reparado en ella, haganlo y verán como se justifica una carrera de actor.

    Hace 8 años 4 meses

Deja un comentario


Los comentarios solo están habilitados para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí