Famosos de pleno derecho
Islandia no es un caballo de Troya en la Eurocopa, no es un meme ni una canción viral ni es bacalao, mitología ni titulares masticados sobre el hielo y sus misterios sobre los apasionantes veranos del interior
Manu Mañero 29/06/2016
Los jugadores islandeses celebran con su afición el pase a los cuartos de final tras batir a Inglaterra (1-2)
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Islandia no es una broma. Ni una causa, ni una anomia, ni una excepción. Es, por encima de todas las cosas, una consecuencia. Famosos a la fuerza, como el Leicester, que tampoco protagonizó ningún cuento de hadas. Ningún milagro. Basta de intentar hacer sentir afortunado al que triunfa, a menudo para tapar carencias e ineptitudes propias, muchas de las cuales son endémicas. Islandia no es un caballo de Troya en la Eurocopa, no es un meme ni una canción viral ni es bacalao, mitología ni titulares masticados sobre el hielo y sus misterios sobre los apasionantes veranos del interior. Es una cuadrilla de profesionales, un conjunto de personas, que ha creído en hacer algo y ha trabajado sin descanso para hacerlo. Divirtiéndose por el camino. Estrecha ayuda le prestan a su modelo quienes tras colarse en cuartos de final sacuden a Roy Hodgson de las solapas y ponen a Joe Hart en el disparadero. Se sabía, antes de que perdieran –y con merecimiento pleno-- que Inglaterra iba a volver a ser lo que ha venido siendo en las últimas décadas: un remanso de historia, un merendero de carretera que homenajear con odas al glorioso fútbol enciclopédico. El deporte ha situado en cambio a Islandia en otro cajón: el de los nuevos con ganas de hacer cosas. Cosas buenas. Dios me libre aquí de la metáfora. Que sea un dios justo, a poder ser.
Toda esta parafernalia no se explica sola, claro. Islandia ya estuvo cerca de apurar sus opciones de ir al Mundial de 2014. Sesenta años antes, la FIFA no le permitió siquiera disputar la fase de clasificación europea para la edición del 54. Fue la única en la que no compareció por diretes administrativos. Políticos. Se miró durante mucho tiempo una de las comparsas de Europa, el tipo de selección que uno celebra tener en su grupo. Un viaje exótico, una camiseta distinta, una marca desconocida, todos rubios, altos, impronunciables. En estos tiempos de glorificación escandinava no han faltado nunca prejuiciosos miramientos al método de trabajo del norte, pero Islandia no saltaba con el tridente amistad europeísta, sino en mitad del Atlántico, flotando sin hacer mal a nadie. De ahí que su clasificación para la Eurocopa de Francia se afrontara primero como otra ficción de invitados lejanos sin tradición. Y justo cuando se afilaban las plumas en busca de otro texto predefinido sobre maravillas a medias, surgió el empate contra Portugal. El muro islandés taponó los perdigonazos de un frente envejecido con recursos contados y arrancó un empate aplaudido por propios, extraños y sobre todo, invitados de excepción al ensañamiento. Nadie puso en valor entonces el celo defensivo, su difícil despliegue sacando huecos a un centro del campo superior en lo técnico y la perseverancia de su portero en hacer su día.
El 1-1 ante lusos se celebró con esa libre y mal entendida gracia que reconoce un mérito a alguien no preparado para el éxito. Pero luego también empataron contra Hungría –uno de los partidos más intensos en lo táctico del torneo- y de pronto se abrió una ventana: en la Eurocopa de 24, Islandia podía prolongar su sueño más allá de la primera fase. En el tercer partido, ganaron a Austria en el añadido y dejaron afónico a un comentarista. Nos pusimos serios, como cuando nos reprenden en público una risa ahogada donde no toca. El cruce de octavos deparaba en principio un final mucho más amplio, pero hete aquí que los ingleses pincharon otra vez contra un equipo muy bien trabajado, serio, tranquilo y espléndido en lo físico. Agotada mentalmente, la coté de Rooney perdió todo su color ante un rival que pudo marcar más goles y que sujetó el resultado con el oficio de un habitual. Islandia no llegó a Francia de rebote ni está en octavos por suerte. Se han buscado esa fortuna, como se la buscan quienes tienen todo el tiempo del mundo para pensar cómo dejar huella. Son un grupo muy trabajado, salta a la vista de quienes miran más allá del chiste. Ahora que son famosos, además, pueden permitirse careos en prensa más allá de los vergonzantes cuentos para no dormir urdidos para defenestrar a otros. La única de la Euro con dos seleccionadores (Lagerbäck, sueco, que se retira al final del torneo; y su discípulo, el local Hallgrímsson) plantea una batalla –futbolística y literaria-- que para sí quisieran los guardianes líricos de lo que vale y lo que no.
Islandia no es una broma. Ni una causa, ni una anomia, ni una excepción. Es, por encima de todas las cosas, una consecuencia. Famosos a la fuerza, como el Leicester, que tampoco protagonizó ningún cuento de hadas. Ningún milagro. Basta de intentar hacer sentir afortunado al que triunfa, a menudo para...
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Manu Mañero
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