¿Qué ha fallado?
El orden al que una mayoría social aspiraba no ha venido de la mano del cambio, sino del retroceso. El deseo de un país distinto se ha visto superado por el miedo a que ese cambio no fuera posible
Jorge Lago 29/06/2016
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Es pronto quizá para valorar, pero es necesario empezar a pensar, y hacerlo de forma colectiva. Valgan pues estas líneas como una primera reflexión más llena de intuiciones que de certezas.
La primera pregunta es clara a tenor de los datos: si no se han sumado linealmente los votos de IU y Podemos, ¿ha fallado la confluencia? Antes de responder, atendamos a dos datos más: Cataluña no ha perdido prácticamente posiciones y ha mantenido los escaños del 20D, mientras Euskadi ha mejorado sus resultados. En Cataluña hay una confluencia que ha funcionado, al menos mucho mejor que en el resto del Estado, y en Euskadi la confluencia esta más difuminada por la menor presencia allí de IU, pudiendo decirse sin exagerar que, en Euskadi, Unidos Podemos es básicamente Podemos y Equo. Es decir, y como primera valoración, hay con-fluencia y confluencias, hay formas de confluir que funcionan, otras que, al parecer, no tanto. Esto no explica qué ha fallado, pero ya arroja una primera conclusión: no es un todo o nada. Quizá la pregunta esté en el qué, en el qué proyectan y suponen unas y otras formas de confluir. En aceptar que las sumas a veces restan y otras multiplican o mantienen la suma.
Se ha perdido más de un millón de votos y no cabe respuesta rápida: se puede argumentar que se han perdido por la izquierda, o por el centro, por la abstención de los ideologizados o, justamente, por la de los que no se identificaban en una ideología definida. Pero, seamos francos, además de perder un millón largo de votos, no se ha logrado sumar a mucha más gente, llegar a una mayoría social. Para dar respuesta a esta pérdida, muchos apelan a la explicación del miedo: Rajoy habría explotado el miedo (pre y pos Brexit) a un gobierno de UP, y Sánchez lo habría permitido e, incluso, alentado. Si fuera cierta esta explicación, debería de serlo también su reverso: UP no habría sabido vencer el miedo trasmitiendo ilusión y necesidad de cambio, no habría sabido conectar con las aspiraciones de una mayoría por un país mejor.
Son habituales, pero sirven para más bien poco, las explicaciones que ponen en el otro la culpa de la derrota propia: si Rajoy ha ganado es porque no hemos sabido vencerle. Y al miedo al cambio solo se le podía vencer representando las aspiraciones de una mayoría social por un país mejor y unas vidas mejores. Y conviene entender bien una cosa: una misma persona puede tener miedo al cambio y, a la vez, aspirar a un país mejor. La pregunta, por tanto, es cuál de esas dos caras que prácticamente todos tenemos (miedo a que todo vaya peor, deseo y necesidad de un país mejor), acaba inclinando la balanza. Pude leer hace tiempo esta frase, que creo que viene a cuento: “En una sociedad que experimenta una crisis orgánica, la necesidad de algún tipo de orden, sea conservador o revolucionario, se vuelve más importante que el orden concreto que colma esta necesidad" (La frase es, por cierto, de Laclau).
Es claro que el orden al que una mayoría social aspiraba no ha venido de la mano del cambio, sino del retroceso. Y una primera hipótesis se impone: en los últimos seis meses, las condiciones y decisiones políticas nos han alejado de una meta creo que imprescindible: hacer creíble que el país mejor que todos deseamos (sin duda de maneras muy distintas pero compatibles) era posible. La dureza de la batalla política y mediática, la crudeza de las negociaciones, los errores (muchas veces forzados, qué duda cabe) cometidos, han hecho que nos replegáramos sobre nosotros mismos, y que en una campaña electoral no diera tiempo para revertir este repliegue. De forma más o menos inconsciente, en los meses previos a la repetición electoral hemos procurado reflejar al país (parecernos a él, “ser el pueblo”), es decir, hemos acabado apelando a una mayoría social desde lo que es (golpeada, precaria, empobrecida, exiliada, anclada en la incertidumbre y el agotamiento), pero no desde lo que desea y a lo que aspira: un país mejor, igualitario, con justicia social y económica, sin privilegios y sin saqueadores. Nos ha costado representar bien lo que los ciudadanos desean ser con los demás, el tipo de sociedad que tibiamente imaginan y no terminan de creer posible. No les hemos convencido de que otro país era posible (por mucho que lo desearan), o de que nosotros éramos capaces de poner en marcha ese otro país (y esto duele por encima de todo). Ha ganado el miedo porque ha vencido la resignación: no se puede, aunque se quiere.
Creo que frente al miedo solo cabía intentar parecerse (¡y bien sé que no era fácil!) a las aspiraciones de una mayoría social heterogénea, al deseo de cambio, a esa aspiración clara y evidente, expresada al menos desde el 15M, de otro país, otras instituciones, otra representación política, otros sueños. Una aspiración que, esta sí, era transversal a toda esa mayoría social sin embargo plural y distinta: precarios, jóvenes exiliados, parados, trabajadores estables, amas de casa, trabajadoras inciertas, clases medias a punto de dejar de serlo, profesionales liberales urbanos sin futuro, pensionistas pobres, jubilados y jubiladas de los que vive toda una familia. No aparecer como ellos, si no como el país que quieren ser.
Rajoy siempre iba a ganar si lo que primaba era lo que somos frente a lo que queremos ser, pero en el ciclo político que se abre el 20D nos hemos visto abocados a parecernos a nosotros mismos, quizá demasiado. Porque no asusto a nadie si digo que la composición de la confluencia ‘Unidos Podemos’ no representa al pueblo ni se parece del todo a él. No es este un país de activistas sociales destacados (aunque sin ellos no habría Podemos y no habría dignidad ni derechos), de militantes comprometidos (imprescindibles y lo mejor de este país, pero insuficientes para llegar al resto de la sociedad), de una sociedad civil organizada con capacidad de autogobierno (si la hubiera, no hubiese sido necesario Podemos). No es este un país, tampoco, de una clase trabajadora organizada y con gran poder de movilización y acción social (si lo fuera, no tendríamos las reformas laborales que tenemos, desgraciadamente). Imaginar que el país es como nosotros mismos, pensar desde lo que somos y no desde (y hacia) toda la gente que falta aún por sumarse, eso nos destina trágicamente a una esquina (más amplia que nunca, sí, pero una esquina) del tablero político.
Creo que el ciclo político post 20D se debatía entre el retroceso (miedo y necesidad de orden) o el avance (aspiración a un orden nuevo). Y la conclusión, en forma de mera intuición, se me antoja clara: hemos dado más miedo que ilusión. Y así las cosas, la resignación de Rajoy (ese ‘preferiría no hacerlo’, esa mediocridad sin embargo aceptada y reivindicada por él mismo, mezcla del espíritu trágico del 98 y de la línea editorial del Marca) ha triunfado porque ha sabido parecerse más a los temores de este país en un momento de enorme incertidumbre. Una incertidumbre que no solo viene de la mano de la crisis económica y política, sino de la falta de referentes ideológicos, narrativos e identitarios: quiénes somos, con qué nos identificamos, cómo es el país que queremos. Esas preguntas quedaron sin respuesta durante la larga crisis que arranca, al menos, en 2008. Viene, claro, de antes, pero se agudiza a finales de 2010 y estalla en las plazas del 2011. Podemos no representó aquel estallido, pero sí fue su resultado: la necesidad de nuevas formas y nuevos relatos, de nuevos acuerdos bajo la constatación de que las viejas identidades políticas y las viejas ideologías ya no operaban. Se necesitaba algo nuevo que aunara el profundo deseo de cambio que, como decía líneas atrás, era transversal a una parte muy importante de la ciudadanía (no en vano, un 80% de los hogares españoles simpatizaron con el 15M, aunque luego votaran al bipartidismo carentes de otros referentes). Y aquí entra el valor de las confluencias: cuando fueron vistas como la encarnación de ese deseo de cambio, funcionaron (ahí están los casos de las alcaldías de Madrid, Barcelona, Coruña o Cadiz, ahí están también los ejemplos de En Comú Podem o de Podemos en Euskadi este 26J), pero si eran percibidas como una reactualización de las identidades políticas previas a la crisis, al 15M, a la ola de ilusión despertada el 20D, quizá no, no funcionan.
En este 26J no ha ganado la ola de ilusión que anidaba incluso en quienes nunca nos iban a votar. Ese deseo por un país distinto que toda una mayoría amplia de españoles compartía, se ha visto superado por el miedo a que ese cambio no fuera posible o a mejor, aunque fuera deseable. Algo de esta derrota se explica por meses de dura contienda política, se explica por un repliegue sobre nuestras posiciones para defendernos de los innumerables golpes, se explica por un resultado endiablado el 20D y una comprensible desilusión por no haberlo resuelto sin unas segundas elecciones. Se explica, en fin, por muchos factores que obligan, hoy y quizá por encima de todo, a tres cosas: seguir confiando en un pueblo digno que desea cambio pero no ha podido verlo en este 26J; tener claro que si la ventana de oportunidad para ese cambio se ha cerrado (y es mucho aventurar que así haya sido), lo ha hecho con Podemos dentro (71 diputados y 5 millones de votos es todo menos un resultado despreciable en dos años de existencia); seguir construyendo un movimiento político popular abierto y democrático, capaz de convencer a nuestro pueblo de que el cambio no solo es deseable, sino posible.
Es pronto quizá para valorar, pero es necesario empezar a pensar, y hacerlo de forma colectiva. Valgan pues estas líneas como una primera reflexión más llena de intuiciones que de certezas.
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Jorge Lago
Editor y miembro de Más Madrid.
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