El patriotismo constitucional
La Patria no puede ser un patrimonio exclusivo de los que desprecian o simplemente soportan los principios democráticos. Ha llegado el momento de reformular el concepto a la luz de los valores de nuestra Constitución
José Antonio Martín Pallín 29/06/2016
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Cuando el líder de Podemos habló de patriotismo, los guardianes de las esencias saltaron a la yugular de Pablo Iglesias, tachándole, como mínimo, de incoherente, ya que su verdadero rostro es, según ellos, el de rompepatrias. La palabra Patria ha estado siempre cargada de simbolismos y de significados emocionales que han resultado extremadamente peligrosos. Todavía, en los tiempos presentes, tiene un fuerte componente de pasados absolutistas, autoritarios y fascistas.
Han sido tantas las tragedias que ha originado la invocación de la Patria que, al final de la Segunda Guerra Mundial, muchos alemanes no tuvieron otra opción que reformularla a la vista de lo que había sucedido cuando la Patria aria era el símbolo de la supremacía de una raza a la que debía someterse la mayoría de los pueblos.
Conscientes de la imposibilidad de retomar el concepto tal como venía siendo acuñado y utilizado, después de las catástrofes que había ocasionado el nazismo y sus políticas de exterminio, decidieron reinventarlo a la vista de los nuevos valores que se habían encarnado en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948.
Algunos pensadores llegaron a la conclusión de que el único patriotismo compatible con una sociedad plurinacional, cada vez más intercomunicada, no era otro que el patriotismo constitucional. El término fue acuñado por el politólogo alemán Dolf Sternberger y desarrollado con mayor profundidad por el filósofo Jürgen Habermas.
En realidad, se trataba de potenciar los valores cívicos y republicanos que siempre aparecen diluidos o borrados en los regímenes autoritarios. Todas las personas que comulgamos con las ideas de los redactores de la Declaración Universal de los Derechos Humanos estamos convencidos de la potencia aglutinadora de su contenido. Su lectura debería ser materia obligatoria en todas las escuelas. En su Preámbulo se hace un examen de conciencia para llegar a la conclusión de que el desconocimiento y el menosprecio de los derechos humanos han originado actos de barbarie ultrajantes para la conciencia de la humanidad, y que se ha proclamado, como la aspiración más elevada del hombre, el advenimiento de un mundo en que los seres humanos, liberados del temor y de la miseria, disfruten de la libertad de palabra y de la libertad de creencias. Consideran esencial que los derechos humanos sean protegidos por un régimen de Derecho, a fin de que el hombre no se vea compelido al supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión.
La verdadera Patria es aquella en la que todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros. La libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana.
Todas las personas que comulgamos con las ideas de los redactores de la Declaración Universal de los Derechos Humanos estamos convencidos de la potencia aglutinadora de su contenido
Para Jürgen Habermas no puede existir un patriotismo que no reconcilie la identidad cultural con las leyes democráticas y cristalice de forma integradora unos principios y procedimientos que trasciendan más allá de los límites de una nación.
Lo que me parece válido para una Alemania liberada del nazismo lo reivindico para mi país. Hemos vivido, durante 40 años, un régimen aupado por el nazismo y el fascismo, según declaración de la Asamblea General de las Naciones Unidas. Algunas de estas reliquias, atenuadas por el signo de los tiempos, todavía perduran en pleno siglo XXI. La Patria no puede ser un patrimonio exclusivo de los que desprecian o simplemente soportan los principios democráticos.
El patriotismo, según los Principios del Movimiento Nacional, se plasmaba en el servicio a la unidad, grandeza y libertad de la Patria, como deber sagrado y tarea colectiva de todos los españoles. La integridad de la Patria es intangible. El hombre era portador de valores eternos y miembro de una comunidad exclusivamente nacional, sin ninguna aspiración de aproximarse o de integrarse en una comunidad de naciones. Su escala de valores era meridianamente clara. Constituía un título de honor para los españoles el servir a la patria, con las armas, no con la inteligencia, la investigación o la cultura democrática.
La Constitución de 1978 incrusta en su texto alguno de estos principios, consagrando la indisoluble unidad de la nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y encomienda al Ejército la defensa de su integridad territorial y del ordenamiento constitucional. Se mantiene la bandera rojigualda y al margen de su texto se asume el himno nacional establecido por Decreto de 17 de Julio de 1942. El amor a la patria de los que se autoproclaman constitucionalistas, con carácter excluyente, se concreta en estos presupuestos intangibles, sazonados con algunos fragmentos selectivos del texto constitucional, siempre relacionados con la supremacía indiscutible y la libertad intocable de los mercados y de la economía neoliberal.
El patriotismo, según los Principios del Movimiento Nacional, se plasmaba en el servicio a la unidad, grandeza y libertad de la Patria, como deber sagrado y tarea colectiva de todos los españoles.
Lo que los constitucionalistas consideran como el núcleo duro de la Constitución no es un elemento indispensable para configurar las esencias del patriotismo ancestral, único verdadero y permanente. Es decir, un concepto del patriotismo envuelto en una simbología hueca, carente de valores humanos y más cercana a la mística que a la democracia.
A la vista de la reacciones suscitadas por las palabras del líder de Podemos, estimo que, al igual que hicieron los alemanes y siguiendo siempre las profundas reflexiones y aportaciones de Jürgen Habermas, ha llegado el momento de reformular el concepto de patriotismo a la luz de los valores de nuestra Constitución.
Recientemente un parlamentario catalán fue objeto de imputación por haber roto unas páginas del texto constitucional, lo que, en mi opinión, constituye un atentado inaceptable en una sociedad democrática a la libertad de expresión. Los patriotas selectivos y exclusivistas no necesitan romper las páginas de la Constitución que hacen referencia a los derechos fundamentales y a los principios rectores de la política social y económica, simplemente los ignoran o los relegan a un según plano.
Hemos descubierto que los antiguos portadores de valores eternos se los llevan a Panamá o a otros paraísos fiscales, cometen, en la inmensa mayoría de los casos, delitos contra los intereses generales y el bienestar social, se acogen a amnistías fiscales y continúan dando lecciones de patriotismo. Incluso sus portavoces y representantes políticos tachan de antisistema a los que reclamamos como prioritaria la dignidad de las personas y sus derechos básicos a la vivienda, a la salud, educación, pensiones, derechos laborales y calidad del medio ambiente. En definitiva el progreso social y económico y una equitativa distribución de las obligaciones tributarias.
A los patriotas a la antigua usanza les recomiendo la lectura de la Declaración Universal de Derechos Humanos y de los Pactos Internacionales de derechos civiles, económicos, sociales y culturales. Los recoge nuestra Constitución como palanca para llegar a una sociedad democrática avanzada, Son leyes tan obligatorias como cualquier otra emanada del Parlamento. Un verdadero patriota constitucional no puede ignorar los deberes sociales que constituyen el núcleo sobre el que únicamente se puede construir una convivencia respetuosa con la dignidad de todos los seres humanos. Nuestro país, como otros que integran la Unión Europea, poco a poco va cediendo parcelas de su soberanía a organismos supranacionales que carecen de legitimidad democrática. Esto no parece preocupar en exceso a los patriotas ortodoxos.
Si verdaderamente creemos en la libertad de conciencia, nada debemos objetar a las preferencias de los que comulgan con banderas, himnos y grandezas del pasado, siempre que no utilicen sus creencias como instrumento de agresión y descalificación de los que optamos por los verdaderos valores constitucionales. Me permito recomendarles moderación y sosiego, la mística patriótica puede hacerles levitar o encender de nuevo las hogueras.
José Antonio Martín Pallín. Abogado. Magistrado emérito del Tribunal Supremo. Comisionado de la Comisión Internacional de Juristas (Ginebra).
Cuando el líder de Podemos habló de patriotismo, los guardianes de las esencias saltaron a la yugular de Pablo Iglesias, tachándole, como mínimo, de incoherente, ya que su verdadero rostro es, según ellos, el de rompepatrias. La palabra Patria ha estado siempre cargada de simbolismos y de significados...
Autor >
José Antonio Martín Pallín
Es abogado de Lifeabogados. Magistrado emérito del Tribunal Supremo. Comisionado de la Comisión Internacional de Juristas (Ginebra).
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí