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La madrugada del lunes 27 de junio, cuando hacía ya muchas horas que habían cerrado los platós de los programas especiales destinados a informar del resultado de las elecciones generales, cuando se había dispersado la multitud eufórica de la calle Génova y calmado las reacciones a la victoria popular en las redes sociales, se emitía en un canal de pago el último capítulo de la sexta temporada de Juego de Tronos (Game of Thrones, HBO, 2011-2016).
Hay dos mundos televisivos. Uno en el que triunfa una serie de ficción hija de la imaginación y la ideología de George Martin --guionista devoto de San Dalton Trumbo--; y otro que la rechaza o ignora coincidiendo en parte con el de de una mayoría de votantes (perdón: espectadores) que no tienen Twitter ni Facebook y se enteran de la actualidad a través de los telediarios generalistas.
Ya sabíamos que para la mayoría de tertulianos y comentaristas estrellas --ubicuos en los grandes medios, mismas caras, mismas voces- Juego de Tronos es un producto tóxico poco recomendable. La historia apocalíptica de los muertos contra los vivos y la lucha encarnizada por el poder político en un reino de fantasía es tildada de machista, sádica y pornográfica por quienes consideran que ver sangre de pega, tetas y culos en la ficción resulta intolerable. Para la sangre verdadera vertida en lejanos lugares, para los púnicos volquetes de putas y las chavalas “futbolísticas” de Torbe suelen tener más manga ancha. Tales críticas parecen no tener relación con la edad ni con la cultura audiovisual de tan renombrados opinadores. Tampoco con la admiración que el líder de Podemos y algunos de sus seguidores confiesan por la producción de HBO.
“The Wire es más pacífica que Juego de Tronos. No es muy ejemplar que digamos". Eduardo Inda (ejerciendo de dudoso crítico televisivo) a Pablo Iglesias. (La Sexta Noche, 9-10-2015)
El cinéfilo Juan Manuel de Prada, siempre elevado y certero: “Como el cine porno”, “Fenómeno de sugestión colectiva”. “En torno a esta serie televisiva ha florecido un fenómeno fan difícilmente explicable; o solo explicable por los efectos sugestivos (y gregarios) que sobre la conciencia humana tiene la propaganda. Porque lo más llamativamente característico de Juego de Tronos es que... no se entiende.” (XL Semanal, 28-6-2015)
Resulta curioso el empeño por desprestigiar a un partido... Perdón; queríamos decir; a una serie de televisión que nunca llegó a los hogares de forma masiva ya que no funciona en abierto: apenas obtuvo un 12,6% de share en su estreno en Antena 3 en 2012, un 6% en La Sexta (2013) y un residual 1,7% en Neox (2014); y que solo consiguió 144.000 espectadores y un 0,7% de share en su estreno en un canal de pago -–su máximo histórico--. A pesar de su éxito global, a pesar de la machacona publicidad en medios y en redes, a pesar de que invierte muchos dólares en nuestro país y hace publicidad gratuita de Girona, Sevilla o Navarra, Juego de Tronos tampoco ha sido considerado como un proyecto jugoso para la famosa Marca España. Debe de ser porque el cine y sus industrias nunca fueron relevantes para el poder político-económico patrio. Relegado a ese mundo digital que permanece arcano para una gran mayoría de población, es el producto audiovisual más pirateado: el canal por cable que la emite no ha ofrecido datos del estreno de la sexta temporada, pero, según datos de TorrentFreak, el episodio emitido el pasado domingo en EE.UU. lleva más de 1 millón de descargas en nuestro país. Un millón de frikis, pues hay que tener en cuenta que la noche del domingo en que se emitió el último capítulo de la sexta temporada, la emisión más vista fue el partido de Eurocopa Hungría-Bélgica, con 2.874.000 espectadores de audiencia media y el 17,3% de cuota de pantalla. (Datos de Kantar Media). El fan de la serie inspirada en las novelas de George R.R Martin responde a un perfil concreto: mayor de 30 años, universitario, urbanita, conectado al mundo digital, alejado en edad e intereses de los votantes de PP, PSOE e incluso IU. Una audiencia repartida entre dos polos: el del alto poder adquisitivo y el del lumpemprecariado de nuevo cuño. Y, como corresponde a todo movimiento fandom, un grupo bullicioso y ruidoso en las redes.
Pudiera ocurrir que Juego de Tronos revelara cierto espectro sociológico del voto correspondiente con las audiencias televisivas y sus preferencias. La imagen resultante, movida y desenfocada, sería el retrato una brecha, no ya generacional, sino también y sobre todo, cultural. (O no: las afirmaciones categóricas son propias de economistas, estadísticos, sociólogos y politólogos de guardia. Incluso de la morfopsicóloga del programa de Susanna Griso.)
Un día después de las elecciones, las redes sociales hablan del capítulo final de Juego de Tronos sin cesar, mientras que las tertulias del oficialismo mediático vuelven a hablar de Podemos sin asomo de cansancio o aburrimiento, a pesar de que, de momento, queda relegada a ser la tercera fuerza parlamentaria, exactamente igual que en las elecciones anteriores. Pero el foco de la noticia continúa en el partido emergente incluso más que la victoria del PP. “Gran fracaso”, “decepción”, “derrota”, “falta de autocrítica”, “crisis”... Su final de temporada, de legislatura, ha resultado un fiasco. Más de un millón de votantes-espectadores perdidos. Se piden dimisiones. Se augura una escisión, una desaparición. Los protagonistas de la trama aparecen como adultescentes sin capacidad para la frustración, con el gesto compungido y lloroso, aniñatados, dando la razón a sus críticos. Hace tres años ni siquiera existían. Tienen 71 escaños en el Congreso. Pero se lamentan de su Waterloo y los demás se alegran viendo al “ogro corso” vencido y humillado.
Los analistas se quitan la palabra unos a otros. El Mundo y García Abadillo en A3, ofrecen una explicación: “La gestión de sus alcaldes golpea a Podemos en las grandes ciudades” (El Mundo, 28-6-2016)
Son fuentes fiables: no hay más que leer las escuchas divulgadas por Público al ministro del Interior y la alta estima en que este tiene a algunos medios y a algunos periodistas.
Ante tamañas revelaciones electorales, cualquier nuevo escándalo sobre corrupción queda desvaído, avejentado, irrelevante.
“14 detenidos y registros en ADIF por un fraude de 82 millones de euros” (20 minutos, 28-6-2016)
Las cadenas de radio y televisión muestran ya un interés secundario puesto que las elecciones acaban de confirmar que a la mayoría de la ciudadanía tales escándalos no les conmueven. Los “moderados” saben muy bien quiénes son los buenos, los malos y los peores y han dejado muy claras sus prioridades.
“¿Esos qué son, los malos?". Susto de Rajoy en Génova por una bengala. El líder del Partido Popular ha podido concluir su discurso tras el incidente.” (El País/Verne, 26-6-2016)
En contraposición, la admiración mediática por el olfato político de Rajoy no tiene límites. La tan alabada perspicacia del presidente sobre la naturaleza del votante español no tiene mérito porque es orgánica: sus frases chorras, sus silly walks, sus tics, su cazurrería, su connivencia con delincuentes, las comparte y las celebra un enorme porcentaje de personas. Y no solo quienes le votan, sino muchos más, al fin y al cabo yo soy español, muy españoles y mucho españoles. Rajoy es el factótum del acabamiento del mito de la España centro-izquierdista: esa ciudadanía que creía estar en el centro del tablero por votar unas veces al PP y otras al PSOE, en realidad se encuentra mucho más escorada a la derecha de lo que los sociólogos y las encuestas afirmaban. Parece ser que ninguno de estos especialistas sospechaba que el centro-izquierdista tradicional prefiere ser fiel a la paella dominguera que a la urna, ni que su tradicional molicie (no es industrioso, como el de derechas) iba a ser la respuesta a la campaña mediática del miedo y del hastío.
“La desafección es la opción mayoritaria, sobre todo entre los parados y los más pobres”.
“Ni PP, ni PSOE, ni Podemos, ni Ciudadanos. La opción electoral preferida por los españoles el pasado 20 de diciembre fue la abstención. El dato definitivo, publicado en el BOE el 29 de enero de 2016, señala que el 30,32% del censo, más de 11,07 millones de potenciales votantes (incluidos los 1,8 millones registrados en el censo exterior, CERA), no acudieron a las urnas. (...) Por culpa del sistema del voto rogado, aprobado por el PSOE en 2010 con el apoyo de PP, PNV y CIU, la abstención de los 1,88 millones de residentes expatriados inscritos se elevó hasta el 95,3%: solo votaron 88.739 personas, el 4,7% de los censados fuera del territorio nacional.”
(CTXT, 2016-06-28)
Una temporada vertiginosa y llena de sorprendentes puntos de giro ha llegado a su final. ¿Significa eso una vuelta a las fórmulas trilladas? ¿Un regreso al bipartidista cauce? Quizá no: como todos los fans de Juego de Tronos saben, queda por ver otra temporada más.
La madrugada del lunes 27 de junio, cuando hacía ya muchas horas que habían cerrado los platós de los programas especiales destinados a informar del resultado de las elecciones generales, cuando se había dispersado la multitud eufórica de la calle Génova y calmado las reacciones a la victoria popular en las redes...
Autor >
Pilar Ruiz
Periodista a veces y guionista el resto del tiempo. En una ocasión dirigió una película (Los nombres de Alicia, 2005) y cada tanto publica novelas. Su último libro es "La Virgen sin Cabeza" (Roca, 2003).
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