Tribuna
Terrorismo sexual y “conflicto de civilizaciones”
Aquellos que cometen un acto como el de Orlando en nombre del islam reivindican una definición que intentan imponer; y teniendo en cuenta las reacciones de un Donald Trump que retoma para sí su versión, tienen bastante éxito
Éric Fassin 29/06/2016
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“Debemos demostrar que nos definen más las vidas que llevaban [las víctimas de Orlando] que el odio del hombre que acaba de arrebatárnoslas”. El mensaje del presidente de Estados Unidos, el domingo 12 de junio, como reacción a la masacre perpetrada por Omar Mateen en una discoteca homosexual no ha evitado, evidentemente, que Donald Trump relanzase rápidamente su propuesta de cerrar la entrada a Estados Unidos a todos los extranjeros musulmanes: después de los ataques de San Bernardino seis meses antes, ésta hizo despegar su campaña para la nominación republicana. La islamofobia es parte integrante de su campaña antiinmigración. Sin embargo, sin llegar a destacar que esa noche el Pulse estaba frecuentado en su mayoría por latinos, el candidato se abstuvo de repetir que los mexicanos son “violadores”.
“¿Dónde va a pararse?”, se pregunta el presidente indignándose con esta deriva: “Vamos a empezar a discriminar a los musulmanes americanos a causa de su fe”. Sin embargo, es Hillary Clinton, la candidata demócrata, quien se halla a la defensiva en el momento de rechazar tal islamofobia. Por un lado, sigue el ejemplo de Barack Obama al denunciar “la trampa tendida por el lobby armamentístico”. Por otro, contrariamente, termina por ceder a la presión de su rival republicano al utilizar la expresión “islamismo radical”, a riesgo de caer en la trampa que éste le tiende.
No hay por tanto que extrañarse si, en The New York Times, Roger Cohen compara al terrorista de Florida, ciudadano estadounidense nacido de padres afganos, con Gavrilo Princip, nacionalista serbio de Bosnia: en 1914, el asesino del archiduque Francisco Fernando desencadenó con su gesto la I Guerra Mundial. Del mismo modo el atentado del 12 de junio de 2016 podría haber abierto “la puerta de la Casa Blanca a Donald Trump, impulsado a Reino Unido fuera de la Unión Europea y entregado la presidencia francesa a Marine Le Pen, arrastrando al mundo a una espiral de violencia”.
Para escapar de las derivas xenófobas e islamófobas, no será suficiente con rechazar “las amalgamas”: ¿Cómo se puede afirmar que un atentado perpetrado en nombre de Daesh, “el Estado Islámico”, no tendría “nada que ver” con el islam? Esta fue la crítica dirigida contra la izquierda por el periodista Jean Birnbaum después de los sangrientos ataques contra Charlie Hebdo y el Hyper Cacher. Ahora bien, hoy en día es la fórmula exacta que retoma el padre del asesino, Mir Seddique Mateen : “Nada que ver con la religión”, pero ¿sus muestras de apoyo a los talibanes no alteran su credibilidad?
Este hombre afirma que se trata más bien de homofobia. Está bien posicionado para hablar, puesto que sin duda se la transmitió a su hijo --incluso si, por su lado, él prefiere dejar a Dios el castigo a los sodomitas--. Por cierto,¿cómo no hablar de homofobia cuando los homosexuales son el objetivo por el hecho de serlo? Cierto, la atracción de Omar Mateen por este lugar, y su gusto por una aplicación de encuentros gais, parecen ya establecidos, pero esta contradicción aparente no hace otra cosa que subrayar los efectos de una ideología que está en el corazón del proyecto político de Daesh. De la misma forma, la represión contra los homosexuales bajo el macartismo se acomodaba bien con la homosexualidad de su patrón, John Edgar Hoover. En resumen, lejos de oponer la ideología a la homofobia, conviene pensarlas como dos caras de una misma lógica política.
Para no caer en la trampa de un conflicto sexual de civilizaciones, es importante hacerse con una lógica que es ideológica más que cultural
Sin embargo, si este terrorismo tiene algo que ver con el islam o no sigue siendo una cuestión estrictamente religiosa: supone decidir lo que es verdaderamente el islam auténtico. Esto se aplica también, si está permitido atreverse con esta comparación, a los discursos sobre la identidad nacional: el problema no está en medirlos con la vara de una cultura francesa. La pregunta sociológica es otra: aquellos que cometen tales actos en nombre del islam reivindican una definición que intentan imponer; y teniendo en cuenta las reacciones de un Donald Trump que retoma para sí su versión, tienen bastante éxito. En resumen, no se trata de la verdad del islam, sino de la eficacia política del terrorismo. Consigue sus fines produciendo su propia verdad, que se convierte en efectiva.
No hay, por tanto, que abordar el acto terrorista como la expresión de la cultura musulmana. A pesar de eso, no lo reduzcamos a una patología individual, la explicación alternativa propuesta a menudo para explicar una “locura” así. Por supuesto, su antigua esposa habla de trastornos bipolares. Pero hacer del terrorista un desequilibrado no ayudará a entender el sentido de su violencia. La pregunta ya se planteó para Anders Breivik en Noruega, después de la masacre de Utoya. Los psiquiatras que hablaron de esquizofrenia paranoide debieron de rendirse a la evidencia; sus galimatías incoherentes son los que encontramos en las producciones ideológicas de la extrema derecha --y más allá--. Es la lógica, por irracional que sea, del “choque de civilizaciones”. La misma que encontramos al otro lado de este “conflicto”: en Oslo, ¿este islamófobo virulento no quiso citar como testigo en su juicio a un mulá prisionero por amenazas de muerte contra políticos? “Hay método en la locura”, diría Hamlet. Y esta lógica loca es compartida por otros muchos hoy en día.
Desde los años 2000 en particular, la retórica del “conflicto de civilizaciones” se juega en el registro sexual --se trate de género o de sexualidad, de sexismo u homofobia--. La oposición entre el “ellos” y el “nosotros” pasaría entre el arcaísmo y la modernidad del sexo, una instrumentalización xenófoba y racista de lo que he llamado “democracia sexual”. A semejanza del populista Pim Fortuyn en los Países Bajos, después del 11 de Septiembre, numerosos gais han podido dejarse tentar por esta visión del mundo, cayendo en lo que Jasbir Puar ha calificado como “homonacionalismo”. Después del ataque de Orlando, republicanos hostiles a los derechos de los homosexuales, como el gobernador de Florida, Rick Scot, han mostrado en cualquier caso su simpatía por las víctimas identificándose con sus padres --una manera de sugerir que los LGBT formarían parte de la familia…--. Confrontados así a “ellos”, los homosexuales tendrían su lugar entre “nosotros”.
Una vez más, Donald Trump lo ha comprendido bien: aunque continúa oponiéndose al matrimonio para las parejas del mismo sexo, reivindica al mismo tiempo, puesto que preconiza una política islamófoba, ser mejor “amigo de los LGBT” que Hillary Clinton --a riesgo, no obstante, de hacer el ridículo al tomarlos como testigos: “¡Preguntadle a los gais!”... Es necesario pensar políticamente. Acordémonos de cómo muchos sucumbieron a las sirenas del culturalismo después de los ataques sexistas de Colonia. Para no caer de nuevo en esta trampa de un conflicto sexual de civilizaciones, es importante hacerse con una lógica que es ideológica más que cultural. Y para empezar, hay que dar nombre a esta violencia política: puesto que hace del sexo su campo de batalla, podemos calificarla de terrorismo sexual.
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Traducción de Amanda Andrades.
Este texto se publicó en Mediapart el 17 de junio.
“Debemos demostrar que nos definen más las vidas que llevaban [las víctimas de Orlando] que el odio del hombre que acaba de arrebatárnoslas”. El mensaje del presidente de Estados Unidos, el...
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Éric Fassin
Sociólogo y profesor en la Universidad de Paris-8. Ha publicado recientemente 'Populismo de izquierdas y neoliberalismo' (Herder, 2018) y Misère de l'anti-intellectualisme. Du procès en wokisme au chantage à l'antisémitisme (Textuel, 2024).
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