Los universos paralelos de la Copa América y la Eurocopa
Carlos Castellanos 13/07/2016
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El verano futbolero de 2016 ya es historia. La inusual alineación de los dos principales torneos continentales de selecciones llegó y se fue, como los efímeros fenómenos celestiales que se producen una sola vez en la vida. Pero al contrario de lo que ocurre cuando observamos acontecimientos únicos a través de un telescopio, la experiencia de presenciar la Copa América y la Eurocopa en la pequeña pantalla nos ha dejado absolutamente fríos.
Los grandes torneos se anuncian a bombo y platillo como verdaderas fiestas de fútbol, con importantes patrocinadores, fan zones, amplias coberturas mediáticas y ceremonias de apertura y de introducción a cada partido, pero cada vez tienen más que ver con fiesta y menos con fútbol. Cada vez se vende más y se juega menos.
La conjunción futbolística animó a los aficionados a dedicar muchas noches y algunas madrugadas a la observación de estrellas que brillaron poco en canchas de EEUU y Francia y que apenas emitieron destellos fugaces de inspiración y talento. Chile y Portugal fueron las selecciones ganadoras de dos torneos en los que mantener la portería imbatida fue el objetivo predominante y en los que la diversión y el entretenimiento no estaban en el mapa estelar de los entrenadores.
Los dos grandes torneos confirmaron una creciente tendencia que superpone el sistema, la táctica y la disciplina a la calidad y a la improvisación y condena el individualismo a perderse en un gran agujero negro. Los partidos arrancan y se desarrollan con la idea de conservar como mínimo el empate inicial y sólo se definen cuando de forma esporádica y por obra intencional o casual se produce un gol; un gol que lejos de lanzar al que lo sufre en contra acentúa su miedo a recibir otro y que genera en el que lo consigue un deseo de nadar y guardar la ropa.
Las corrientes actuales del fútbol han dado lugar a una pérdida de identidad, a la desaparición de muchos de los rasgos nacionales y al mimetismo deportivo. Las particularidades de antaño permitían identificar a las selecciones por su estilo y manera de jugar. Cada uno tenía características propias y por eso no hacía falta ver el color de la camiseta para reconocerlas. Hoy todos se mueven igual o parecido por el campo, todos presionan alto o se repliegan rápidamente para formar líneas defensivas que no deben romperse. La basculación es el dogma de nuestra era, la base por la cual tantas veces no se disputa la pelota sino que se patrulla el espacio para negar al rival una aproximación a la portería. Mientras tanto, el equipo en posesión no arriesga una pérdida de la pelota y así proliferan los “pases de seguridad”. Nadie regatea y pocos son capaces de batir líneas con balones profundos, por eso se idolatra a los que rompen el molde. Todo parece gobernado por el miedo porque el más bonito de todos los juegos ha crecido tanto que la diferencia entre ganar y perder puede tener un valor económico millonario.
La anulación del talento y la insistencia en mecanizar los sistemas de juego igualan las fuerzas entre grandes y pequeños y en ocasiones producen “sorpresas” como la derrota de Inglaterra contra Islandia. Los ingleses compitieron con Islandia utilizando las mismas armas que su rival y nunca recurrieron al mayor talento de sus futbolistas. En cambio, intentaron ser más ordenados y tácticamente más rigurosos. En ese terreno, los islandeses pudieron competir y se sintieron cómodos. Al sacrificar el talento individual en pro de una función colectiva, Inglaterra abrió la puerta a Islandia y la invitó a pasar. Si los ingleses hubieran dado rienda suelta a sus mejores futbolistas, quizás el resultado hubiera sido otro. De igual manera, si todos los equipos dieran una oportunidad al virtuosismo, el eclipse futbolístico actual daría paso a un juego más iluminado.
El verano futbolero de 2016 ya es historia. La inusual alineación de los dos principales torneos continentales de selecciones llegó y se fue, como los efímeros fenómenos celestiales que se producen una sola vez en la vida. Pero al contrario de lo que ocurre cuando observamos acontecimientos únicos a través de un...
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